Los beneficios del aporte de la inmigración no son tomados en consideración por la opinión pública
Benedetto Gui
publicado en Avvenire el 31/05/2025
En muchas situaciones que tienen que ver con la economía (pero no solamente) queremos cosas que son inconciliables con esas situaciones. La gente “quiere la luna”, decía el gran economista John M. Keynes al describir las contradicciones en los comportamientos económicos causados por la gran depresión de los años 30’. Algo parecido pasa hoy con el tema de los inmigrantes.
Como lo confirman también las últimas elecciones de los países del norte, tanto de este como del otro lado del Atlántico, la mejor carta para jugar electoralmente se ha vuelto la lucha contra la inmigración, en todas sus variantes: restricciones a los inmigrantes regulares, subvenciones a los países de tránsito con el fin de detener a los refugiados, centros semi-cárceles en lugares de llegada, en el país y en países terceros, repatriación de los que consiguieron entrar, y hasta la “remigración” incentivada, o forzada, de los ya establecidos.
En resumen, no los queremos. Y al mismo tiempo queremos que la producción industrial y artesanal, nuestro orgullo nacional, crezca de manera continua, sin problemas. Pero los empleadores – hagan la prueba de hablar con ellos – no logran encontrar personal (en diez años los puestos vacantes se duplicaron, según datos del Istat). Y en el área de servicios la situación es semejante. Es cierto, los salarios son bajos y deberían aumentar. Pero el problema está destinado a continuar, porque no solo la población italiana sigue reduciéndose, sino que cae también el índice de personas en edad de trabajo (estamos en el 63,5%, 4 puntos menos que en el 2000). Y luego queremos que nuestros 330 mil millones en pensiones (¡el 15% del Producto Interno Bruto!) se sigan pagando, sin que nos importe el hecho de que para aportar haya solo un trabajador y medio por pensionado, peor que en Alemania (un trabajador y 3/4) o que en España (dos trabajadores). Una situación que es grave y que, si el continuo envejecimiento no se compensa con nuevos trabajadores, está destinada al colapso. Algunos trabajadores adicionales podrían venir del aumento de la participación de las mujeres en el trabajo y del aplazamiento de las jubilaciones, pero eso difícilmente pueda compensar el desequilibrio demográfico si no hay un flujo de trabajadores del extranjero: piénsese que los italianos de 50 a 54 años, a quienes la edad de jubilación les llegará en unos quince años, son exactamente el doble que los niños de 5 a 9 años, que deberían entrar en el sistema productivo para sustituirlos.
Obviamente queremos también que cuando vayamos a vender nuestra casa, a menudo pagada laboriosamente en cientos de cuotas, haya algún ansioso por comprarla a un precio alto. ¿Pero quién la va a comprar si no hay perceptores de ingresos (e insertos también en carreras profesionales con perspectivas de estabilidad y de mejora)? Quizás la caída demográfica esté también detrás de la caída significativa de los precios de los inmuebles ya existentes (-15% entre el 2010 y el 2024). Quisieramos también que nuestros hijos, después de haber estudiado, encontraran buenas oportunidades de trabajo, incluso de este lado de los Alpes, usando sus talentos para sacar adelante nuestro país. Pero por año se van a estudiar al extranjero 190 mil italianos, en gran parte jóvenes graduados, de los que vuelven poco más de un cuarto. Las causas son en verdad muchas, entre ellas la falta de inversión en tecnologías avanzadas por parte del sistema de nuestro país. Pero a la larga, una población en edad laboral en descenso no favorece la ampliación de la base productiva, y va en detrimento también del número de puestos más calificados. Es cierto, el tema de la inmigración es extremadamente complejo y habría mucho más por decir, pero a veces tengo la impresión de que lo expuesto aquí arriba no es ni siquiera tomado en consideración por la opinión pública, debido a la prevalencia de un prejuicio hostil. Me parece que nos hemos olvidado de haber sido un pueblo de migrantes que, antes de ser apreciados e integrados, fueron malvistos y despreciados, como cuando en Estados Unidos se prohibía en los locales la entrada “a negros y a italianos” (nuestros abuelos y bisabuelos pueden hablar de situaciones parecidas en otros lugares). Es justamente la historia de las migraciones la que nos cuenta que los nuevos ciudadanos, si son aceptados y tienen las condiciones de aportar, pueden ejercer una fuerza propulsora en los países de arribo.
Una actitud menos negativa de la política hacia los inmigrantes es sugerida no sólo por las instancias de solidaridad, sino también por el interés de una visión de futuro.
Credits foto: Foto di Airam Dato-on su Unsplash