“Intereses” y “venganza” son las dos palabras clave del magisterio de paz del pontífice: los intereses no dejan de ser intereses aunque sean legítimos, y como tales no son un valor absoluto, mientras que la paz empieza con una venganza interrumpida en vistas de un bien más grande.
Luigino Bruni
publicado en Vita el 01/07/2025
«La paz esté con ustedes», fueron las primeras palabras del papa León XIV en el saludo que siguió a su elección. Un saludo que, junto a su nombre, escogido por la Rerum Novarum, fue su primera carta encíclica (toda la doctrina social de la iglesia tiende a la paz); asi como su nombre, Francisco, fue la primera carta del papa Bergoglio. En todo “discurso”, las primeras y últimas palabras son siempre decisivas. Después de aquella primera noche en Roma, el papa León nunca dejó de saludar y de iniciar sus intervenciones públicas con “la paz esté con ustedes”.
Es un saludo evangélico - “Mientras ellos todavía hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: ‘la paz esté con ustedes’’’ (Lucas 24:36) -, y también un pilar del carisma de Francisco. Como cuenta su primer biógrafo, Tommaso da Celano: “en cada sermón suyo, antes de comunicar la palabra de Dios al pueblo, deseaba la paz diciendo ‘el Señor les conceda la paz’. Esta paz la anunciaba siempre de manera sincera a hombres y mujeres, a todos los que encontraba o a los que venían a él. Así lograba con frecuencia, con la gracia del Señor, inducir a los enemigos de la paz y de su propia salvación a convertise ellos mismos en hijos de la paz, deseosos de la salvación eterna” (Vita prima, cap. 10, § 359).
¿Cómo se pueden seguir traicionando los deseos de paz de los pueblos con las falsas propagandas del rearmamento?
Papa León XIV
Es muy importante que en estas primeras intervenciones públicas el papa León está haciendo de la paz su lema central, como pasó también con el discurso dirigido a los participantes de la Reunión de las Obras de Ayuda a las Iglesias Orientales (Roaco), el 26 de junio pasado.En aquel discurso, fuerte y valiente, el papa afirmó, entre otras cosas: “Es realmente triste asistir en muchos contextos a la imposición de la ley del más fuerte, en base a la que se legitiman los propios intereses… Esto es indigno del hombre, es vergonzoso para la humanidad y para los responsables de las naciones ¿Cómo se puede creer, después de siglos de historia, que las acciones bélicas lleven a la paz y no se vuelvan contra los que las llevan adelante?, ¿cómo se puede seguir traicionando a los deseos de paz de los pueblos con las falsas propagandas de rearmamento, en la vana ilusión de que la supremacía resuelva los problemas y no alimente el odio y la venganza?”.
Aquí el papa identifica dos ‘‘razones’’ (o mejor “irrazones”) de la guerra, de todas las guerras, incluyendo las nuestras. La primera son los intereses. No todos los intereses son ilegítimos. Detrás de las guerras están también los intereses de légitima defensa, de integridad del territorio, de justicia. Lo sabemos. Pero siguen siendo intereses, y como tales no son un valor absoluto. Son elementos importantes en la vida de las personas y los pueblos, pero no son absolutos ni innegociables. Hay algo más importante y profundo que los intereses. Está la vida, la vida de la gente, incluyendo la de los soldados (a veces pareciera que la muerte de los soldados es normal, y que solo la muerte de los civiles está mal). Ningún territorio, aunque fuese grande como el planeta, vale la vida de un ser humano. En Europa hemos inmolado la vida de decenas de millones de hombres y mujeres en defensa de kilómetros de fronteras, en defensa de las fronteras de la patria, tratando a las personas como instrumentos de muy bajo valor para salvaguardar la tierra. ¿La historia de Italia hubiera cambiado para peor si perdíamos la guerra contra Austria? No lo sabemos, pero es casi seguro que nos habríamos ahorrado el fascismo con su delirio de un imperio por reconstruir. En Europa hemos aprendido, a un altísimo precio, la terrible lección de la ilusión de las fronteras, pero hoy en lugar de valorarla y de enseñarla a naciones más jóvenes, nos volvimos partidarios de reacciones infinitas y de venganzas.
De hecho, venganza es la otra palabra clave de ese discurso. La venganza siempre fue la gran gasolina de los conflictos, desde las personales hasta de las guerras. La Biblia lo sabe muy bien, cuando hace poner a Dios la marca de Caín, para que nadie mate al fratricida y evitar la venganza con su repetición “mimética” (René Girard). La historia nos ha enseñado que las guerras terminan cuando una de las partes, a menudo unilateral, decide poner fin a la cadena potencialmente infinita de la venganza. La paz empieza con una venganza interrumpida con vistas a un bien mayor, cuando el pequeño “bien” de vengar una injusticia cede el paso a la construcción de una gran justicia, la paz.
Gracias papa León. Te apoyamos en tu magisterio de paz. Sería muy hermoso y profético si, a imitación del papa, en estos terribles tiempos de guerra todas las conferencias y todas las misas de los católicos empezaran con “la paz esté con ustedes”, y así terminaran. La paz se genera también con palabras, pronunciando todos juntos palabras distintas, y hermosas. Como la palabra paz.
Credit Foto: ©Vatican Media