Los intereses predominantes a corto plazo, empezando por los Estados Unidos de Donald Trump, obstaculizan los esfuerzos de la COP 30 en Brasil. La sabiduría llega de los pueblos nativos: una nueva música que hay que apoyar y divulgar.
Benedetto Gui
publicado en Città Nuova el 22/11/2025
“Entre dos adversarios, el tercero… sufre”. Son muchos los casos que describen bien este proverbio readaptado, quizás más que en los que aplica realmente el viejo proverbio (que dice que entre dos que se pelean, el tercero disfruta). Sufren los ciudadanos de los países en que se libran guerras alimentadas por intereses extranjeros; sufren los hijos por los conflictos entre los padres; sufren los ciudadanos por los conflictos entre adminstraciones públicas; sufren los no implicados si entre sus colegas hay dos facciones recíprocamente hostiles.
Detengámonos en este último caso porque tiene ciertas analogías con la cuestión climática discutida estos días en la ciudad amazónica de Belém. Hace unos quince años, los que se preocupaban por las amenazas medioambientales crecientes solían describir la situación del mundo como un barco que bajaba velozmente por un río con los motores a toda potencia, y la mayoría de los pasajeros (no el que lavaba los platos o el que transpiraba en la sala de las máquinas) bailaba al son de una orquesta, matándose de risa o encogiendo los hombros ante el que anunciaba que se dirigían a una cascada. En realidad, si no en una cascada, el mundo – o mejor, un pedazo del mundo – ya había acabado en el torrente. Pensemos en la ola de calor de Europa del 2003 que causó 70.000 muertes, con temperaturas superiores a los 40 grados durante varias semanas; en el ciclón Nargis en el 2008, que asotó a Myanmar con 140.000 muertes; o en el Huracán Katrina del 2005, que inundó New Orleans; o en el aluvión de Pakistán de 2010 que inundó una quinta parte de ese enorme país, castigando a 20 millones de personas. Fenómenos que no son del todo nuevos, pero sí de una intensidad y de una gravedad desconocidas por la memoria humana.
Pero con el tiempo, un número cada vez más grande de pasajeros del barco, entre ellos muchos jóvenes, empezaron a escuchar a aquellos que algunos llamaban (y todavía llaman) ‘‘profetas de la catástrofe’’. Y así es como, hace diez años, en la 21a COP (la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) de París, se dio un paso adelante muy significativo: un despliegue impresionante de jefes de Estado y de gobierno que participaron en la formulación de un acuerdo, firmado luego por 195 países, que trazaba un objetivo de calentamiento máximo (no más de 2° grados de aumento respecto a la temperatura media de la edad preindustrial); que incluía compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, y que contemplaba flujos de dinero hacia los países económicamente más débiles para soportar la transición de combustibles fósiles a formas de energía renovable.
Hoy tristemente – después de 3 años de guerra en Ucrania, 2 años en Gaza y en Sudán, muchos otros conflictos y una tensión creciente entre las grandes potencias – la imagen que mejor describe la situación del mundo es la de la película “Río Salvaje” (The River Wild, 1994), en la que en un gomón, que viaja a través de aguas turbulentas, se arma una lucha desesperada entre los pasajeros, con el resultado de que la embarcación no logra evitar ni la corriente, ni – esperemos no llegar a eso – la cascada.
Una de las primeras víctimas de un conflicto es, de hecho, la colaboración en la resolución de problemas comunes, como nos enseña cualquier junta vecinal.
En la 30a COP de Belém se vieron muchos menos jefes de Estado, y quedó muy poco de aquella voluntad común de comprometerse de verdad para evitar alterar el equilibrio térmico del planeta.
No ayuda tampoco la convicción generalizada de que a los problemas económicos los resuelve el mercado, tan equivocada cuando lo que está en juego son bienes colectivos como el medioambiente.
Por último, pasando a la política, no ayudan tampoco las posiciones nacionalistas, incapaces de dar la prioridad justa a la búsqueda del bien común, cuando esta supera los límites del Estado.
Como nunca antes, el mundo necesita hoy liberarse de los viejos hábitos y de los viejos reflejos mentales. En Belém estuvieron los pueblos nativos, víctimas de las agresiones cada vez más aceleradas a la naturaleza, haciendo sonar una nueva melodía. Es importante escucharla. Afortunadamente, a los jóvenes la música les gusta, y son los primeros en no conformarse con las viejas melodías. Tengamos esperanza en ellos, pero no los dejemos sólos.
Credit Foto: © Rafa Neddermeyer/COP30 Brasil Amazonia
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