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El oficio más esencial

La fidelidad y el rescate/8 - La fraternidad es una saciedad medida en base a quien no está saciado o no tiene mesa. 

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Avvenire el 23/05/2021

«Nombre que estás en el centro,
tu sonido se destensa y se perla de voces
pero ninguna te tiene,
ninguna osa decirte en sonidos,
en letra y cifra.
En tus soledades de nunca llamado.
Qué extraño es todo.
A mí me parece. Tan extraño.
Te vigilo, te indago,
me acerco a milímetros.
Te tengo en la voz
sin que salga en sonido» 

Mariangela Gualtieri, Nombre que estás en el centro.

La benevolencia de Booz con Rut y la generosa sobriedad de Rut hacen renacer en Noemí la fe en Dios y en la vida. Esta estructura indirecta está en el centro de las tramas, muchas veces invisibles, de nuestras vidas y salvaciones. 

Rut vuelve a Belén llevando sobre sus hombros la cebada que ha recogido espigando detrás de unos segadores generosos por obediencia al mandato de Booz, su señor. La vemos avanzar, en el ocaso de una larga jornada vivida al aire libre, bajo el sol, llevando a hombros un pesado saco lleno de cebada. Es un trabajo duro, trabajo de pobres, de mujeres pobres. Han pasado dos milenios y medio desde que se escribieron estos versos, pero seguimos viendo demasiadas mujeres que avanzan al final de la jornada llevando sobre los hombres cargas demasiado pesadas. Esta pandemia ha sido dolorosa para muchos, en cierto sentido para todos. Pero ha sido especialmente dolorosa para las mujeres, que han tenido que hacerse cargo, que han tenido que cargar sobre sus hombres con padres e hijos. Demasiadas Rut vuelven a casa de noche demasiado cansadas. El cuidado, cada vez más necesario, solo será sostenible para las mujeres cuando se convierta en arte de todos, hombres y mujeres. «Enseñó a su suegra Noemí lo que había recogido. También sacó la comida que le había sobrado y se la dio» (Rut 2,18). Como primer gesto, Rut entrega a Noemí una parte del grano tostado que había guardado durante su comida con los segadores. El texto dice que ese grano “había sobrado”, pero nosotros sabemos que separar parte de su comida para compartirla con los que no han comido forma parte del oficio de las mujeres de ayer y de hoy. 

El grano tostado que Rut ha guardado entre la ropa hasta la noche para Noemí no es un grano superfluo. Probablemente es un grano necesario. A menudo los hombres y las mujeres usamos medidas distintas para calibrar lo necesario y separarlo de lo superfluo. Es raro ver saciarse a una mujer, en particular a una madre, sin incluir en su saciedad a aquellos que aún no están comiendo. No pueden, no consiguen saciarse mientras alguien a quien aman tiene hambre. Su saciedad es colectiva, una saciedad de comunión, que solo se alcanza cuando todos se sacian juntos. Esta saciedad parcial y compartida hace que en las comunidades mueran menos personas frágiles y pobres durante las crisis y las carestías. La saciedad diversa de las madres ha salvado y sigue salvando, tanto como los sistemas de bienestar. Los comedores de las casas son lugares de fraternidad y no de atropello de los más fuertes porque muchas veces hay una mujer que guarda la comida para los que aún no han vuelto del colegio, para los más pequeños y para las hermanas, que cuida las no-saciedades ausentes. La fraternidad es una saciedad medida en base a los que aún no están saciados o aún no han llegado a la mesa. «Su suegra le preguntó: -¿Dónde has espigado hoy y con quién has trabajado? ¡Bendito el que se ha interesado por ti!». Noemí, más experimentada que Rut, comprende de inmediato que toda aquella cebada no podía ser fruto simplemente del espigueo, porque es mucho más que el fruto de un día normal de cosecha. Comprende que algún propietario de tierra ha sido especialmente benevolente con ella. Rut no sabe que toda la cebada que ha encontrado detrás de los segadores es fruto de la orden dada por Booz a los hombre de “dejar caer las espigas” – esto solo lo sabemos nosotros. Noemí lo intuye y por consiguiente ve mucho don dentro de este salario.

Noemí bendice al hombre anónimo que se ha “interesado” por Rut. El verbo nakar podemos traducirlo como “interesarse” o también, quizá con mayor propiedad, como “reconocer”, en particular reconocer al extranjero. La cosecha tan buena que Rut lleva a casa es fruto del reconocimiento a una mujer extranjera (moabita), que se encuentra en una triple condición de desventaja: mujer, pobre y extranjera. El reconocimiento de una mujer pobre y extranjera se ha concretado en un “salario” especialmente generoso, en una mezcla de trabajo y don. Y aquí encontramos otra perla antropológica y económica. Cuando en el mundo del trabajo nos encontramos ante una persona en una condición inferior y “extranjera”, cualquier reconocimiento verdadero debe comenzar por un salario generoso, que supere lo previsto en el mercado normal del trabajo. Porque en toda sociedad los salarios de los pobres no son nunca justos, aunque los ponga el mercado – el mercado es imagen casi perfecta de las relaciones de poder que rigen una sociedad. Reconocer a un trabajador pobre significa antes que nada reconocerle un salario más alto que el “normal”, porque el salario normal sería insuficiente. Aquí el don se convierte en deber para que los salarios puedan ser justos. Sin embargo, ayer y hoy la forma más normal de no reconocimiento de los pobres, extranjeros y mujeres es humillarlos con salarios “normales”, que no son nunca justos porque son demasiado bajos. Hoy los salarios normales de mercado pagan a un temporero inmigrante un salario mensual más bajo que una sola hora de trabajo de un economista. Son salarios normales e injustos, que no reconocen la dignidad de los trabajadores. Y cuando un empresario “distinto” aumenta los salarios de sus trabajadores, incluyendo una parte que no debería estar siguiendo la ley del mercado, está usando el don para realizar un acto de justicia. La historia del trabajo ha conocido muchos gestos nacidos como dones que después se han convertido en derechos.

«Rut le contó: -El hombre con el que he trabajado hoy se llama Booz» (2,19). Ahora también Noemí conoce el nombre de Booz, y pronuncia una segunda bendición: «Noemí dijo a su nuera: -Que le bendiga el Señor, que no deja de apiadarse de vivos y muertos» (2,20). Ahora la bendición es personal. Es para Booz. En el texto hebreo no se entiende si el pronombre “que” se refiere a Booz o al Señor, cuál de los dos es el piadoso. Es posible que el autor no haya querido deshacer la ambigüedad para mantener juntas la hesed (misericordia) de Dios y la de Booz. Porque en la Biblia la misericordia-amor de Dios se manifiesta, se debe manifestar, en la misericordia-amor de hombres y mujeres concretos. Y aquí el libro de Rut se sigue revelando como un libro totalmente nuestro. Un libro que habla de nosotros. Aquí la voz de Dios y su providencia llegan a través de voces y providencias de mujeres y de hombres. No todos somos profetas y no todos tenemos el don de escuchar directamente la voz que nos llama. Pero todos podemos reconocer la mano de Dios en las manos de hombres y de mujeres que se convierten en providencia y misericordia para nosotros. Demasiadas personas no experimentan la mano de la providencia porque nuestras manos no son suficientemente generosas. El reconocimiento asume una forma indirecta: Booz (A) reconoce a Rut (B) y Noemí (C) bendice con reconocimiento a Booz (A). Las bendiciones más hermosas son las que nos llegan de quienes ven nuestra acción de reconocimiento y nos llenan de reconocimiento. Tres es el primer número de la gramática social.

Cuando Rut, al comienzo del día, sale a espigar, deja a Noemí triste, “amarga” y “vacía” (1,20), convencida de que Dios la ha abandonado. Ahora, al final de este primer día, Noemí se nos presenta llena de vida y de palabras. Recupera el sentido de su nombre Noemí (“la dulce”), bendice dos veces y menciona el nombre de YHWH con benevolencia y gratitud. La experiencia de la benevolencia de Dios y de los hombres (Booz) despierta en ella la voz de Dios. Otro gran mensaje de este libro. Las depresiones espirituales, a diferencia de las psíquicas, a menudo se originan cuando una persona, que ha hecho de la vida interior el capital más valioso de su existencia, comienza a sentir con fuerza y durante largo tiempo la desaparición de una presencia íntima, la más íntima. En una primera fase, lucha, busca otras sintonías más sutiles o profundas. Pero si la ausencia continúa, la persona cae en una verdadera noche del espíritu, en la que no ve el alba ni la esperanza del alba. Se insinúa la convicción de que la voz que había sido el alma del alma ha desparecido para siempre y no hablará más. La Biblia nos dice que de estas depresiones especiales, que se parecen mucho a las depresiones “normales” (pero son muy distintas), se puede salir de dos maneras. La solución más común es una intervención directa de Dios, que irrumpe en a vida de la persona deprimida espiritualmente (Elías, Ana, Abraham, etc.). Pero ahora descubrimos que también existe la solución del libro de Rut, donde una mujer (Noemí) sale de una depresión porque recupera la presencia de Dios a través de la benevolencia de un hombre. Pero, a diferencia de otros pasajes bíblicos donde la persona humana que despierta en el otro la presencia apagada de Dios es un profeta (Eliseo, Isaías, Natán, el mismo Jesús), en el libro de Rut lo que despierta a Dios en Noemí es la acción de un hombre corriente, de una persona normal, de uno como nosotros. Y la encuentra, una vez más, indirectamente: Noemí (A) ve actuar a Booz (B) con misericordia hacia su nuera Rut (C), y en esta acción generosa Noemí vuelve a sentir el amor de Dios (D) y de la vida para consigo misma (A). Al Dios bíblico le gusta introducirse dentro de nuestras reciprocidades, esconderse detrás de las máscaras-personas de la comedia humana, que es también divina.

No podemos saber cuántas Noemí se encuentran con Dios en su alma porque han visto a un Booz convertirse en providencia generosa para alguna Rut. La Biblia nos desvela la trama de la historia, nos da al final la visión de conjunto del relato, donde todo se vuelve transparente. Pero en el libro de la vida las máscaras no siempre se quitan al final. Nosotros solo conocemos algunos pasajes, a veces solo algunas palabras de la historia que estamos escribiendo. Quizá solo en el paraíso nos daremos cuenta de cuántos Booz había en nuestras resurrecciones, y a cuántas Noemí hemos resucitado porque hemos reconocido, amado y acogido a un pobre, a una extranjera, a una víctima, y alguien nos ha visto. Finalmente comprenderemos que incluso detrás de nuestras misteriosas resurrecciones, que algunas veces nos han levantado cuando pensábamos que todo había terminado y nos han hecho descubrir nuestro verdadero nombre, había alguien que había amado también por nosotros. La Biblia es este paraíso aquí abajo, que nos dice y asegura que las tramas invisibles de amor que se forman a nuestro alrededor son más numerosas y valiosas que las pocas que conseguimos ver con los ojos desnudos.

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