Recurrir a consultores para reorganizar la vida religiosa hace que en las comunidades entren criterios y modelos que alejan al carisma de su primado, con una metamorfosis peligrosa
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 10/08/2025
Durante muchos siglos los carismas cristianos han ofrecido ideas y categorías a la vida civil. Monjes, monjas y hermanos aconsejaron a príncipes, mercaderes y banqueros, escribieron estatutos comunales, crearon universidades y hospitales. Desde hace algunas décadas la creatividad cultural y social de los carismas se redujo muchísimo. La cultura cristiana, también por el encuentro fallido con el espíritu moderno, entró en una oscura noche silenciosa, en la que se le pregunta al profeta: ‘Centinela, ¿cuánto queda de la noche?’ (Isaías 21:11). En esta carestía larga de pensamiento y espíritu, los representantes del paradigma vencedor, los negocios, están entrando en masa a las comunidades eclesiales, donde quieren enseñar a gobernar y a relacionarse, incluso en la espiritualidad. Las empresas han cambiado la espiritualidad del mundo religioso, la han adaptado a fines empresariales, desnaturalizándola (la espiritualidad conoce solo el valor intrínseco); y la espiritualidad que hoy retorna al mundo religioso es una espiritualidad ‘genéticamente modificada’ por el paso a través del business. Pero nos gusta igual, y hasta quizás más.
Un punto crucial en el que la presencia de los negocios tiene mucho peso en las comunidades religiosas es el del liderazgo, el primer dogma de la nueva religión capitalista. Existe, de hecho, una afinidad electiva entre el mundo religioso y el liderazgo. La vida religiosa nació en el pasado como una sociedad jerárquica, dividida entre superiores y súbditos. El mundo después cambió, se cortó esa visión jerárquica y se generó un verdadero vacío que hoy admite varias formas. La primera es la anarquía, comunidades de ‘hazlo tú mismo’ en las que cada uno/a tiene su propia interpretación del carisma. Otros reaccionan con un regreso nostálgico a la jerarquía y a la ‘radicalidad’ del pasado, y tal vez los daños ahí sean mayores. Se fían cada vez más de las consultorías y del liderazgo como una solución simple: basta con transformar al superior en líder para salvar la tradición y el espíritu moderno. Si además al sustantivo liderazgo se le añaden nuevos adjetivos, la conquista es perfecta: liderazgo ético, compasivo, inclusivo, responsable, de amor, ignaciano, benedictino, franciscano, de Jesús, ‘servant’, ‘caring’, ‘graceful’, etc. Todos los días se trabaja en los adjetivos y nunca se pone en cuestión el sustantivo (liderazgo), que es donde está la larva. Pero nada conquista más el alma del mundo religioso que el liderazgo espiritual, el nuevo culto capitalista disfrazado de mística que está invadiendo comunidades, movimientos y sínodos, donde se lo recibe con el mismo entusiasmo con que el rey azteca Moctezuma recibió a Cortés.
Imaginemos a Sor Antonia, priora de un monasterio benedictino en crisis: la congregación tiene que asumir decisiones que implican un esfuerzo cada vez más grande para las monjas. Se crean subgrupos, chismes, conflictos, individualismo, pérdida de entusiasmo y de alegría. La hermana Antonia está perdiendo fe y esperanza. Va a leer las viejas constituciones y encuentra palabras con un lenguaje que le suena lejano. Una de las monjas propone un día ir a una agencia experta en gobernanza y liderazgo, especializada en vida consagrada. Empiezan los trabajos y tres semanas después los consultores identifican el núcleo del problema: la hermana es vista todavía como superiora, hay que convertirla en líder espiritual, según los siguientes principios: 1) el líder espiritual no necesita de la jerarquía, porque el consenso interior y la libre adhesión de los seguidores nacen del “carisma del líder”; 2) debe tener “niveles más elevados de valores éticos” (Oh & Wang, 2020); 3) además, “debe ser atractivo, creíble y debe ser visto como modelo moral” (Brown, Trevino e Harrison, 2005). Al principio, la hermana Antonia está un poco perdida y se pregunta: ‘¿yo tendré todas estas cualidades?’; pero después los consultores la convencen, mostrándole que el liderazgo espiritual es más equitativo y más amable que las Reglas de los fundadores. ¿Pero es realmente así? Digamos que el verdadero problema de estos cambios no es su fracaso sino su éxito: a menudo se logra la metamorfosis, pero en vez de volar como mariposa despertás en la cama de Gregorio Samsa (Kafka).
El primer equívoco del liderazgo está en la misma palabra liderazgo. Porque su filosofía está construida en la distinción entre el que guía (líder) y el que es guiado (seguidor). Ninguna teoría del liderazgo pondría en duda ese dualismo, aunque diga explícitamente que lo quiere superar. El liderazgo es, en sí, un concepto jerárquico y posicional – basta pensar en el uso popular de esa palabra en el deporte: ‘líder de la carrera’, ‘líder del torneo’, etc.
Hay además un segundo problema, importante. Toda teoría del liderazgo implica necesariamente hacer énfasis en el líder como modelo ético y espiritual para los seguidores: el líder tiene que ser la referencia para sus seguidores. Y se olvida así de algo fundamental: en los monasterios y en los conventos el líder no es el abad o la abadesa sino la regla y el carisma. El abad es el primer seguidor. Cuidado entonces el día en que un monje piense que debe seguir a un líder, a una persona distinta a Cristo, quien nos recuerda con fuerza: “No dejen que nadie los llame ‘guía’” (Mateo 23:10). En la ausencia de líder está el secreto de la longevidad del carisma en el mundo monástico, que en esto se diferencia de los movimientos y las comunidades carismáticas del siglo XX. Aquí el fundador se parece mucho al líder carismático descrito por Max Weber, donde todos y todo dependen del líder. El liderazgo del fundador es esencial para el nacimiento de estos movimientos, pero los que han conseguido superar la etapa fundacional tuvieron que pasar de un liderazgo personal a un gobierno desprendido de las características de una o más personas. El liderazgo del fundador es la gran herencia de los movimientos carismáticos, pero es también su gran vulnerabilidad. Cuando los movimientos, en cambio, creen que van a superar la crisis del post-fundador tratando al presidente de líder, o sea como al fundador, se encuentran con dificultades fatales. La sabiduría de las comunidades después del fundador está sobre todo en saber transformar el gobierno en clave post-liderazgo, donde se logre estar juntos no por conformarse y seguir a un nuevo líder sino en base al carisma de todos y de cada uno. Un cambio realmente radical.
Y llegamos así a un tercer nudo. Las teorías del liderazgo se olvidan de que las monjas de una comunidad no son las followers de la priora, aunque esta fuese la más espiritual y ética del universo: cada una sigue la regla, el carisma y la vocación (que es una manera de seguir a Cristo), y cada una obedece a lo mejor de sí. Imaginar que las comunidades pueden ser diseñadas en una dinámica de líder espiritual y seguidores significa olvidar el sentido profundo del carisma y de las comunidades. Cuando llegan los expertos en liderazgo, estos retoman la visión dicotómica de líder/seguidor y, sin quererlo (es su trabajo), llevan a las comunidades por una dirección equivocada. Trabajando sobre el liderazgo desde hace años, junto a Paolo Santori, me convencí de que es cada vez más perjudicial para las empresas, y de que en la vida religiosa es devastador. Porque de una empresa se vuelve a casa por la tarde y todo se relativiza, pero de las comunidades no se sale, y si a los responsables o directores se les atribuye un crisma sagrado la jerarquía se vuelve más totalitaria y más peligrosa que la vieja jerarquía, donde al menos había límites, fronteras y contrapesos a la autoridad del abad.
¿Qué puede hacer entonces Sor Antonia y su comunidad? Primero, reconocer la crisis, no negarla, llamarla por su nombre y dejar que salgan sus ángeles y demonios. Después recibirla en casa y hacer fiesta con la nueva huésped. Escuchar la crisis de manera profunda, dejándola hablar y gritar, porque tiene cosas preciosas por decir, todas escondidas bajo la carcasa del dolor y del miedo. Por lo tanto, empezar a escucharse el uno al otro, sin apuro. Y rezar con los Salmos, con Job, con el Cantar de los Cantares, porque los siglos y los milenios de trato cotidiano con la Escritura son un patrimonio infinito, también de gobierno y de relaciones durante las crisis. Entonces Sor Antonia hará lo suyo, todas harán lo propio, y todas con la misma dignidad, honor y respeto. No se sentirá la líder espiritual de sus hermanas, no se presentará como modelo moral o espiritual para las demás. Estará frágil y con tantos límites como las otras, pero seguirá creyendo en el espíritu y en el carisma – esta es la esperanza cristiana – y vivirá esta labor transitoria simplemente como servicio. Hará simplemente su parte en un ‘juego’ colectivo, hará su paso en un ‘baile’ comunitario. Incluso porque, si miramos bien la Biblia, las personas elegidas para las misiones más importantes – de David a Moisés, de Ester a Pedro – eran las menos aptas para ser puestas como modelos espirituales a seguir: fueron elegidas, por el contrario, porque no estaban a la altura de la misión – la inadecuación es la condición normal de los reyes y de los profetas bíblicos, que conscientes de esto señalaban a la Ley (la Torá) como ‘líder’.
Algunas veces habrá una solución, que será siempre provisoria. Otras veces se deberá convivir con la no-solución, como hacemos todos en las familias, en las instituciones y en las empresas. Porque el oficio de vivir es una convivencia amable con el límite, la imperfección y la inadecuación, hasta el final.