Mind the Economy, serie di artículos de Vittorio Pelligra en Il Sole 24 ore.
Vittorio Pelligra
Original italiano publicado en Il Sole 24 ore del 21/07/2019
¿Cuál ha sido el momento más feliz de vuestra vida? ¿Y el más triste? Indudablemente hay momentos y circunstancias que se fijan en nuestra memoria como picos de felicidad o como valles de tristeza. Son experiencias subjetivas, recuerdos, que muchas veces se ven transformados y alterados por los mecanismos de nuestra memoria, que no funciona exactamente igual que una grabadora que almacena datos objetivos y los mantiene inmóviles y listos para el uso. Antes bien, la memoria y los recuerdos están en continuo movimiento.
Recordar, de algún modo, significa revivir una misma experiencia, reconstruirla en nuestro cerebro. Esta operación no se limita nunca a una mera re-proposición, sino que constituye una verdadera reinterpretación de la experiencia vivida.
Sin embargo, si pudiéramos grabar fielmente cada día hasta qué punto nos hace felices o infelices un acontecimiento, un encuentro o una actividad, las cosas serían distintas. El recuerdo de la experiencia sería fiel y objetivo, incluso en su subjetividad. La idea de un dispositivo para grabar la felicidad se le ocurrió a finales del siglo XIX a Francis Ysidro Edgeworth. La¡o llamó “hedonímetro”.
Momento tras momento, el hedonímetro debería ir trazando una línea continua, una gráfica hecha de picos y valles, de acuerdo con las variaciones de nuestra satisfacción instantánea, de forma que el área total de la curva sería nada menos que la medida conjunta de nuestra felicidad. El sueño de Edgeworth se hizo realidad hace algún tiempo, cuando se lanzó el proyecto “Mappiness”, basado en una app para smartphone que permitía recoger datos relativos al bienestar subjetivo de decenas de miles de ciudadanos ingleses. Gracias a estos datos, tratados mediante oportunas técnicas estadísticas, se ha podido descubrir, por ejemplo, que el día más triste de los últimos seis años para los ingleses fue el 9 de noviembre de 2016, día de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. A la luz de este dato, no deberían sorprendernos las cáusticas afirmaciones del embajador inglés en Washington con respecto a la personalidad del presidente norteamericano.
Sin embargo, los datos de Mappiness generalmente van destinados a fines científicamente más productivos. Un ejemplo es el estudio publicado en el Economic Journal por Alex Bryson y George MacKerrone titulado: “Are you happy when you work?”. Estos dos economistas analizan el impacto de las actividades laborales sobre el bienestar de las personas, midiendo, gracias precisamente a datos instantáneos, las valoraciones subjetivas durante las distintas actividades diarias entre las que se encuentra el trabajo. El tema es interesante, porque permite poner a prueba dos perspectivas antitéticas sobre el significado del trabajo. Mientras que para los psicólogos las actividades laborales generalmente tienen un significado intrínseco importante, como fuente de sentido, autoestima y utilidad para el prójimo, para los economistas el trabajo contribuye negativamente al bienestar individual.
Para unos, el trabajo es un bien intrínseco. Para otros, una actividad costosa que precisamente por eso debe ser remunerada. Entender cuál de estas dos perspectivas describe mejor el impacto real de las actividades laborales en nuestro bienestar es una interesante cuestión.
Todos estos datos juntos, parecer configurar una auténtica paradoja: no nos gusta trabajar, pero si no podemos hacerlo nuestro bienestar subjetivo se resiente de manera muy relevante.
Esto es lo que Bryson y MacKerron hacen en su estudio, midiendo y clasificando las distintas actividades diarias en base a la aportación positiva o negativa que proporcionan al bienestar de las personas que las realizan. Entre las actividades que tienen mayor impacto en nuestra felicidad están los momentos de intimidad con la persona amada, el baile, el deporte, la visita a una exposición, la jardinería – no hay que olvidar que los datos se refieren a ciudadanos ingleses –, charlar con los amigos o meditar, por citar solo algunos ejemplos.
Por el contrario, entre las actividades absolutamente menos satisfactorias encontramos los trabajos domésticos, los desplazamientos al trabajo, las colas, el control de las cuentas familiares, el estudio y el reposo en caso de enfermedad. ¿Y el trabajo? ¿La felicidad aumenta o disminuye durante el trabajo? En realidad, lo que dicen los datos es que disminuye, y mucho. El trabajo, tal y como sostienen los economistas, parece representar una fuente de insatisfacción, de falta de utilidad. Esta se ve mitigada cuando el trabajo tiene una dimensión de socialización, es decir cuando en el trabajo podemos estar con compañeros y amigos, pero no con el jefe; cuando podemos escuchar música y sobre todo cuando podemos trabajar en casa.
En estos casos, la falta de utilidad se mitiga, pero no desparece del todo. Este resultado adquiere una relevancia aún mayor leído en un contexto más amplio. Muchos otros estudios han mostrado que las personas que tienen trabajo, comparadas con las que no lo tienen, muestran niveles de bienestar subjetivo significativamente más altos. Por ejemplo, en caso de despido, la pérdida de bienestar es dos veces y media mayor que la correspondiente a la reducción de riqueza derivada de la pérdida del salario. Esto parece indicar que en el trabajo encontramos una utilidad intrínseca que supera ampliamente a la que se asocia a la mera ganancia monetaria.
También sabemos que ante muchos acontecimientos negativos de la vida, como un divorcio, la viudez o una invalidez, nos adaptamos, es decir que después de una brusca reducción inicial, con el paso del tiempo el bienestar vuelve a los niveles anteriores al acontecimiento. Sin embargo, con el despido no sucede lo mismo, puesto que sigue ejerciendo un efecto negativo sobre nuestro estado de ánimo.
Todos estos datos juntos, parecer configurar una auténtica paradoja: no nos gusta trabajar, pero si no podemos hacerlo nuestro bienestar subjetivo se resiente de manera muy relevante.
Más allá de las cuestiones técnicas, que también se podrían poner de relieve, para calificar estos resultados o las cuestiones definitorias de términos como “trabajo”, “felicidad”, “bienestar subjetivo”, etc., la paradoja, probablemente, destaca dos elementos.
El primero es que quizá hemos creado demasiados trabajos “equivocados”, demasiadas ocupaciones que van en contra de nuestras aspiraciones más profundas. Son trabajos inútiles y deshumanizadores, individual y socialmente. Pero hay un segundo aspecto relativo a un elemento fundamental de la naturaleza humana, probablemente poco comprendido y ciertamente no incluido adecuadamente en el ámbito económico, incluso cuando se ocupa de la felicidad y temas afines. Podríamos resumir en una frase este elemento diciendo que no siempre lo que nos gusta nos hace felices y, simétricamente, no siempre lo que nos cuesta nos hace infelices. La eudaimonía aristotélica que muchas veces, de forma errónea, traducimos como “felicidad”, representa con mayor propiedad el concepto de “florecimiento humano”. Para “florecer” como personas, para ser felices en este sentido más integral, es necesario desarrollar lo más posible el propio potencial. Por eso, un atleta que suda y se cansa cada día durante años a la espera de un momento de “realización” puede considerarse feliz.
Lo mismo puede decirse de un estudiante o un científico, un explorador o un artista que, con esfuerzo, sacrificio y paciencia, recorren un camino que a lo mejor les lleva al resultado esperado. ¿Podemos decir que la felicidad deriva solo del resultado obtenido? Ciertamente no. La felicidad se encuentra también en el camino, en la preparación de la “realización”. Por eso, me parece que no es posible comprender plenamente el verdadero significado del trabajo solo desde la perspectiva antropológica ni solo desde la económica. El trabajo, como todas las cuestiones humanas, es algo vital y complejo. Pero, sobre todo, al trabajo se le puede aplicar lo que decía Simone Weil: “la iniciativa y la responsabilidad, el sentido de ser útil e incluso indispensable, son necesidades vitales del alma”.