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Una gran carestía de sentido

Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. 

Luigino Bruni

Original italiano publicado en Città Nuova el 31/12/2019.

«Aquel viaje en bicicleta por Francia me cambió la vida», me decía un joven colega polaco durante una cena en un congreso en Cracovia. «Llegué a un antiguo monasterio en un momento de crisis. Un monje me contó que en aquel convento, antiquísimo, se acogía en la Edad Media a los monjes benedictinos que huían de Italia».

¿Por qué ese encuentro cambió su vida? «Porque estaba pasando por un periodo de crisis en mi compromiso político y ciudadano en favor de los jóvenes de mi país. Estaba cansado y desmoralizado. Al saber que aquel convento había sido un refugio para aquellos antiguos monjes, entendí que yo también tenía que ser ‘refugio y protección’ para los jóvenes de mi país». Y concluía: «En aquel monasterio francés redescubrí mi vocación».

Los jóvenes, las mujeres y los hombres de nuestro tiempo no han dejado en absoluto de buscar espiritualidad y el sentido de la vida. Lo buscan tanto como ayer o incluso más. Pero, a diferencia de lo que ocurría en siglos pasados, ahora no lo buscan solo dentro de las iglesias y en los lugares sagrados. Lo buscan en todos lados: en el estudio, en el deporte, en el consumo, en las redes sociales, en las fiestas y en la diversión. Aquel joven, buscando un albergue para dormir, recuperó su vocación perdida gracias a que un viejo monje encontró unos minutos para estar con él y contarle su historia. A los jóvenes, y a todos, les gustan muchas cosas, pero lo que más les gustan son las historias grandes.

El gran peligro de nuestro mundo, el peligro que corren quienes aman la espiritualidad y la fe, consiste en quedarse en los lugares de lo sagrado esperando a que vengan las personas, que cada vez serán menos. Y, como ocurre en la novela El desierto de los tártaros, pueden pasar décadas en grandes fuertes militares vacíos, rodeados por el desierto, esperando a alguien que no viene. Pero mientras se espera, el tiempo pasa y comienzan los conflictos y las muertes dentro del fuerte.

Nunca como en esta generación las empresas han pedido espiritualidad y religión. Se multiplican los retiros espirituales empresariales en monasterios antiguos, nacen nuevas figuras profesionales (consejeros espirituales, coaches, directores de meditación, mentalistas espirituales …), y cada vez se invita a más expertos en religión para hablar del espíritu y el alma en las convenciones empresariales.

Las empresas anticipan las tendencias de la gente, por naturaleza, antes que otros ámbitos, y se están dando cuenta de que está comenzando una gran carestía de sentido, un hambre de interioridad, que no es menos devastadora que las carestías de alimentos y las sequías.

Hay un ‘efecto invernadero del alma’ que está comenzando a quitarnos el aire, la alegría de vivir y el deseo de ir a trabajar al despertarnos por la mañana. Es una carestía grave que, si no se entiende y afronta, convertirá la depresión en la peste del siglo XXI.

Así pues, las iglesias, las religiones, las personas que tienen experiencias milenarias de espíritu y de alma, deben habitar hoy los lugares del vivir, salir de sus fortines e ir al encuentro de la gente donde se desarrolla su vida corriente. Las empresas no pueden satisfacer por sí solas las peticiones de sentido de sus trabajadores. 

No bastan unos cuantos fines de semana de formación psicológica, a veces online, para que alguien pueda convertirse en coach espiritual y aconsejar a personas. Se necesitan figuras mucho más preparadas que desempeñen estas actividades por vocación. Si las grandes tradiciones religiosas y espirituales no salen al encuentro de las necesidades, latentes pero reales, de la gente, las empresas y las organizaciones se llenarán de falsos expertos en espiritualidad, que solo aumentarán el malestar, el hambre y la sed.

Vivimos un tiempo favorable de grandes oportunidades para el espíritu: “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Isaías 43,19).

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