Mind the Economy, serie de artículos de Vittorio Pelligra en Il Sole 24 ore
Vittorio Pelligra
Original italiano publicado en Il Sole 24 ore del 17/05/2020.
Ahora que nos disponemos a retomar la actividad de una forma cauta y confusa, después del “shock antropológico”, como lo habría definido Ulrich Beck, que hemos vivido durante estos meses de confinamiento, uno de los temas más urgentes para la reflexión pública es el de nuestras libertades.
Si hemos estado más que dispuestos a encerrarnos en casa para intentar contener la difusión del virus en el momento de mayor empuje de la epidemia; si hemos aceptado de buen grado la alteración de la vida familiar, laboral y escolar, ahora, en el momento de la tímida reconquista de un atisbo de normalidad nos preguntamos hasta qué punto nuestros espacios de libertad, de autonomía y de privacidad serán sacrificados al virus, a la recuperación de la economía y a una nueva cotidianidad que, quién sabe durante cuánto tiempo, será totalmente diferente de lo que esa misma palabra significaba hace apenas unos meses.
El acuerdo sobre los fines no es obvio.
La pandemia se ha llevado por delante nuestras jornadas, el colegio de nuestros hijos, los abrazos de nuestros seres queridos y la libertad de movernos, viajar y hacer planes. Ahora que comienzan a aflojarse las ataduras, ¿cuánto de todo eso se nos devolverá? ¿cuándo y cómo seremos nuevamente libres? Hemos percibido las medidas tomadas por los gobiernos durante esta emergencia básicamente como soluciones técnicas, sobre las que ha habido mucho o poco consenso, pero raramente se ha puesto en discusión el fin de la lucha contra el contagio. El tema, por consiguiente, siempre ha sido técnico y casi nunca político. Prueba de ello es el espacio dedicado a los comités técnico-científicos, a los científicos o a la ciencia en general, que nunca habían ocupado el centro de la plaza pública tanto como estos meses. Pero ahora las cosas están cambiando. El acuerdo sobre los fines no puede darse por descontado. A medida que la emergencia se normaliza, el plan de recuperación debe estar guiado por una visión política, en base a la cual ciertamente habrá que coagular el consenso democrático, que ya no podrá esconderse detrás de una necesidad técnica.
El tema de las libertades es central. Naturalmente, se trata de un tema gigantesco, pero estoy convencido de que esta pandemia puede constituir una ocasión privilegiada para llegar hasta el fondo de esta y de otras ideas cruciales: la salud, la interdependencia, la comunidad cosmopolita y la inmunidad local, por ejemplo. Me gustaría ofrecer, a este respecto, tres reflexiones que tienen que ver, respectivamente, con los conceptos de libertad positiva y negativa, con la idea del paternalismo liberatorio y, finalmente, con la esencia del pluralismo democrático.
Las dos libertades políticas de Berlin.
Cualquier debate sobre los conceptos de libertad positiva y negativa tiene que partir de la obra del gran filósofo liberal Isaiah Berlin. Él fue quien planteó, con una fuerza y una obligatoriedad inéditas, la cuestión de la pluralidad y de la incompatibilidad, en cierto sentido, de dos diferentes concepciones de la libertad política. Por una parte está la acepción negativa de la libertad, es decir la capacidad de tomar las propias decisiones sin que nadie lo impida, de estar libre de coerción y de cualquier intromisión en el fuero interno. Por otra parte está la versión positiva, es decir la libertad de ser dueño de uno mismo, de ser un “sujeto y no un objeto (…) Quiero que me muevan razones – concreta Berlin –, propósitos conscientes que sean míos, y no causas que actúen sobre mí, por así decir, desde fuera” (“Libertà”, Feltrinelli, 2005).
Esta distinción es importante no solo porque estas dos visiones de la libertad han informado durante siglos proyectos políticos muy diferentes, sino porque ambas pueden ser incompatibles entre sí. Superficialmente parecen dos caras de la misma moneda, pero en realidad se trata de ideas separadas y profundamente diferentes. No entender su diversidad conduce a posturas incoherentes e incluso peligrosas. La libertad de no someterse a normas de prevención e higiene codificadas puede chocar con la libertad de abrir una actividad económica con seguridad. La libertad de no revelar informaciones personales sobre contactos y movimientos puede chocar con la libertad de prevenir el surgimiento de nuevos focos. La libertad de denunciar una presunta violación de estas normas puede chocar con la libertad de ejercer la propia responsabilidad en conciencia y con autonomía.
En busca del equilibrio.
La cuestión no es encontrar justificaciones u oponerse a las limitaciones temporales o parciales de la libertad. A todos nos gustaría poder obligar a nuestros hijos a ir al colegio, como hacíamos antes. No tenemos ningún problema para ponernos el cinturón de seguridad en el coche o el casco en la moto. Tampoco tendríamos ningún problema para ponernos una bata y calzas a la entrada de un hospital o para desinfectarnos las manos antes y después de usar un cajero automático. “La libertad negativa se distorsiona - sostiene Berlin en una famosa entrevista con el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo - cuando se dice que la libertad debe ser igual para los tigres que para las ovejas, que no puede ser de otra manera, que el estado no puede imponer restricción alguna, aunque con ello los primeros se coman a las segundas. La libertad sin límites de los capitalistas destruye la libertad de los trabajadores, la libertad sin límites de los propietarios de las fábricas o de los padres llevaría a los hijos a trabajar en las minas de carbón. Es cierto que hay que proteger a los débiles de los fuertes, y eso, en alguna medida, limita la libertad. La libertad negativa debe tener límites para que la libertad positiva pueda realizarse de forma suficiente. Entre las dos debe existir un equilibrio en base al cual no se pueden enunciar principios claros” (“In libertà. Conversazioni con Ramin Jahanbegloo”, Armando Editore, 2012).
Así pues, lo relevante no es saber cuál de los dos principios, libertad positiva o libertad negativa, es prioritario en esta fase, sino más bien saber que ambos principios no siempre son compatibles. Por una parte, hay que elegir en cada ocasión asumiendo la responsabilidad política, siendo conscientes de que el unanimismo técnico no funciona en esta fase posterior a la emergencia. Pero, por otra parte, no hay que quedarse en la reivindicación de una libertad exclusivamente entendida como ausencia de coerción. Aquí se esconde una paradoja que en estos meses se ha hecho más importante que nunca: la libertad entendida exclusivamente como libertad de hacer lo que se desea, hoy, puede ser muy peligrosa. Si me doy cuenta de que no puedo hacer determinadas cosas, simplemente podría elegir dejar de hacerlas. ¿Podemos afirmar seriamente, como harían los defensores de la visión negativa, que esto aumentará mi libertad? Ciertamente no.
El paternalismo es el peor despotismo.
En la misma entrevista, Berlin planteaba el problema de las dos visiones de la libertad de la siguiente manera: “Se trata de dos cuestiones distintas. Una es: ‘¿Cuántas puertas tengo abiertas?’. La otra es: ‘¿Aquí quién es el responsable, quién controla? Estas preguntas están entrelazadas, pero no son idénticas y exigen respuestas distintas. ‘¿Cuántas puertas tengo abiertas?’ es una pregunta relativa a la extensión de la libertad negativa: ¿Qué obstáculos se me presentan? ¿Qué se me impedirá hacer – de forma deliberada o indirecta, involuntariamente o por la vía institucional? La otra pregunta es: ‘¿Quién me gobierna?’ ‘¿Me gobiernan otros o me gobierno yo solo?’ Esta última pregunta nos lleva directamente a la segunda reflexión que me gustaría proponer acerca del concepto de “paternalismo libertario”.
Es difícil no estar de acuerdo con Kant cuando afirma que “nadie puede obligarme a ser feliz a su manera (…) el paternalismo es el peor despotismo que se pueda imaginar”. El problema que Kant no había considerado y que muchos liberal-libertarios aún se niegan a considerar es que, en realidad, es imposible no ser paternalistas. ¿Qué quiere decir eso? Sencillamente que nuestras elecciones no se dan en el vacío. Tienen lugar dentro de “contextos” que influyen en ellas, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, a propósito o de manera fortuita. Quien no puede aceptar esto se comporta como los dos pececillos jóvenes de la historieta de David Foster Wallace: “Dos peces jóvenes están nadando y en un momento dado se encuentran con un pez anciano que va en dirección contraria. Este les saluda diciendo: «Hola, muchachos, ¿qué tal está el agua?» Los dos peces jóvenes siguen nadando, hasta que uno mira al otro y le dice: «¿Qué es el agua?»”. Estamos dentro del agua y no la vemos. Estamos dentro de “estructuras decisionales” que influyen en nuestras elecciones y no las vemos.
“El empujón amable”.
¿Por qué, cuando sacamos dinero del cajero automático, el botón para pedir el recibo está a la izquierda y no a la derecha? No es casualidad. En los cajeros de mi banco, hasta hace poco tiempo, el botón para pedir un recibo estaba a la derecha, y después se cambió a la izquierda. ¿Por qué? Porque la mayoría de nosotros somos diestros y la opción que se sitúa a la derecha es la favorita, ya que hacia la izquierda el movimiento es menos natural, nos lo pensamos dos veces y a lo mejor, si el recibido verdaderamente no nos hace falta, decidimos no pedirlo. Para nosotros es una decisión casi irrelevante, pero sería interesante preguntar al banco cuánto dinero se ha ahorrado gracias a esta técnica. ¿Llamaríamos paternalista al banco? No nos está diciendo que no pidamos el recibo, la opción sigue ahí.
Nuestra posibilidad y nuestra libertad de pedirlo ha permanecido inalterada, pero, ahora que la opción está a la izquierda y no a la derecha, la probabilidad de pedirlo se ha reducido. El banco ha adoptado un “nudge”, un “empujón amable” para inducir un comportamiento que reduce sus costes y los del medio ambiente. Ciertamente es paternalismo, pero también libertario, porque la oportunidad y la libertad de elección no se ven mínimamente perjudicadas por la intervención.
Arquitectos de la elección.
Del mismo modo que los arquitectos proyectan los ambientes en los que vivimos y trabajamos, los arquitectos de la elección proyectan los ambientes en los que tomamos nuestras decisiones. ¿De qué manera? Poniendo en marcha y aprovechando el funcionamiento mismo de nuestros procesos decisionales. La asimetría derecha-izquierda es uno de ello. Otro principio es la aversión a las pérdidas: una pérdida produce una variación en nuestro bienestar igual a dos veces y media la producida por una ganancia similar. Por consiguiente, plantear una decisión en términos de potencial ganancia o pérdida no es irrelevante.
Otro principio es el que nos hace tener una atracción inconsciente por el status quo. Las cosas nos gustan como son y nos cuesta cambiar. Por eso Amazon nos ofrece el servicio Prime gratis durante un mes, con la esperanza (¿casi certeza?) de que muchos de nosotros al final, acostumbrados al nuevo status quo, no lo anularemos. El “nudging” es la disciplina que estudia y guía la actividad de los arquitectos de las elecciones. Dado que no se puede elegir en el vacío, es mejor que estas arquitecturas sean conocidas y utilizadas no solo por las empresas, de forma poco transparente, para maximizar sus beneficios, sino también por las políticas públicas, de forma transparente, para impulsar a los ciudadanos hacia elecciones mejores.
¿Mejores para quién? “El objetivo clave del empujón amable – según el jurista de Harvard Cass Sunstein – consiste en mejorar el bienestar de aquellos que eligen, según el juicio de estos últimos. Es una idea que viene de la tradición filosófica liberal, en el sentido de que asigna la autoridad final a cada uno de los individuos que realiza la elección. Los hace soberanos (…) Podemos insistir todo lo que queramos en la libertad de elección, pero no podemos eliminar la arquitectura de la elección”. (“Sulla libertà”. Einaudi, 2020).
Procesos cerebrales “de incógnito”.
Naturalmente esta visión plantea interrogantes legítimos y con fundamento. ¿Cómo cambiará la libertad a la luz de los nuevos conocimientos que los psicólogos cognitivos y los neurocientíficos nos aportan sobre los procesos decisionales? Un tema parecido y no menos relevante es el relativo a la responsabilidad personal y al libre arbitrio a la luz de los descubrimientos sobre el papel que desempeñan en nuestras elecciones los procesos cerebrales que actúan “de incógnito” y sobre los que no tenemos ningún control consciente. No son pocos los que piensan que, para favorecer los cambios radicales de comportamiento que requiere la nueva fase de reapertura, la utilización de “empujones amables” debe complementar las obligaciones, prohibiciones, incentivos y sanciones.
¿Sería una opción paternalista? Ciertamente no. ¿Sería una opción eficaz? Esta es una cuestión empírica que habría que investigar experimentalmente. El concepto de libertad, como hemos visto, no es unívoco, claro y obvio. Antes bien, es plural, a veces ambiguo y en continua mutación. Sin embargo, es un valor fundamental al que no deberíamos renunciar, sino que deberíamos preservar con fuerza y determinación.
Planificación y espontaneidad.
¿Con qué armas? Aquí, una vez más, viene en nuestra ayuda el pensamiento de Berlin, concretamente cuando desarrolla una de sus intuiciones más sutiles y profundas: pueden existir modos de vida, principios ideales y visiones del mundo individualmente correctos y válidos, pero incompatibles entre sí. No es posible concebir un mundo donde todos estos valores puedan ser compatibles.
“Creo que determinados valores esenciales – afirma Berlin – que determinan la vida de los hombres no pueden reconciliarse o asociarse, no solo por razones prácticas, sino por principio, por razones conceptuales. Nadie puede ser al mismo tiempo un planificador meticuloso y completamente espontáneo. No es posible tener a la vez una libertad completa y una completa igualdad, justicia e indulgencia, saber y felicidad. Si todo esto es cierto, la idea de una solución perfecta para los problemas humanos no puede existir. Semejante armonía es difícil de realizar no tanto por razones prácticas, sino porque es conceptualmente incoherente. Las soluciones utópicas son incoherentes e inconcebibles – efectivamente estas soluciones quieren conciliar lo inconciliable – un cierto número de valores humanos no pueden conciliarse porque están en conflicto; por este motivo hay que garantizar la posibilidad de elegir”.
Así pues, el tema de la libertad tiene su reflejo en los temas del pluralismo, el respeto a la diversidad y la deliberación política que lleva a la construcción del consenso. “Necesitamos – continúa el filósofo – un sistema de valores plurales en el que no existan situaciones donde los hombres estén obligados a hacer algo contrario de sus convicciones morales más profundas. En una sociedad liberal pluralista no se pueden evitar los compromisos: siempre es posible evitar lo peor mediante concesiones recíprocas”. Pero, ojo, porque el pluralismo y el liberalismo no son lo mismo, ni siquiera se implican mutuamente.
“Catastrofismo emancipador”.
“Existen teorías liberales – explica el liberal Berlin – que no son pluralistas. Creo tanto en el liberalismo como en el pluralismo, pero estos no están unidos por ningún nexo lógico. El pluralismo implica que, dado que es posible que no se ofrezca ninguna respuesta definitiva a cuestiones morales o, bien pensado, a cualquier cuestión de valor y, con mayor motivo, que algunas respuestas no sean compatibles entre sí, se debe dar espacio a una vida en la que los valores puedan revelarse incompatibles, de forma que los conflictos puedan evitarse y puedan alcanzarse compromisos que garanticen un grado mínimo de tolerancia”. Si esta convicción fundamental se convierte en conciencia mayoritaria, entonces la pandemia se situará en el surco del “catastrofismo emancipador” – usando de nuevo el lenguaje de Ulrich Beck – porque habrá hecho germinar un bien de un mal. Nos habrá hecho, quizá, un poco más fuertes y un poco más cívicos, porque “darnos cuenta de la validez relativa de nuestras propias convicciones, y sin embargo defenderlas sin retroceder – como nos enseña Joseph Schumpeter – es, al final, lo que distingue a un ser cívico de un bárbaro”.