Agorà - Pietro Del Soldà advierte sobre la fusión y la obsesión identitaria, dos patologías que representan una amenaza para la democracia
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 23/10/2025
Pietro del Soldà, famoso filósofo y apreciado periodista de Radio 3, continúa con Amore e libertà. Per una filosofia del desiderio (Editorial Feltrinelli) su reflexión sobre la libertad, la amistad y el amor, todas palabras que preceden a la vida, individual y colectiva. Un libro escrito con una prosa brillante, culta, atractiva, y por momentos poética. Es un libro sobre el amor y la libertad, y sobre la posibilidad y la necesidad de enunciarlas juntas, de decir una diciendo la otra y, al decirlo recíprocamente, entender sus desafíos, sus paradojas, sus incompletudes y sus trampas.
En la Introducción ya encontramos varias de las tesis del libro: “No hay felicidad fuera del amor, dice Diotima en el Banquete, y no hay tampoco deseo: si no hay impulso erótico, de hecho, no es realmente deseo, no me sacude en lo profundo, no me hace experimentar ese estado de privación radical que es la esencia del deseo y no me deja entonces palpar la eudaimonía, la felicidad que brota del acuerdo con el daimon, mi “parte divina”: si no amo y no soy amado nunca llegaré a ese acuerdo”. El amor es, entonces, amar y ser amado. Pietro del Soldà sabe que esa eudaimonía de Platón no coincide con la de Aristóteles, en quien la felicidad está poco asociada al daimon divino y mucho a las virtudes, sobre todo a las virtudes civiles. El discurso de Del Soldà es, de hecho, un discurso sobre el amor que parte de la visión de Platón, este inmenso filósofo que funciona como un eje constante y principal con el que se van a relacionar muchos otros autores (Plotino, Agustín, Hegel, Girard, Nietzsche, Simmel, Dumont, etc.: un índice de nombres hubiera sido útil). El punto delicado, que introduzco de inmediato, es si es posible y generativo articular un discurso sobre el amor conjugándolo solo, o principalmente, como eros. Lo veremos en esta nota.
Y agrega de inmediato el autor: “El amor, advierte Diotima, es también un astuto estafador, doleros, un “artífice de trampas”, por ser también hijo de Poros, o sea un artificio. Por lo tanto para manejar o domar al eros (Del Soldà recurre con frecuencia a la alegoría platónica del carro alado), hay que hablar con el eros, no es solo una pasión irracional, no debe convertirse en eso: “En el fondo, Logos y Eros no son dos enemigos. Al contrario, la gran enseñanza de la filosofía griega es que su vínculo es profundo e indisoluble: uno puede iluminar las partes oscuras del otro”. Eros no solo dialoga con Logos, también habla continuamente con Tánatos: el tercer eje de cualquier discurso sobre el amor-eros, y quizás sobre el amor en general.
Y llegamos rápido a la tesis central del libro - al menos a una de las más importantes -: “Saber vivir la propia naturaleza erótica significa abrirse a lo desconocido, a la alteridad: es el ‘amor libre’, el eleutheros eros del que Sócrates le habla a Fedro, y al que tenemos que perseguir contra cualquier obstáculo, es el antídoto principal a esa ‘obsesión identitaria’ que hoy representa la principal amenaza contra la democracia”. Del Soldà desarrolla su argumento sobre el amor moviéndose entre sus dos desviaciones o patologías. La primera es la fusión, “que aspira a fundir a los dos amantes en una sola cosa” y que encuentra su primera manifestación en el “célebre mito narrado por Aristófanes en el Banquete”, es decir, ‘‘recomponer la unidad perdida de aquel ser primigenio que existía en tiempos remotos”. La segunda enfermedad es la de “la identidad personal del que está en su cuarto esperando de los otros un reconocimiento que se antepone a cualquier relación comprometedora”. Con esto se renuncia a la naturaleza nomádica del eros, porque la buena vida consiste en ‘‘dejarnos llevar, en el ‘tirar la vida por la ventana’, también en el amor: necesitamos caer y no tenemos que tener miedo. O mejor aún, el miedo siempre nos va a acompañar…Y está bien así’’. Pero sin caer en el mito de la fusión. Las páginas sobre la crítica a quien decide dejar de vivir por miedo a morir, por no intentar la salvaje aventura del eros solo por miedo al tánatos, son las páginas más lindas y densas del libro, y revelan un pensamiento original.
Para tratar de salir de esta especie de trágica decisión, Del Soldà se apoya en Platón (en Fedro), en Lucrecio y en la politización del eros: “El amor es, y siempre será, el emerger del deseo esencial de esa extraña criatura llamada ser humano… que sigue siendo lo que siempre fue: un zoon politikon, un animal político que habla, que piensa, que expresa las emociones y que organiza su vida en un espacio común, la polis”.
También son excelentes las páginas que, bajo el ala de Lacan (y de Recalcati), el autor dedica a la incompetencia del eros debido a la naturaleza recíproca del deseo, el ser deseo de un deseo deseante: “mi deseo no es deseo de ti y punto, como si fueses un objeto inerte (una presa), sino que es deseo de tu deseo’’. La necesidad de deseabilidad hace que la ‘‘reciprocidad del amor sea, al mismo tiempo, plena e imperfecta, realizada e inalcanzable. Otro enigma...”. De ahí la identificación de un núcleo central del misterio del amor-eros: ‘‘si el encuentro entre amantes es perfecto y cristalino, sin sombras, si no se deja ver al menos una leve grieta que resquebraje el proceso de reconocimiento, es probable entonces que las cosas terminen mal”. Entonces en el amor debe haber también “deseo de faltarse, de no entenderse, o de entenderse solo en parte”.
La investigación sobre el eros como libertad lleva a Del Soldà a explorar soluciones atrevidas, como la superación de la pareja: “No significa que una eventual superación de la pareja – al menos como la conocimos hasta acá – sea necesariamente malo. No es seguro que lleve necesariamente al ocaso del sentimiento amoroso”. Cuesta mucho seguir al autor en esta superación de la pareja en el amor erótico. Para entender este dificultad (respetuosa), es necesario abrir un debate sobre las formas del amor.
El libro de Del Soldà habla principalmente del eros. Pero el mundo griego y luego el cristianismo, y por tanto el humanismo occidental, nos habla de muchos amores: el amor tiene una semántica plural. Eros es la forma amorosa que está en el centro del discurso de Platón y de otros griegos. Aristóteles en sus Éticas nos habla sobre todo de la philia, de la cual Del Soldà, por cierto, habló mucho en su anterior ensayo Sulle ali degli amici (2022). La philia no es el eros, se le parece, y no es su opuesto, sino que es otra forma de amor. El mundo griego conocía también el amor por los hermanos y hermanas, o por los padres. Los Evangelios y Pablo, luego, nos han hablado de otra forma de amor, el ágape.
El léxico greco-cristiano podía distinguir el ‘te quiero’ que se decía a la mujer amada del ‘te quiero’ que se le decía a un amigo, y reconocer al mismo tiempo que el segundo no era inferior ni menos verdadero que el primero. El cristianismo, luego, agregó una tercera palabra griega para darle otro tono al mismo amor, ya presente en la Biblia hebrea y, sobre todo, ya presente en la vida. Esta maravillosa palabra es ágape, el amor que sabe amar a quien no es deseable y al no-amigo.
Son dimensiones del amor que, a menudo, están juntas en las relaciones verdaderas e importantes. Como sucede claramente en la amistad, donde la philia nunca está sola, porque es la primera en necesitar amigos. Está acompañada del deseo-pasión por el amigo y está irrigada por el ágape, que le permite durar y renacer en nuestras derrotas y en nuestras fragilidades. Una amistad que sea solo philia no sería lo suficientemente cálida y fuerte como para no dejarnos solos en nuestro camino. Pero es la philia la que vincula al eros con el ágape, la que los hermana – Jesús también necesitó del registro de la philia para decir su amor. En esas pocas amistades que nos acompañan durante largos trayectos de la vida, a veces hasta el final, la philia encierra en sí misma los colores y los sabores del eros y del ágape. Son los amigos que hemos perdonado y que nos han perdonado setenta veces siete, esos que cuando no regresaban eran esperados y deseados como una esposa o un hijo. Esos que hemos abrazado y besado, igual y diferente a otros abrazos y otros besos, esos amigos con quienes hemos mezclado muchas veces las lágrimas hasta fundirlas en la misma gota salada. Por eso, pocos dolores son tan grandes como la muerte de un amigo – en ese día, una parte del corazón deja de latir, y ya no vuelve a arrancar. No hay solo una lucha radical entre eros y tánatos; hay otra, parecida y distinta, entre philia y tánatos, y hay amigos que siguen viviendo, resistiendo el dolor y la enfermedad, solo porque esperan volver a verse en la próxima visita en casa o en el asilo, cuando ese philos que llega vale toda una vida, vale toda la philosophia del mundo.
La philia y más aún el ágape abren el amor de la pareja, la llevan a trascender y a superarse. Es más difícil pensar en una buena superación de la pareja si nos quedamos solo en el registro del eros. Es cierto que el amor es libertad, como dice el título del libro, pero el amor no es solo libertad. El amor humano es muchas cosas, se lo enuncia con muchas palabras que califican, elevan y limitan el campo de acción de la libertad. Y en primer lugar, libertad es también una palabra plural (libertad por, libertad de, libertad con, libertad para…), y algunas de estas preposiciones remiten directamente a la palabra gemela de una buena libertad civil y política: responsabilidad. Porque si el encuentro erótico es un encuentro entre individuos totalmente irresponsables y desentendidos los unos con los otros, aquella libertad solo genera infelicidad y engaños, de los cuales algunos son descritos por Del Soldà en la primera parte del ensayo. Porque, como subraya en el capítulo 4, el eros tiene un nexo único e inseparable con el cuerpo y con las responsabilidades propias del cuerpo (el cuerpo no es solo belleza y deseo).
Para un amor responsable no es suficiente el eros. No es suficiente para la familia, para las esposas, para los maridos, no es suficiente para los niños, no es suficiente para que nuestras heridas y las de los demás sean posibles y sostenibles.








