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Mano de Dios y manos de mujer

La fidelidad y el rescate/9 – El fatalismo es masculino, la solicitud es femenina. Como la Providencia.

Luigino Bruni

Publicado en Avvenire el 30/05/2021

«Sin antepasados, sin bodas, sin descendientes, con unas ganas salvajes de antepasados, de bodas y de descendientes… De todo existe un sucedáneo mísero y artificial: de los antepasados, de las bodas y de los descendientes». 

Franz Kafka, Diarios, 22 de enero de 1922

En el plan orquestado por Noemí para que Booz rescate a Rut, encontramos la figura estupenda del Goel, y aprendemos que el humanismo bíblico es más grande que nuestros errores y que nuestras virtudes. 

Algunas palabras tienen la sublime capacidad de abrir nuestras historias, incluso la historia de toda una vida. Algunas veces una sola palabra es capaz de abrir un libro. Una palabra parecida a las demás palabras, pero distinta. El libro de Rut se abre pronunciando la palabra Goel: el rescatador, el redentor. La Ley de Moisés preveía obligaciones jurídicas para los parientes cuando una mujer quedaba viuda sin herederos. El goel era un pariente, generalmente cercano, que en algunos casos concretos debía rescatar derechos – habitualmente sobre patrimonios muebles e inmuebles – de otros miembros del mismo clan. En particular debía recuperar bienes enajenados en condiciones de grave necesidad (Jr 32) o liberar a miembros de la familia vendidos como esclavos a causa de deudas no pagadas (Lv 25,47 ss). Era una institución maravillosa, que nos invita a preguntarnos hoy dónde están los goel para los esclavos de nuestro tiempo, olvidados en las cárceles o en la soledad de sus casas. Del goel se habla también en el libro de Job, cuando en el culmen de su grito de querella con Dios, desde su montón de estiércol, exclama: «Yo sé que mi goel está vivo y que al final se alzará sobre el polvo» (Job 19,25). En la Biblia, el goel es también el mismo YHWH, que rescata y salva a Israel, su pariente cercano. El Goel es el mesías que rescatará y salvará a su pueblo y a toda la tierra, que gime y grita hasta que venga a rescatar a todos los pobres y a todas las víctimas, sin olvidar una. Porque mientras quede en la tierra un no rescatado, la fraternidad humana siempre será incompleta, la justicia insuficiente y la alegría imperfecta. 

«Noemí dijo a su nuera: -Ese hombre [Booz] es pariente nuestro, uno de los que tienen que responder por nosotras [goel]. Entonces Rut, la moabita, siguió diciendo: -También me dijo que no me apartase de sus siervos hasta que no le acaben toda la siega. Y Noemí le dijo: -Hija, más vale que salgas con sus siervas, y así no te molestarán en otro campo» (Rut 2,20-22). Así pues, Booz, el generoso dueño del campo de trigo de Belén, es un posible goel de Noemí y de Rut.

En realidad, si nos fijamos bien, lo que Noemí tiene en mente no es solo invocar el derecho de rescate. Antes que nada, la pariente de clan es ella, Noemí, y no Rut, que es extranjera (moabita). Ella diseñará su propio plan para que Booz no solo rescate la herencia de su marido, sino que tome a Rut como esposa. El plan se acerca más a la institución del levirato que a la del goel. El levirato preveía para el cuñado la obligación de casarse con la esposa viuda de su hermano, obligación que en muchos casos se extendía a otros parientes menos cercanos.

Noemí ve en Booz la figura de su salvador. Pero después del primer encuentro en el campo, donde Booz se había mostrado interesado en Rut y muy generoso con ella, en las siguientes semanas de siega y espigueo no ocurre nada. Rut sigue espigando, pero el rescate no llega: «Rut siguió con las siervas de Booz, espigando hasta acabar la siega de la cebada y del trigo. Vivía con su suegra» (2,23).

El tiempo de la siega termina y llega el de la trilla. Rut no tiene motivos para encontrarse con Booz – es una temporera, una trabajadora precaria. El posible rescate que había vislumbrado está a punto de desvanecerse. Entonces Noemí actúa en primera persona: «Un día su suegra le dijo: -Hija, tengo que buscarte un hogar donde vivas feliz. Resulta que Booz, con cuyas siervas has estado trabajando, es pariente nuestro. Esta noche va a aventar la parva de cebada» (3,1-3). En el primer capítulo Noemí había dicho que YHWH trataría «con piedad» a sus dos nueras, Orfá y Rut. Noemí hasta este momento ha permanecido pasiva, esperando esta piedad. En un momento determinado confía en Booz. Pero ahora Noemí deja de esperar pasivamente y pasa a la acción, ayuda a la Providencia a ayudar a Rut. Es típico de las mujeres de la Biblia saber reconocer en situaciones de crisis cuándo ha llegado el momento de actuar, y lo hacen inmediatamente, deprisa. Saben permanecer muy bien a la espera, firmes, incluso bajo las cruces. Pero estas esperas y estos stabat son una preparación para el momento en que sienten que deben pasar a la acción. Podríamos hacer una larga lista con estas mujeres solícitas: Abigail, que cubre de regalos a David para evitar una guerra; Rebeca, que engaña a su marido Isaac para favorecer a Jacob; las parteras de Egipto, que desobedecen al faraón para permitir el nacimiento de los niños; Rispá, la madre estupenda, que en otro tiempo de siega supo proteger con su vestido el cuerpo de los hijos crucificados (2 Sam 21)…; María, que en Caná vio de otro modo a su hijo y pasó a la acción. Estas mujeres no actúan porque una voz las llame desde lo alto o desde fuera. Actúan porque escuchan una voz que habla desde dentro de los acontecimientos – los acontecimientos emiten un ultrasonido que muchas mujeres saben percibir por un instinto natural.

También la Providencia es distinta vista por las mujeres. Saben que su Mano existe y actúa, pero sienten que esa Providencia debe ser activada por sus actos concretos, que esa gran Mano necesita el empujón amable de sus manos más pequeñas y creativas, sobre todo cuando advierten que los planes divinos comienzan a oscurecerse y corren peligro de estropearse. Entonces toman la iniciativa y se convierten en co-protagonistas de las comedias divinas, sin que ningún ángel les haya dado permiso. Se adelantan a los hombres, se adelantan a Dios, para que la vida pueda continuar. Siguen inventando y contando nuevas historias cada noche para que la muerte retrase su llegada hasta olvidarse de que tiene que llegar. Y no importa si las historias son verdaderas o inventadas con el único fin de intentar vencer la muerte. El fatalismo es una palabra masculina, la solicitud es un sustantivo femenino. Esta es también una de las formas que asume la oración: cada oración auténtica es una pequeña mano que se posa sobre otra Mano, y tocándola la empuja, la despierta, la conmueve y a veces la mueve.

Noemí se entera (no sabemos cómo) de que Booz va a ir por la tarde a la era donde se está trillando la cebada. La trilla era una operación decisiva del ciclo del grano en las civilizaciones del Mediterráneo. Un gesto del vocabulario familiar muy amado por la Biblia, sobre todo por los profetas (Isaías, Jeremías). La paja se separaba del grano mediante aventadores, grandes palas de madera que soplaban aire sobre las espigas ayer segadas y atadas y hoy esparcidas por la era. La trilla en la era, situada en la periferia del pueblo, era un tiempo de fiesta para los campesinos – yo mismo conservo un vívido recuerdo de la infancia. Se comía bien, los hombres bebían, y por la noche se tocaba música y se bailaba. Era una de las fiestas arcaicas donde, dentro del ciclo natural de las cosechas, los pueblos festejaban a sus divinidades, renovaban los lazos comunitarios, celebraban la fertilidad, e invocaban la generosidad de la próxima cosecha. En este clima de euforia se toleraban algunas transgresiones, incluso sexuales.

En este contexto de fiesta pagana, Noemí urde un plan para mover a una Providencia que parece encallada. Es impresionante la secuencia de órdenes que Noemí da a Rut: «Lávate, perfúmate, ponte el manto y baja allá. Que no te vea mientras come y bebe. Y cuando se eche a dormir, fíjate dónde se acuesta; vas, le destapas los pies y te acuestas allí. Él te dirá lo que has de hacer» (3,3-4).

Lávate, perfúmate, vístete, baja... Todo alto y claro. Noemí sabe lo que quiere, y sabe qué medios usar. Sabe también que es un movimiento arriesgado, pero parece muy segura en su proyecto. No sabemos por qué Noemí no se dirige directamente a Booz y habla con él. Habría sido mucho más prudente que mandar a su nuera – de noche, sola, perfumada y con la ropa mejor – andando por el pueblo y entre los puestos de la era.

El libro no nos dice los motivos de esta elección de Noemí. Es posible – como mujer experta – que conociera bien a los hombres y supiera que con ellos la seducción el eros puede funcionar mejor que la persuasión de las palabras espirituales, que la ley del cuerpo puede funcionar mejor que la ley del agape o convertirse en aliadas. Lo cierto es que la suegra le pide a la nuera que se meta en la cama de Booz, un hombre probablemente mayor y casado. Le dice que se acueste “con él”, con explícita alusión al acto sexual - los “pies” en la Biblia se usan a menudo como eufemismo para indicar los genitales. Lo importante es alcanzar el objetivo, es decir el rescate de Rut.

Con esto la Biblia expresa su laicidad y muestra que no es un tratado de buena educación. Su laicidad es tan radical que se vuelve embarazosa, porque prefiere abochornarnos antes que traicionarnos. Su salvación pasa por las acciones humanas, no todas ellas respetables y corteses. En la genealogía de Jesús está presente este acto de meterse en la cama de un hombre. Parte de esta carne también se ha convertido en Logos. La Biblia y los Evangelios no tienen miedo a la humanidad entera. Nosotros, en cambio, llevamos dos milenios buscando lecturas alegóricas y mensajes teológicos escondidos con tal de cancelar este gesto embarazoso de la abuela de David y de la antepasada de Cristo. Habríamos preferido una historia más espiritual. Sin embargo la Biblia nos narra historias de salvación escritas con palabras demasiado parecidas a las nuestras, para que nuestras palabras se hagan más grandes que nosotros – y de este modo, cuando las usemos para llamar a los ángeles y a los demonios estos nos respondan.

En el humanismo bíblico, las limitaciones, los errores e incluso los pecados están dentro de una oikonomia de la salvación más grande. Aquí no nos salvan solo nuestras virtudes y nuestro lado luminoso; nos salva también la oscuridad y la sombra. El libro de Rut no condena el plan de Noemí. Los Evangelios llegan incluso a elogiar a un administrador deshonesto (Lc 16). La Biblia sabe que somos «poco menos que los ángeles» y también hijos de Caín, herederos de virtudes y de pecados, que solo cuando se amasan juntos se convierten en el barro capaz de dar forma a la imagen de Elohim. Los ángeles ya existían. Dios nos ha creado a nosotros para ver algo nuevo, que a menudo acaba en las calles y en los lugares equivocados, pero que no deja de ser hijo aunque se encuentre en las pocilgas. Porque lo verdaderamente importante es creer que el goel llegará y nos encontrará suficientemente pobres como para reconocerlo.

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