Un día, nos preguntamos qué podíamos hacer por nuestra aldea…
Gilbert Gba Zio
Del Noticiario
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"Economía de Comunión - una cultura nueva" n.41
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-Julio 2015
Vivo en Costa de Marfil, en una aldea que se llama Glolé. Cuando acabé el colegio, sentí dentro una llamada de Dios. Como no sabía qué pasos dar, iba siempre a la Iglesia y escuchaba la palabra de Dios, que me decía que tenía que hacer algo. Pero ¿qué? Mientras estaba en esta búsqueda conocí el Movimiento de los Focolares.
Yo, que no acababa nunca de hacer nada, entendí en un momento dado que en la vida había que tomar decisiones. Vi que la Palabra de vida, vivida, podría darme indicaciones.
Gracias a esta nueva vida evangélica me casé en la Iglesia con Martine, junto a otras ocho parejas. ¡Fue una fiesta magnífica! Se formó así un pequeño grupo. Nos reuníamos a menudo para fortalecer nuestros lazos de comunión.
Casa del “extranjero” (invitado)
Un día nos planteamos qué podíamos hacer por nuestro pueblo. A menudo llegaba gente de paso, después de haber caminado kilómetros a pie, que tenía que dormir al raso antes de llegar a su pueblo. Aquí cada vez que llega un huésped le damos nuestro propio lecho. También esto es Evangelio, pero nos preguntamos “¿no podríamos hacer algo más? ¿Por qué no construimos pequeñas casas para que cuando alguien venga podamos ofrecerle al menos un techo para dormir?”. Nos pusimos manos a la obra y, entre cantos de alegría, comenzamos a fabricar ladrillos. En el grupo había algunos albañiles y construimos 12 casitas, compuestas por una habitación y un pequeño salón. Ahora, a los extranjeros que llegan les podemos decir: “Tenemos una casa, venid a dormir”. La comida no falta, ya que somos campesinos. Así es como dimos los primeros pasos.
Casa de la salud
Para llegar desde nuestra aldea a la carretera asfaltada, hay que recorrer 7 km de pista. En la estación de las lluvias no hay vehículo que pueda llegar y hay que ir a pie. Una vez en la carretera, hay que recorrer 30 km. para llegar al primer centro urbano, la ciudad de Man. Así pues, es difícil desplazarse, sobre todo cuando alguien se pone enfermo.
Un día, una mujer iba a dar a luz y el parto se complicaba. Con una carreta la llevamos hasta la carretera para poder encontrar un vehículo. Gracias a Dios la mujer se salvó, pero no fue nada fácil. Había que poner en marcha un centro de salud, y poner a trabajar a algunas comadronas para que ayudaran a las mujeres durante el parto.
Todas estas ideas surgían durante nuestra comunión, durante nuestros encuentros. Cada uno daba una idea que podía ayudar a seguir adelante, porque no sirve de nada esperar y quedarse de brazos cruzados.
Queríamos comprar ladrillos de cemento para el centro de salud. Pero, ¿con qué dinero?
En nuestra región se practica la aparcería, es decir, el propietario de un campo se lo deja a otro para que lo cultive durante una temporada, y la cosecha se divide a partes iguales. Nuestra comunidad tomó así una plantación de café. Los hombres limpiaron el terreno y quitaron las malas hierbas, y las mujeres recogieron el café. Al vender el café, la mitad de la cosecha se la quedó el grupo, y con ese dinero compramos cemento y construimos el centro de salud. Nos llegó la ayuda de la “providencia” para el techo y dos camas para los partos. Hicimos otras dos camas de bambú con esterillas.
Desnutrición infantil
En el pueblo había niños que morían y no sabíamos cómo salvarlos. En la Ciudadela Victoria, del Movimiento, hay un centro que podía ocuparse de estos casos. Les explicamos el problema y empezamos a llevar allí a los niños. Estábamos muy sorprendidos al ver que allí los niños se curaban sin tomar medicinas.
Nos enseñaron a darles de comer. Un día, la responsable del centro nos dijo: “Si queréis, venimos a vuestro pueblo”. Nos pareció bien, ya que nos hicimos la pregunta: ¿De quién son los niños? En nuestra cultura el niño es de todo el pueblo. Nos explicaron cómo evitar las enfermedades y curarlas. Empezamos a cambiar nuestros hábitos alimenticios, aprendimos que hay que comer habas, cacahuetes, setas... y aprendimos a conservar los alimentos, para alimentar a nuestros hijos en caso de carestía.
Banco de arroz
El arroz lo guardábamos en pequeños graneros, que a menudo recibían la visita de los ratones o de los ladrones. Pensamos construir un almacén para guardar el arroz. Hicimos uno de adobes, cada uno llevaba lo que tenía. Al principio lo usábamos 30 personas. Ahora también los campesinos que no son del grupo se han asociado a nosotros, y 110 personas traen sus sacos de arroz para depositarlos en este banco. En los meses de marzo y abril, durante la siembra, vienen a recoger lo que necesitan para sembrar, y apartan lo que necesitan para alimentar a sus hijos.
Cuando llega el momento oportuno, cuando los precios son más altos, retiran el arroz para venderlo. Cada uno, según su conciencia, da una parte de su producto y lo deposita en el banco, como contribución a las necesidades de la comunidad y para los guardas del banco.
Una aldea no basta
Al ver lo que hacíamos, la gente de las aldeas vecinas nos dijo: “¿No podrías venir a nuestro pueblo con vuestro asunto?” Lo llamaban “nuestro asunto”. Les explicamos que el espíritu del Movimiento de los Focolares nos guiaba en las cosas concretas. Esto les llamó la atención y nos dijeron: “nosotros también queremos formar parte de vuestro grupo”. Hoy 13 aldeas viven como nosotros.
La unidad es nuestra riqueza. Un día, uno de fuera quería ayudarnos a construir un pozo en el pueblo, pero no nos poníamos de acuerdo sobre el lugar. Si hubiéramos insistido, este pozo habría traído la división a nuestra comunidad. Preferimos rechazar el regalo y mantener la unidad entre nosotros.
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