Educación financiera: con los más pequeños, aún para las tareas del hogar, hay que usar el dinero como premio y no como incentivo.
Luigino Bruni
publicado en Avvenire el 03/10/2025
Además de ser un clásico de la literatura universal, Las Aventuras de Pinocho tienen también mucho sobre economía. Los clásicos no envejecen, y no ha envejecido tampoco la ética económica de Pinocho. En algunos de sus pasajes hay verdaderas enseñanzas sobre el uso del dinero en los niños y los jóvenes. Desde el comienzo de sus aventuras, Pinocho desarrolla una pésima relación con el dinero, lo que está en el origen de las páginas más desgraciadas de la historia. Acaba en el pequeño teatro de Mangiafoco vendiendo su abecedario, y después, con las cinco monedas de oro, termina entre las garras del gato y del zorro, y del abuso económico.
Los intérpretes de Pinocho, incluso los pocos economistas que intentaron estudiarlo, ante la ingenuidad y la falta de preparación de Pinocho en el manejo de dinero, llegaron a la conclusión que parece más obvia: está bien que los niños sean rápidamente educados en las finanzas, en la lógica del dinero, porque de otro modo van a terminar siendo víctimas de gatos y zorros: “La historia de Pinocho nos da la oportunidad de pensar en nuestro dinero” (FEduF (1) ).
En verdad estoy convencido de que el mensaje del libro de Carlo Collodi es exactamente el contrario, es decir: ahora que puedes, mantén alejados a tus niños y tus niñas del dinero y de su lógica. El dinero y el niño viven – deberían vivir – en mundos diferentes. La lengua materna del niño es el don, y cuando entra en contacto con el dinero y con la lógica económica hay que hacerlo con mucho cuidado, porque sucede muy a menudo que la fuerza del lenguaje económico se devora el tan delicado registro del don – y eso sí que es un desastre educativo.
Cuando necesitan dinero se lo piden a los papás, y dentro de esta relación no económica y gratuita se aprende también el abecé de la economía de mañana. La dependencia económica con los padres es perfecta, porque el dinero, conocido al principio como don, crea las premisas éticas para dar el justo valor a los contratos y al trabajo del día de mañana. Hoy existen evidencias empíricas de que los niños y los preadolescentes (en experimentos hechos en escenarios controlados) que se enfrentan a actividades que se rigen por incentivos extrínsecos (monetarios o no) muestran durante su desarrollo una menor actitud para realizar actividades de recompensas intrínsecas (David Greene e Mark R. Lepper 1974).
El tema principal en torno al uso del dinero con los menores es el llamado desplazamiento motivacional o crowding-out (Frey 1997; Aknin, Van de Vonderwoort and Hamlin, 2018). La inclusión de una motivación extrínseca a la actividad misma (como el dinero) para hacer cumplir al joven una acción determinada, erosiona progresivamente en los más pequeños la fuerza de las motivaciones intrínsecas a esa misma acción, hasta el posible resultado de terminar educando a personas que solo responden a incentivos externos. Si por ejemplo una familia introduce un sistema de incentivos para las actividades domésticas de los hijos e hijas (levantar la mesa 3 euros; lavar los platos 3; paseo con los abuelos 4; pasear al perro 3…), con el tiempo va a ser muy difícil educarlos en la ética de las virtudes, según la cual la mesa se levanta por una razón interna al hecho de ser hijo y parte de una familia, al abuelo hay que acompañarlo porque se lo quiere y porque es deber de un nieto, la habitación hay que tenerla ordenada porque está bien hacerlo, etcétera. Esto no significa no usar el dinero con los hijos pequeños, pero hay que usarlo como premio y no como incentivo, o sea para reforzar las acciones buenas, no como el “porqué” de la realización de una buena acción – el premio refuerza la virtud, no la crea; el incentivo crea la acción, que sin el incentivo no existiría.
En los adultos, el incentivo puede ejercer su buena función si se apoya en una ética intrínseca que sea capaz de aguantar el impacto manipulador de los incentivos – no olvidemos que incentivo deriva de incentivus, la flauta que daba el tono a los instrumentos, el encantador mágico que nos lleva a donde no iríamos de manera espontánea. Si el incentivo, en cambio, alcanza a personas no dotadas de una robusta ética de las virtudes, con el tiempo se verán como los burros que responden solo al palo y la zanahoria. Es la libertad y, por ende, la capacidad de gratuidad lo que está en el centro de estos instrumentos y de estos razonamientos. Ayer era más fácil que el incentivo estuviera apoyado sobre una ética intrínseca del “trabajo bien hecho”, hoy es cada vez más difícil, sobre todo si se la introduce desde muy temprano en la casa o en la escuela.
Un tema similar, pero distinto, es el de la mesada. También en estos casos, aunque el instrumento de la mesada no coincida con el del incentivo (pueden coexistir o puede accionarse uno sin el otro) se activa un marco contractual y económico. La pedagogía de la mesada lleva inevitablemente al aumento del registro económico-financiero, y a dejar en un segundo plano el registro de la gratuidad y del don, y el de la buena dependencia mediada por los padres.
Hoy si los jóvenes no están desarrollando una buena amistad con el mundo del trabajo es también porque la lógica económica entra muy rápido a la casa, dentro del caballo de Troya de la responsabilidad. La cultura dominante del imperio es, cada vez más, la del negocio, y como sucede con cualquier imperio su cultura entra a todas partes, casi siempre sin que lo sepamos.
(1) Fondazione per l’Educazione Finanziaria e al Risparmio
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