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El infinito valor del “no”

Profecía e historia / 15 – Quien obedece las órdenes equivocadas de los poderosos comparte su culpa.

Luigino Bruni

Original publicado en Avvenire el 15/09/2019

«No ha nacido un solo Ajab; lo peor es que Ajab nace cada día y nunca morirá en este mundo. No fue asesinado solo un Nabot; cada día Nabot es oprimido, cada día un pobre es asesinado».

Ambrosio, La viña de Nabot 

La viña de Nabot es uno de los episodios más tremendos y conocidos de la Biblia, una lápida ante la cual detenernos para hacernos cargo de las víctimas de aquellos que se creen dioses, y para aprender que no todo es negociable.

En la Biblia y en la gran literatura, de vez en cuando nos encontramos con páginas que tienen la misma fuerza moral que una lápida. Son historias como la de Urías el hitita, la hija de Jefté, Agar, Dina, Rispá, Tamar, Job, Abel, el siervo de YHWH y el crucificado. A menudo pasamos de largo buscando páginas más edificantes. Sin embargo, alguna vez alguien siente misericordia, se detiene, se recoge, recuerda, reza, llora y se hace cargo. La historia de Nabot y su viña es una de estas páginas lápida, un monumento erigido a una víctima inocente. La viña de Nabot es un ejercicio ético, social, económico y espiritual que durante siglos ha generado sentimientos morales, leyes y constituciones. Nos ha enseñado la indignación, nos ha hecho gritar: “¡no es justo!”, “¡ah, malvado!”, “¡debe haber justicia en este mundo!”, “¿por qué, Dios; dónde estás?”, “¡nunca más!”. Ha mejorado al hombre y ha mejorado a Dios.

«Nabot, el de Yezrael, tenía una viña al lado del palacio de Ajab, rey de Samaría. Ajab le propuso: Dame la viña para hacerme yo una huerta, porque está justo al lado de mi casa; yo te daré en cambio una viña mejor o, si prefieres, te pago en dinero. Nabot respondió: ¡Dios me libre de cederte la heredad de mis padres!» (1 Re 21,1-3). Ajab ve la tierra de Nabot, la desea y quiere hacerse con ella para plantar un huerto. Habla con Nabot y le propone un contrato. Se trata de un contrato aparentemente justo y ventajoso, a precio de mercado. Pero Nabot lo rechaza en nombre de un valor distinto al económico: la viña es herencia de sus padres. La Ley de Moisés tenía una legislación especial para la tierra: «La tierra no se venderá para siempre, porque es mía» (Lv 25,23). La tierra no era una mercancía como otras. Si se enajenaba por necesidad económica, podía ser rescatada por un familiar (goel), y en el año jubilar volvía a su antiguo propietario. Además, la tierra heredada de la familia estaba sujeta a vínculos aún mayores. Nabot respeta a YHWH y su Ley y no acepta la oferta. Además, el rey le anuncia su voluntad de cambiar el destino del terreno: quiere desmantelar la viña para poner un huerto. En la Biblia, la viña no es un terreno cualquiera. Es un símbolo profético de la alianza (Isaías), imagen del pueblo de Israel. Por estos motivos y tal vez por otros, Nabot no acepta el dinero del rey. No vende, no cede, decide que esa tierra no está en el mercado. Para él es un bien inalienable, un valor no negociable. Negándose a vender dice que su dignidad no está en venta.

«Ajab marchó a casa malhumorado y enfurecido por la respuesta de Nabot, el de Yezrael: no te cederé la heredad de mis padres. Se tumbó en la cama, volvió la cara y no quiso probar alimento» (21,4). Ante este rechazo, el rey Ajab muestra una reacción como poco exagerada. Entra en un estado depresivo que recuerda al de Elías bajo la retama (cap.19).

La Biblia también conoce depresiones equivocadas. La crisis de Elías, generada por la persecución de Jezabel fue la causa de dos encuentros con el ángel y del posterior susurro del Horeb. Esta depresión de Ajab, originada por un rechazo legítimo, solo producirá mentira y muerte. Quienes, por deber o por vocación, tienen que ayudar a personas en crisis deben ser absolutamente capaces de distinguir la depresión de Elías y la de Ajab. Su fenomenología es parecida, pero su naturaleza, sus motivos y sus consecuencias son completamente distintas. Si en lugar de su esposa, Ajab hubiera tenido un consejero honesto, este le habría sugerido que aceptara la realidad del rechazo, que elaborara su (pequeño) duelo y que buscara otro lugar para su huerto. Pero, desgraciadamente para él (y para Nabot), junto a Ajab está su mujer Jezabel, la figura más siniestra de esta historia: «Su esposa Jezabel se le acercó y le dijo: ¿Por qué estás de mal humor y no quieres probar alimento?». Entonces Ajab le cuenta el rechazo de Nabot y entonces Jezabel le dice: «¿Así ejerces tú la realiza sobre Israel? ¡Arriba! A comer, que te sentará bien. ¡Yo te daré la viña de Nabot!» (21,5-7).

En estas palabras de la reina vemos de nuevo a Herodías, a Lady Macbeth y a otras mujeres poderosas que, invirtiendo los papeles, toman firmemente en sus manos la situación y buscan rápidamente una solución para sus débiles maridos. Una Abigail al revés, un comandante Joab en femenino. Jezabel, tal vez para salvar la honra de su marido ("¿Así ejerces tú la realeza sobre Israel?"), en nombre de una concepción del poder muy distinta de la querida por YHWH para sus reyes, encuentra la peor salida: «Escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los ancianos y notables de la ciudad, conciudadanos de Nabot. Las cartas decían: Proclamad un ayuno y sentad a Nabot en primera fila. Sentad enfrente a dos canallas que declaren contra él: Has maldecido a Dios y al rey. Lo sacáis afuera y lo apedreáis, hasta que muera» (21,8-10).

Con un solo acto viola tres mandamientos de la Ley: no matar, no desear los bienes ajenos y no dar falso testimonio. Es una nítida imagen de la peor cara del poder, que nunca ha desaparecido de la tierra.

En estas páginas revive el pecado de David con Betsabé, el de los dos ancianos que intentaron violar a Susana, y todos los pecados y delitos de los poderosos que interpretan su poder como eliminación de la barrera que separa su parte del todo. El vicio más profundo y tremendo del poder consiste en pensar que no existe ningún límite infranqueable, que todo es posible. La Biblia ha combatido contra esta idea del poder. Su polémica con respecto a la monarquía es una crítica sistemática a esta idea del poder como omnipotencia, que de forma inmediata se convierte en crítica a la idolatría; porque cada vez que un poderoso se comporta como omnipotente, se autoproclama dios. Por eso Jezabel es idólatra y mata a los profetas de YHWH y a Nabot, que osa poner un límite a su poder y al de su marido.

Nabot, con su no, le dice a Ajab: tú no eres Dios. Esta es la lucha más auténtica entre cualquier poder absoluto y Dios. Los poderes absolutos combaten contra las religiones porque quieren ser dioses. Y matan a los profetas y a los hombres justos porque niegan su divinidad. Nabot, en el Nuevo Testamento, vuelve a la vida en Juan Bautista. Uno y otro nos dicen que la verdadera razón de su muerte no es ética ni económica sino teológica, porque ambos se oponen a la omnipotencia de los poderosos, quienes, en consecuencia, les matan.

Por otro lado, en este relato llama la atención la complicidad de los “ancianos y notables” de la ciudad, que guardan silencio ante la carta de la reina que explícitamente contiene pecados y delitos: «Los ancianos y notables que vivían en la ciudad hicieron tal como les decía Jezabel» (21, 11). Los notables y los ancianos, que hasta un instante antes de recibir la carta y de poner en práctica sus recomendaciones podían ser personas respetables (y tal vez lo fueran), desde el momento que ejecutan la orden se convierten en cómplices y en culpables, lo mismo que Jezabel. Cuántas veces lo hemos visto y lo seguimos viendo. La Biblia, subrayando esta complicidad, nos dice que quien obedece las órdenes equivocadas de los poderosos comparte su misma culpa. Si es cierto que quien ayuda a un profeta tiene la misma recompensa que el profeta (como la viuda con Elías), no es menos cierto que quien ayuda a un poderoso asesino comparte su misma culpa.

La Biblia está coronada por muchos síes espléndidos, como los de los profetas o el de María. Sin estos síes no habría habido historia de la salvación, ni vocaciones, ni algunas de las cosas más sublimes bajo el sol. Pero Nabot nos recuerda el gran valor del no, y el antivalor de un sí equivocado. Este relato se ve oscurecido por muchos síes perversos e iluminado por un único no justo. ¡Cuántas personas se salvan y salvan a otras porque tienen la fuerza de pronunciar un no! Podrían decir que sí, ya que la virtud de la prudencia y el cálculo coste-beneficio podrían aconsejarles vender el campo. Pueden ver noventa y nueve razones para vender y encuentran una sola razón imprudente para decir no. Pero esa única razón es de otra calidad, vuela en otra trayectoria, resuena con otro timbre de voz en el alma. Sin los noes de muchos Nabot de la historia, sin los noes de los Nabot que siguen presentes en medio de nosotros, la tierra sería un lugar indigno para vivir. Los noes de Nabot son la levadura y la sal de la tierra, sin ellos solo tendríamos pan ácimo y soso.

Nabot muere: «Llegaron dos canallas, se le sentaron enfrente y testificaron contra Nabot públicamente: Nabot ha maldecido a Dios y al rey. Lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon, hasta que murió» (21,12-13). He aquí la lápida.

Mientras Ajab baja a la viña para tomar posesión de ella, el profeta Elías recibe esta palabra de Dios: «Anda, baja al encuentro de Ajab … Está en la viña de Nabot … Dile: Así dice el Señor: ¿Has asesinado y encima robas? Por eso, así dice el Señor: En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre» (21,18-19).

Los profetas son también esto. En un mundo donde Nabot sigue siendo asesinado, donde nadie denuncia los delitos porque son todos cómplices y culpables, ellos – Elías o Natán – gritan por vocación: “Has asesinado”. Es una tarea maravillosa. Pero Nabot está muerto. La palabra de Elías y el castigo que YHWH promete para Ajab, su mujer y su estirpe no consiguen resucitar a Nabot. Solo queda su lápida, que sigue estando ahí para nosotros y nos sigue llamando.

Jeremías, en una de sus páginas más bellas, lanza un gran mensaje profético al comprar un campo. Aquí Nabot nos da otro gran mensaje al negarse a vender un campo. También hoy hay contratos que salvan y no-contratos que salvan todavía más. Nuestro capitalismo durante demasiado tiempo ha conseguido comprar todas las viñas que ha querido a cambio de dinero. No ha encontrado ningún Nabot que le haya dicho que no. Y el destino de nuestro planeta está cambiando. Nos salvaremos si somos capaces de hacer de nuestro tiempo el tiempo de Nabot, si aprendemos pronto a decir que no a los nuevos poderosos que hoy, más que nunca, se sienten omnipotentes con su dinero infinito. Porque toda la tierra es heredad: «Nabot respondió a Ajab: ¡Dios me libre de cederte la heredad de mis padres!». pdf (240 KB)

 

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