Mind the Economy, serie de artículos de Vittorio Pelligra en Il Sole 24 ore.
Vittorio Pelligra.
Original italiano publicado en Il Sole 24 ore del 15/09/2019
“Si la riqueza no da la felicidad, imagínate la pobreza”. Con esta sentencia fulminante, Woody Allen describe, sin saberlo, una de las paradojas más famosas descubiertas por los economistas en las últimas décadas. Comparando el PIB per cápita de varios países se observa que, en los países que tienen valores más altos, el porcentaje de ciudadanos que se considera “bastante” o “muy feliz” es más elevado. Un incremento pequeño de renta puede conducir a un incremento grande del número de personas que se consideran “felices”. Hasta aquí, no hay nada de particular.
Pero la cosa empieza a ponerse interesante cuando se observa que, si la renta crece por encima de un determinado umbral – calculado en torno a los 15.000 dólares anuales – la correlación positiva entre PIB y felicidad tiende a desaparecer. Es más: un aumento aún mayor, que sitúa la renta por encima de los 30.000 dólares, determina incluso una disminución de la felicidad (Proto, E., Rustichini A., 2013. A Reassessment of the Relationship between GDP and Life Satisfaction, PLoS ONE, 8). Esta regularidad empírica fue puesta de manifiesto, a mediados de los años 70 del siglo pasado, por el economista Richard Easterlin. Este es el motivo por el que, en los años posteriores, se hizo famosa con el nombre de “paradoja de Easterlin”.
Uno de los mayores méritos de Easterlin fue el de haber estimulado con sus investigaciones el nacimiento de un nuevo ámbito de investigación encargado de estudiar las variables determinantes del bienestar integral de las personas, sus aspiraciones, las oportunidades, las libertades, los factores genéticos y la calidad de sus relaciones que, además de la renta, influyen en la satisfacción que cada uno de nosotros, subjetivamente, experimentamos en la vida. Además, la economía de la felicidad ha tenido el mérito de elaborar nuevos y mejores instrumentos de medida, nuevas métricas y nuevas formas de valorar el bienestar.
En Italia, por ejemplo, desde hace ya algunos años, el Instituto de Estadística publica, junto al valor del PIB, el valor del BES (“bienestar equitativo y sostenible”), una medida compleja que complementa la valoración tradicional del crecimiento basado en la riqueza económica con otros indicadores de la vida de los ciudadanos, tales como los derechos, el medio ambiente, la salud, etc. Esperemos que estas medidas, que ya se usan hoy de forma experimental, sean utilizadas cada vez más en el futuro para evaluar los efectos de la política económica sobre la calidad de vida de los ciudadanos. Si se venden más armas, más alambres de espino, más gases pimienta, más sistemas de alarma y más servicios privados de seguridad, es seguro que el PIB crecerá; pero ¿podríamos decir que este crecimiento representa y mide una mejora en las condiciones de vida de los ciudadanos? Si una fábrica de bombas es reconvertida a una producción civil, manteniendo los puestos de trabajo, ¿producirá un aumento, una reducción o será indiferente en términos de bienestar general? Y las intervenciones en educación, sanidad, bienestar y medio ambiente ¿deben considerarse costes o inversiones? Si cambiamos el instrumento de medida, probablemente también cambien nuestras respuestas a estas preguntas y a otras parecidas.
Entonces, ¿cómo deberían orientarse las personas que elaboran las políticas públicas? Puede resultar útil, en este sentido, descubrir cuáles son las áreas de intervención en las que, a igualdad de recursos, hay un “retorno” mayor en términos de aumento del bienestar.
Hoy conocemos bastante bien los mecanismos que determinan estos resultados. Ya existen nuevos instrumentos de política económica, corroborados por estudios y evidencias empíricas. Una reciente investigación realizada sobre una muestra representativa de diecinueve estados europeos (“Looking through the wellbeing kaleidoscope: Results from the European Social Survey”), ha utilizado un nuevo indicador complejo de bienestar, definido teniendo en cuenta distintos factores individuales, entre los que se encuentran las competencias, la estabilidad emocional, la participación, el sentido, el optimismo, las relaciones, la autoestima y la resiliencia, medidas para cada ciudadano de la muestra tomada de los diecinueve países europeos considerados.
El primer resultado digno de señalar es que, según los datos agregados, en los últimos años el bienestar medio de los sujetos considerados ha aumentado sensiblemente en todos los países, con la única excepción del año 2008, el más traumático de la crisis económica. Lo más interesante es que el bienestar ha aumentado más donde originariamente era más bajo. Es decir, los grupos más marginalizados y vulnerables son los que pueden contribuir, a igualdad de recursos empleados, con un impacto mayor al crecimiento conjunto del bienestar. De ahí se deriva una primera indicación operativa: las personas que elaboran las políticas públicas deberían dar prioridad a las medidas de apoyo dirigidas precisamente a los grupos más marginalizados, tales como las minorías étnicas y aquellos que tienen niveles de instrucción más bajos, mediante procesos inclusivos de co-proyectación. Un segundo resultado pone de relieve el efecto de la pérdida del puesto de trabajo más allá de la pérdida de renta que conlleva. Las políticas que influyen en la situación ocupacional de las personas, independientemente de complementar la renta, deberían ser valoradas por su efecto sobre el bienestar integral.
Además de estas indicaciones de carácter general, la investigación muestra cinco grupos de actividad que tienen un alto impacto en la promoción del bienestar. Son cinco áreas a las que se pueden asociar políticas públicas específicas. La primera área es la de las relaciones sociales, que considera la cantidad y la calidad de nuestras redes de relaciones; la tecnología que produce los llamados “bienes relacionales”. La segunda área es la relativa a la calidad del medio ambiente natural que nos rodea y a las posibilidades que nuestro estilo de vida, la morfología de nuestras ciudades o las características climáticas nos dan (o nos quitan) para interactuar con él. La tercera se refiere a todas las actividades que tienen que ver con el proceso, formal o informal, de aprendizaje continuo. La aceleración del cambio ha aumentado enormemente la velocidad de la obsolescencia de nuestros conocimientos; y la imposibilidad de seguir el ritmo condena muchas veces a estratos cada vez más numerosos de la población a la marginalidad. El aprendizaje continuo, además de valorar las capacidades y de activar importantes recursos individuales, obstaculiza este proceso de marginalización y empobrecimiento. La cuarta área de intervención se refiere a la actividad física y a su impacto sobre la salud y el envejecimiento activo y de calidad. En este campo, demasiadas veces la intervención pública presenta muchas carencias, cuando no está totalmente ausente.
La última área de actividad tiene que ver con el “dar”, es decir, con todas las actividades mediante las cuales nos ocupamos, directa o indirectamente, regular o esporádicamente, de otras personas. Esta categoría incluye todas las actividades de voluntariado, cuidados, ciudadanía activa y compromiso social que contribuyen a producir externalidades positivas y a preservar todos los bienes comunes que tienen un impacto fortísimo, y lo tendrán cada vez más, en nuestra calidad de vida. Esta forma de decir “I care”, “me importa”, en palabras de don Lorenzo Milani, representa también desde el punto de vista económico, una actividad “super-eficiente”: proporciona felicidad, como muestran los datos, tanto a quienes dan como a quienes reciben. Es decir, satisface la necesidad de obtener bienes materiales y cuidados, así como atención y dignidad y, al mismo tiempo, satisface la necesidad de ser útiles a los demás, de ocuparse de otros, de encontrar sentido.
Unas políticas modernas y de amplias miras no pueden prescindir de considerar con la máxima atención estas vías de desarrollo integral, donde la dimensión material, la relacional y la medioambiental interactúan para crear las condiciones de una vida satisfactoria y rica de significado. Ciertamente este proceso no puede depender solo de la mano pública. Es más, las intervenciones desde arriba deberían estar marcadas por la ligereza de la subsidiariedad; pero ciertamente la mano pública puede contribuir a crear las precondiciones para que estas vías de desarrollo integral sean accesibles individualmente, colectivamente y solidariamente por el mayor número posible de personas. Es un proyecto digno e importante para la Europa de las próximas décadas, tal vez menos obsesionada por los temas presupuestarios y las políticas monetarias y más centrada en el bienestar integral de sus ciudadanos. Ciertamente se trata de un proyecto para relanzar y redescubrir el propio rol de Europa como “pacto entre naciones” y no solo como alianza estratégica entre estados, que podría contrarrestar eficazmente los impulsos disgregadores y los intentos de control externo y al mismo tiempo aportar al espíritu europeo nueva linfa y legitimación popular.