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Cuando un jefe se convierte en líder

En este análisis sobre un fragmento del Evangelio de Juan encontramos elementos muy útiles para la vida cotidiana de las empresas EdC, para apoyarnos mutuamente y para crecer todos juntos, cada uno en su rol.

Muriel Fleury

publicado en Città Nuova el 18/03/2025

Después de la muerte en la cruz de la persona que más quería, Simón Pedro está desconcertado, aturdido, sacudido en sus convicciones. Él, la roca que debía guiar a los otros, se siente vacío, no sabe más nada, la voz quedó enmudecida. Necesita un cambio de aire, algo que le ocupe la cabeza, algo que mueva ese enorme cuerpo de hombre que le estorba. Les dice a los discípulos: “Yo me voy a pescar” (Jn 21:3), como diciendo: necesito pensar, necesito salir de este estupor que nos tiene a todos por el piso, no sé por dónde empezar, así que voy a hacer lo más simple que yo sé hacer: pescar.

Como cuando tenemos que procesar una mala noticia y nos ponemos a preparar una comida, a hacer lo que sabemos hacer, nos lanzamos a una actividad manual que nos gusta… Para tratar de encontrar un punto de apoyo en la realidad, para encontrar una salida a la tormenta que tenemos en el corazón, a la imaginación que se ensaña contra nosotros, a nuestro aturdimiento que no es todavía terror. Buscamos reconectarnos con la vida.

Cuando Pedro, atrapado en sus pensamientos, se aleja unos pasos, los discípulos toman la iniciativa: lo siguen, lo alcanzan, ellos también vacilantes, preocupados por Pedro. Creen en él, en su plan, habían hecho todo el camino juntos, se conocen, se quieren, aunque hayan tenido algunas discusiones. Los discípulos, al unísono, le hacen una propuesta: “vamos contigo”. Y a lo mejor agregaron: “no nos pides nada, quizás prefieres estar sólo, pero estamos algo preocupados por ti, y aunque eres el jefe, porque Jesús te puso como nuestro jefe, nosotros tenemos que estar cerca tuyo: ¿qué puedes hacer sin nosotros? Ahora estamos juntos”.

Y así, después de una noche de pesca infructuosa, cuando Cristo resucitado aparece desde la orilla, Pedro se tira al agua para alcanzarlo lo más rápido posible. Y en el evangelio leemos que “en cambio los otros discípulos llegaron en la barca” (Jn 21:8). En ese quedarse en la barca se puede ver algo muy importante: el respeto por el que tiene que ser primero, por el que debe preceder, por el que tiene que abrir camino. Quizás los demás también estaban listos para tirarse al agua en busca del Señor, quizás todos querían hacerlo. Pero ninguno lo hizo. Un magnífico acto colectivo de generatividad de la persona de Pedro en su nueva vocación, después de una gran crisis: los discípulos lo “ponen en su lugar”, lo “hacen” su responsable, permitiéndole afirmarse verdaderamente como aquel que fue designado para tener autoridad sobre el grupo naciente.

Hay una enorme belleza en ese simple gesto, en ese moderarse por parte de los discípulos. Un silencio y un acuerdo tácito entre ellos para dejarle el camino a Pedro, para mostrarle la dignidad de discípulos que saben cuál es su puesto y que, en consecuencia, ponen en su lugar al que tiene que guiarlos.

En lugar de esperar todo de él, en lugar de pretender todo de él, en vez de criticarlo porque hace las cosas mal, los discípulos ven primero al hombre en su fragilidad y en su vocación. El impulso de su corazón los lleva a encontrar la respuesta justa a una variedad de situaciones: por un lado, van a su encuentro, dan el primer paso hacia él (con el riesgo de ser rechazados), se arriesgan porque por intuición espiritual saben que es bueno para Pedro. En un segundo momento, por el contrario, se callan, lo dejan actuar y se mantienen en el lugar de discípulos silenciosos, conscientes de que los acontecimientos están por encima de ellos y que deben permanecer en “sus lugares’’.

Al principio un jefe es un jefe institucional (designado como tal por una jerarquía), pero se convierte en un líder humano cuando es creado por aquellos sobre quienes se ejerce esta responsabilidad. La actitud del grupo ante el jefe juega un rol clave en la capacidad del responsable de cumplir con su propio rol y en hacerlo con sabiduría. Los subordinados tienen la posibilidad de ayudarlo, o no, a crecer, a que alcance todo su potencial y a que, por lo tanto, cumpla con la misión que le fue confiada, sea grande o pequeña. Sin que ninguno la pierda dignidad, más aún, reforzándola. Dejarle a un jefe de equipo desarrollar su pleno potencial le permitirá tomar las decisiones correctas en bien de la misión y del equipo; como permitirle a los padres cumplir el rol de padres le dará a los hijos una mejor protección, una mejor guía y un mejor apoyo.

Todos contamos en la vida con personas que ejercen cierta autoridad sobre nosotros, que son los responsables. Personas que no elegimos y que a veces pueden ser fuente de sufrimiento, de relaciones difíciles y de stress. Como los discípulos, podemos cultivar la libertad de mirar a estas personas con amabilidad y ver en ellos a la persona llamada a ejercer una responsabilidad. Quizás nuestra actitud tiene el poder de suscitar en el otro recursos insospechados, “llamándo” a convertirse en lo que nosotros lo vemos. Esto podría dar lugar a una dinámica virtuosa en la que nosotros mismos, a la vez, podemos ser vistos en nuestro potencial no expresado y “en devenir”, que, bien estimulado, podría transformarnos en personas resilientes, libres y felices. Vamos, subamos nosotros también a la barca de Pedro.

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