Opinión – Dar un nombre tan retador a un cargo gubernamental significaría hacer algo profético en tiempos de guerra. Y darle el cargo a una figura femenina lo sería todavía más.
Luigino Bruni*
publicado en Avvenire el 29/06/2025
La historia civil y moral de los pueblos podría escribirse siguiendo la historia de sus ministerios. Los ministerios que fueron suprimidos, los nombres nuevos que se dieron a los viejos ministerios o los nombres que se eligieron para los nuevos. El gobierno de Mussolini, por ejemplo, en los veinte años más oscuros de nuestra historia moderna, cambió nombres de viejos ministerios, eliminó algunos y sobre todo introdujo muchos nuevos: ministerio de las corporaciones, ministerio de producción bélica, ministerio de educación nacional, ministerio de cultura popular, etc. Y mantuvo el ministerio de guerra.
En 1947, el gobierno de Gasperi cambió el nombre del viejo Ministerio de Guerra por ‘‘Ministerio de Defensa”, un nuevo nombre resultado de la infinita tragedia de las guerras, el fascismo y la Asamblea Constituyente. Un nombre hijo de la misma consciencia colectiva que en aquellos años estaba escribiendo el Artículo 11 de la Constitución republicana sobre el rechazo a la guerra. Muchos gobiernos de la República introdujeron, cada tanto, nuevos ministerios (Ministerio de turismo, de bienes culturales y ambientales, de deporte…), y les cambiaron el nombre a otros, como cuando después de un largo proceso que involucró a gobiernos de todas las orientaciones políticas, el “Ministerio de instrucción pública” sufrió la amputación del adjetivo “pública”. Un nombre modificado y dañado aún más por el gobierno de Meloni, que a la ya no pública educación quiso agregarle el triste sustantivo de “mérito’’. Cualquiera que haya creado una empresa, una institución o una asociación sabe que la elección del primer nombre o un eventual cambio es siempre un hecho extremadamente importante. Un nombre se cambia después de un acontecimiento decisivo, un trauma, un duelo, un matrimonio, un cambio de época que modifica radicalmente las coordenadas de la vida, de la comunidad, del mercado y de la sociedad. Nunca es una operación estética, nunca debería serlo. Las guerras volvieron a casa, aunque hagamos como si fueran de otros e interpretemos el cómodo papel del que solo manda armas de defensa o del que aumenta el arsenal militar solo por prudencia. Aquellas guerras que pensábamos, al menos en Europa, haber dejado en los libros de historia, volvieron a los periódicos y a las crónicas, a los temas de nuestros hijos en la escuela. De aquí una primera pregunta: ¿no sería necesario u oportuno cambiar al menos el nombre del actual Ministerio de Defensa por “Ministerio de Defensa y de Paz”? Así, después del primer cambio de Ministerio de Guerra por Ministerio de Defensa, hoy, en una época dramáticamente bélica, se podría dar un paso cultural y ético en la única dirección correcta, con un humilde cambio de nombre.
Pero se podría hacer algo más todavía, algo de verdad profético: tomar muy en serio la Campaña por la instauración de un Ministerio de Paz, lanzada originalmente por Don Oreste Benzi en los años noventa, relanzada hace unos meses en estas páginas por Stefano Zamagni (en esto un buen alumno de Don Oreste), y hoy asumida por diferentes asociaciones. ¿Qué cosa más oportuna y necesaria que este nuevo ministerio? La política tiene otras cosas en mente, lo vemos, firman la petición de rearmamiento de la OTAN, respondiendo de manera equivocada a nuestra preocupación. Solo una campaña que primero sea una bola de nieve y luego una avalancha podrá obtener lo que hoy es un deseo o una utopía. Porque, como sabemos gracias a la historia, cuando la realidad alcanza y supera un umbral crítico invisible, revela su propia disciplina absoluta que se impone por sobre todas las ideologías y los intereses.
¿Cómo debería funcionar ese Ministerio?, ¿cuáles serían sus oficinas y sus departamentos?, ¿cuáles serían sus facultades? Todo eso se verá, pero por ahora solo hace falta seguir con la campaña, en todos los niveles. Porque como le gustaba decir a Don Oreste, “las cosas bellas primero se hacen y luego se piensan”. ¿Y qué hay más hermoso que la paz? En cualquier momento, en cualquier lugar, en nuestro tiempo…
Por último, el ministro de este nuevo ministerio debería ser una mujer. La Biblia está llena de “mujeres de paz” (a las que Avvenire ha dedicado una larga campaña periodística) que supieron usar sus talentos relacionales para evitar potenciales conflictos. Abigail, la mujer de Tecoa, la reina Ester… mujeres sabias que consiguieron evitar guerras con palabras diferentes, con un logos de paz. Quizás porque nos enseñan de pequeños a transformar los primeros ruidos y sonidos en palabras, porque alimentan a sus niños con leche y con cuentos, o quizás porque desde hace miles de años, bajo las tiendas de campaña, intercambian sobre todo palabras de vida. Quizás por todas estas cosas, y seguramente por otras, las mujeres saben hablar de paz mejor y de un modo diferente a los hombres. Sobre todo saben buscar, crear, inventar palabras que todavía no tenemos, pero que definitivamente deben estar para seguir viviendo. Una mujer ministra de la paz. Quizás una madre, porque la historia de la paz y de la guerra deberían escribirla solamente las madres.
* Vicepresidente Fundación The Economy of Francesco