Se acabó en Europa la larga temporada de la iglesia como imago imperii con todo su corolario del culto, la liturgia, el derecho canónico, el poder… ¿Y si este regreso a un tiempo precristiano que vuelve a celebrar el Sol invictus fuese el comienzo del deseo de un nuevo advento?
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 16/12/2025
La foto que tomé en Lovaina, donde la única iglesia abierta con la que me crucé era un museo, no me habla de espera sino de ausencia, con unos Reyes Magos que ya llegaron al pesebre, porque la distancia que ellos tienen respecto a la epifanía no es temporal, sino una distancia metafísica que no se puede colmar. Son Magos desorientados, no saben a dónde ir ni saben quién es ese niño. Ya no llevan ‘dones’ sino ‘regalos’, en paquetes y cintas ya confeccionados por el negocio, todos iguales.
Esa cuna vacía y cerrada con candado, y esos Magos ausentes aunque ya llegados, me dijeron algo nuevo: el cristianismo, la cultura cristiana, ya no existe en Europa. En su lugar está la navidad (con ‘n’ minúscula) del consumo, de los regalos, de los sentimientos bonitos, de los renos, de los cabritos, de los descuentos. Cosas comprensibles, cosas incluso queridas por la gente, porque nos gustan las fiestas.
Volvimos al siglo II o III, a antes de la religión cristiana, a la fiesta de la luz y del solsticio de invierno (Sol invinctus). Volvimos a las guerras de aquel imperio, a las categorías de bárbaros y extranjeros, a los esclavos, a los patricios y plebeyos, a los muchos juegos y al poco pan. ¿Y por qué debería volver el Niño Jesús en medio de toda esta maldad?
Pero mientras meditaba sobre esto, me vino una pregunta: “¿Estás seguro de que esta ausencia es algo malo? ¿Y si esta ausencia fuese el nuevo nombre de la espera?, ¿y si fuese el comienzo de un nuevo deseo de un nuevo adviento?’’.
Desde un plano histórico es absurdo preguntarse si la transformación de las primeras comunidades cristianas en la religión del imperio, y por ende del medioevo, haya sido algo buen o malo. Así fue y punto. Pero indudablemente las exigencias de la nueva religión del imperio (culto, liturgia, poder, derecho canónico…) cambiaron algo importante, aquel primer carisma transformado en institución dejó algo de materia en el retoño.
Lo que es cierto es que esa larga temporada de la iglesia imago imperii se acabó, al menos en Occidente. Queda una cuna vacía, ícono del infierno democrático europeo. Pero de esas rejas ya cerradas, de ese vacío, de esos magos perdidos, de esas iglesias-museos algo puede renacer, y quizás ya está naciendo: el deseo de algo nuevo, la espera de un regreso, todo diferente y similar al de siglos pasados. Ya dejamos de esperar al mesías, su lugar lo ocupó la espera del paquete de Amazon. Y eso es demasiado poco.
Que la cuna vacía, los Reyes Magos perdidos y la reja de fierro sean padres de un nuevo deseo de ese niño. Quizás no hay entonces mejor tiempo que el nuestro para una nueva Navidad.
Deseo que en esta presencia-ausencia florezca un nuevo deseo de infinito, de un Logos que instale su carpa en medio de nosotros.








