Mind the Economy, serie de artículos de Vittorio Pelligra en Il Sole 24 ore
Vittorio Pelligra
Original italiano publicado en Il Sole 24 ore del 17/11/2019.
La palabra “weird”, en inglés, significa “raro”; pero también es el acrónimo de Western, Educated, Industrialized, Rich and Democratic (Occidental, Instruido, Industrializado, Rico y Democrático). Nosotros mismos nos consideramos “raros”, distintos: los españoles, los italianos, los alemanes, los norteamericanos, los ingleses, los australianos… y los otros, que después de todo no son tan “otros”, puesto que todos compartimos una historia, una estructura social y un sistema económico y político en el fondo muy parecidos.
Nada de esto sería extraño si no fuera porque gran parte de nuestra visión del mundo se ha plasmado en base a estas características diferenciales y al supuesto de que son universales. Naturalmente, esto ha favorecido el desarrollo de un fuerte etnocentrismo – una actitud en virtud de la cual proyectamos en los demás nuestra propia naturaleza – tanto en la evolución cultural de nuestras sociedades como en nuestra propia psicología, y este es el aspecto más novedoso e interesante.
En el mundo no hay muchos weirds. Se trata de una minoría verdaderamente “rara”. Por ejemplo, somos más individualistas, más independientes, más analíticos en el razonamiento, más generosos y confiados con los extraños que la media de la población mundial, como se ha documentado en decenas de estudios. Al mismo tiempo somos menos conformistas, obedientes, fieles y nepotistas.
Por una parte, el “descubrimiento” de los weirds nos ha llevado a una comprensión más profunda de la diversidad, de las razones de los conflictos, de las distintas visiones del mundo, la historia y el futuro, así como a preguntarnos con más sinceridad por la universalidad de nuestro ser, nuestros valores y nuestra personalidad. Pero, por otra parte, descubrir que somos tan sorprendentemente diferentes a la mayor parte de los habitantes del mundo hace que nos planteemos importantes preguntas acerca de esta diversidad.
¿Cómo y por qué hemos llegado a ser así? ¿Qué es lo que nos ha hecho divergir, en nuestra historia cultura y en nuestra estructura psicológica, del resto de la humanidad?
En estos años empiezan a llegar las primeras respuestas. Los antropólogos, los neurocientíficos y los economistas han sido los más activos a la hora de encontrar y medir las diferencias culturales y su impacto sobre nuestros comportamientos y sobre la historia de nuestras comunidades.
Ahora comenzamos a dar razón de estas diferencias, uniendo los esfuerzos y los instrumentos de disciplinas muy diferentes, como, por ejemplo, la psicología y la historia. Un primer dato interesante que está surgiendo de estas investigaciones es el relativo al papel de la religión en la formación de prácticas sociales, normas, instituciones económicas y actitudes psicológicas.
Hoy, por ejemplo, tenemos muchos datos acerca de la influencia de las misiones cristianas en China, Sudamérica y África sobre los procesos formativos y educativos, así como sobre el desarrollo y en la prosperidad económica de algunas regiones concretas de esas zonas (por ejemplo, Valencia Caicedo, F., 2018. “The mission: Human capital transmission, economic persistence, and culture in South America”, Quarterly Journal of Economics 134, 507–556).
Pero la influencia puede ser aún más profunda y desarrollarse a través de cauces inesperados. Uno de estos cauces es el matrimonio, favorecedor de una estructura social que a lo largo de los siglos ha influido en nuestra psicología y nos ha hecho como somos: raros (weird).
También en este caso la religión juega un papel fundamental. La primera pieza de esta historia tiene que ver con la evidencia antropológica que muestra que las relaciones de parentela son, en nuestra historia evolutiva, la primera y más fundamental institución a través de la cual hemos organizado la vida en común. Estas instituciones regulan los comportamientos y las elecciones mediante normas, vínculos, prohibiciones y privilegios que se imponen y asignan a los distintos miembros. Las relaciones de parentela influyen, mediante los usos matrimoniales, los hábitos residenciales y las reglas de las alianzas, en el nacimiento y el funcionamiento de las redes sociales que, a su vez, determinan los incentivos y desincentivos que plasman nuestros comportamientos: la reputación, el honor, el estatus, la gratitud, la sospecha y el ostracismo, por poner solo algunos ejemplos.
Con la difusión de la agricultura, hace 12.000 años, nació la exigencia de crear y mantener redes sociales de grandes dimensiones, pero densas y estrechamente interconectadas, capaces, por una parte, de difundir y defender los terrenos cultivables y, por otra, aprovechar la economía de escala de los procesos agrícolas.
Uno de los efectos colaterales del nacimiento de estas redes parentales ampliadas, que en las sociedades premodernas adquirieron la forma de tribus, clanes o parentelas, fue el desarrollo de normas sociales que prescribían la lealtad, la obediencia, la deferencia con los ancianos y la solidaridad.
La segunda parte de esta historia trata de cómo nuestra psicología, las emociones y las motivaciones co-evolucionan junto con el ambiente social donde nos movemos. En un ambiente fuertemente interconectado y socialmente denso se desincentivan rasgos como el individualismo, la independencia, la originalidad y el razonamiento crítico y se estimula la lealtad y la adhesión al grupo.
Al mismo tiempo, estas instituciones tienden a reducir o a hacer menos necesarios los principios morales universalistas, como la imparcialidad, la confianza y la equidad, especialmente con respecto a los no pertenecientes al grupo.
El tercer elemento de este tríptico es de naturaleza histórica y se refiere al impacto que las religiones, especialmente las que incorporan códigos morales con vocación universal, han tenido sobre la estructura de las relaciones familiares, favoreciendo, mediante normas, preceptos, creencias y tradiciones, ciertas formas de matrimonio en lugar de otras: desde las uniones entre parientes cercanos, incluso entre hermanos y hermanas, aceptadas y bendecidas por los zoroastrianos, hasta la poligamia moderada del Islam (monoándrica y poligínica), que permite también el matrimonio entre primos, pasando por la prohibición de vínculos de consanguinidad promovida y sostenida por la Iglesia Católica, desde sus primeras formalizaciones institucionales y concretamente desde la Edad Media.
En este periodo, la Iglesia comenzó a desaconsejar prácticas relacionadas con la creación de familias ampliadas, el concubinato, el divorcio y las uniones entre consanguíneos, así como los matrimonios concertados (Greif, A. 2006. “Family Structure, Institutions, and Growth: The Origins and Implications of Western Corporations.” American Economic Review, 96: 308-312).
En trece de los diecisiete concilios que se realizaron en el siglo VI, se discutieron prescripciones y normas para combatir el incesto. En virtud de estas prescripciones, alrededor del año 1.500, en gran parte de Europa ya estaba vigente una única forma de unión matrimonial basada en la monogamia, la familia nuclear y la descendencia bilateral.
En base a estas tres observaciones generales, es posible formular una hipótesis según la cual una mayor exposición a los preceptos de la Iglesia Católica o, lo que es equivalente desde este punto de vista, a estructuras parentales menos estrechas, conduciría al desarrollo de rasgos psicológicos peculiares, orientados, por una parte, a un mayor individualismo y anticonformismo y, por otra, a una pro-socialidad impersonal, no vinculada a la pertenencia al grupo.
Jonathan Schulz, Duman Bahrami-Rad, Jonathan Beauchamp y Joseph Henrich acaban de publicar resultados que parecen apoyar empíricamente esta hipótesis (“The Church, intensive kinship, and global psychological variation”, Science 8 Nov 2019).
Utilizando una enorme cantidad de datos sobre la difusión y la duración de la influencia cultural de la Iglesia Católica en todos los continentes y en 440 regiones europeas, sobre la naturaleza y la intensidad de las relaciones familiares para los principales grupos etnolingüísticos del mundo y sobre las propensiones psicológicas relativas a decenas de rasgos – desde el individualismo hasta la obediencia y desde la cooperación hasta la equidad – han logrado comprobar las previsiones de la teoría.
El primer resultado hace referencia a una correlación positiva entre la duración de la presencia de la Iglesia Católica en una determinada región y la mayor incidencia, en la población del lugar, de rasgos como la independencia, el individualismo y la pro-socialidad impersonal y, al mismo tiempo, menores niveles de conformismo y obediencia.
El segundo resultado se refiere a la relación inversa entre estos mismos rasgos psicológicos y la intensidad de las relaciones parentales. El tercer dato nos dice, además, que las regiones que a lo largo de su historia han experimentado un periodo mayor de presencia activa de la Iglesia, están caracterizadas por niveles inferiores de intensidad parental y por una tasa menor de matrimonios entre consanguíneos.
En una fase posterior del estudio, para reducir al máximo los efectos de posibles variables externas, los autores han concentrado su atención solo en las regiones europeas. También a este nivel el análisis de los datos lleva a confirmar la hipótesis.
Los datos relativos a Italia son particularmente interesantes. La incidencia histórica de los matrimonios entre primos se correlaciona fuertemente e inversamente con las donaciones de sangre, un gesto que típicamente se asocia con el don entre desconocidos, ejemplo de altruismo impersonal. Cuantitativamente, al duplicarse la frecuencia de los matrimonios se reduce en un tercio la cantidad media de sangre donada.
Los matrimonios entre primos también se correlacionan inversamente con varios indicadores de confianza impersonal, entre los que se encuentra el uso de la tarjeta de crédito en lugar del dinero en metálico y la cuota de riqueza invertida con respecto a la poseída en forma líquida.
En la región italiana con el mayor número de matrimonios entre primos, el porcentaje medio de la riqueza poseída en metálico es del 40%, mientras que en la región donde los matrimonios entre primos son más raros el porcentaje es del 15%.
El tercer nivel de análisis, después de las naciones y las regiones europeas, se refiere a los inmigrantes de segunda generación, es decir personas que viven en un contexto determinado pero tienen raíces culturales diferentes de las del contexto donde viven.
En este caso, se puede poner en relación la influencia de la Iglesia en la regiones de origen de los padres con sus rasgos psicológicos, para estudiar la influencia de la transmisión intergeneracional de los mismos, de padres a hijos, excluyendo al mismo tiempo todos los demás factores ambientales y culturales.
También en este caso, las personas cuyas madres vienen de países con menor intensidad parental y mayor exposición a la influencia de la Iglesia, muestran hoy un conformismo y una obediencia menores y una confianza impersonal y un sentido de la justicia mayores.
Como escribe David Nooan en “Scientific American”, tal vez a los “anticonformistas-librepensadores que desafían felizmente las convenciones sociales hoy en Nueva York o Sydney no les gustará mucho (…) descubrir que en el origen del individualismo contemporáneo está la poderosa influencia que la Iglesia Católica ha ejercido en Europa desde hace más de mil años”, y sin embargo los datos parecen apuntar en esa dirección.
La importancia de estudios como este radica en primer lugar en la posibilidad de combinar datos empíricos de naturaleza antropológica, histórica y psicológica para producir un cuadro unitario dentro del cual leer fenómenos complejos, en el plano institucional e individual; en segundo lugar, porque los rasgos psicológicos analizados tienen un fuerte impacto sobre fenómenos mucho más amplios como el funcionamiento de las instituciones formales, el nivel de innovación del sistema social y la capacidad de crecimiento económico.
Sabemos también que un pensamiento crítico y analítico, uno de los rasgos psicológicos correlacionados con la presencia histórica de la Iglesia, conduce a un mayor apoyo a políticas social liberales, mientras que uno más holístico se asocia con una actitud más conservadora. Diferentes rasgos psicológicos determinan diferentes visiones del mundo y diferentes modos de habitarlo en compañía.
Entender a fondo la raíz de estas diferencias, no solo es ya posible, sino que siempre ha sido necesario. Las complejidades a las que nos enfrentamos, la interconexión y la interdependencia global que vivimos deben ser comprendidas y valoradas positivamente si queremos ser capaces de afrontar y resolver, juntos, los retos globales a los que se enfrenta la humanidad: desde los conflictos hasta las desigualdades y desde el medio ambiente hasta la sostenibilidad demográfica. Estamos comprendiendo que ser un poco “raros” (weird), en este sentido, es una ayuda.