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¿Cazar el ciervo o la liebre? Saber cooperar es un bien muy valioso

Mind the Economy, serie de artículos de Vittorio Pelligra en Il Sole 24 ore

Vittorio Pelligra

Publicado en Il Sole 24 ore del 14/07/2019

El florecimiento o el declive de las comunidades, sociedades y países está en relación con su capacidad para activar mecanismos de cooperación y confianza. Saber cooperar significar ser capaces de obtener en conjunto mejores resultados de los que se podrían obtener individualmente, y estar en condiciones de poder disfrutar de los beneficios distribuidos de estas acciones colectivas. Pero la cooperación generalmente es complicada, porque junto a los objetivos comunes están también los intereses de los individuos, que no siempre se encuentran perfectamente alineados.

Para los optimistas, este dilema se puede representar como la “caza del ciervo”, usando la famosa metáfora de Jean-Jacques Rousseau, en la que dos amigos pueden capturar un ciervo, pero solo si siguen un plan concertado que prevea la acción conjunta de ambos. Si uno de los dos, mientras espera agazapado detrás de una zarza a que el otro empuje al ciervo a la trampa, ve una liebre y decide dejar su posición para seguir a la liebre, este se irá a casa con la liebre mientras que el primero lo hará con las manos vacías.

Pero también se puede pensar en la situación inversa. De esta parábola rousseauniana surge un interesante mensaje: toda comunidad puede encontrarse en dos equilibrios diferentes: el primero, el peor, es aquel en que todos vuelven a casa con una liebre, y el segundo, el mejor, es aquel en que todos obtienen medio ciervo. El problema es que, mientras que la liebre es cierta con independencia de lo que haga el amigo, la captura del ciervo depende de la acción conjunta de los dos, y por tanto constituye un resultado mejor pero más incierto. Se basa en la confianza recíproca. Muchos contraponen al optimismo moderado de Rousseau el pesimismo antropológico de Hobbes. Según su visión, las relaciones sociales se parecen más a una guerra de todos contra todos. Para él, la metáfora no será la de la caza del ciervo sino más bien la del “dilema del prisionero”, por usar el lenguaje de la teoría de juegos.

Mientras que, en la caza del ciervo, si yo creo que tú harás tu parte del plan, yo me veré impulsado a hacer lo mismo, en el dilema del prisionero, precisamente cuando yo espero que los demás hagan su parte, es cuando surge la tentación de no realizar la mía. Si espero que los demás paguen el billete del autobús y por consiguiente tengo la certeza de que el servicio se seguirá prestando, me veré incentivado a no pagar mi billete. Lo mismo puede decirse de la recogida diferenciada, los impuestos, el absentismo laboral y así sucesivamente. Esta diferencia fundamental entre la “caza del ciervo” y el “dilema del prisionero” implica que, en este último caso, el equilibrio posible, para agentes racionales, solo es uno: traicionar. Nadie hará su parte. A pesar de que nos esperen los potenciales beneficios de la cooperación, en una situación parecida a la del “dilema del prisionero”, nadie estará en condiciones de obtenerlos. Estaremos condenados al conflicto perpetuo y a la decadencia progresiva.

De estas pequeñas parábolas laicas, de estos dos experimentos mentales que, a pesar de su aparente sencillez, describen bien algunas lógicas de nuestra vida social, podemos sacar una enseñanza no trivial: no siempre la capacidad de cooperar y por tanto de construir comunidades florecientes y prósperas depende de las preferencias, las intenciones y la voluntad de cada uno de sus miembros, sino más bien de la estructura, la forma y los esquemas que hemos creado para gobernar nuestras relaciones. Tener una pre-comprensión de nuestra vida en común como una “caza del ciervo” o como un “dilema del prisionero” significa imaginar, proyectar y realizar esquemas de relación, vínculos normativos y mecanismos de incentivos radicalmente diferentes, algunos de los cuales, ante las mismas creencias, valores y voluntades de los ciudadanos, facilitan alcanzar los beneficios de la cooperación, mientras que otros pueden obstaculizar su obtención.

En un estudio publicado recientemente, el matemático Babak Fotouhi y sus compañeros han ido más allá y se han preguntado si, independientemente del tipo de interacción considerada, existen estructuras sociales y conjuntos de relaciones, dentro de las cuales se producen estas interacciones, que favorezcan u obstaculicen la aparición de la cooperación. Utilizando la teoría de grafos evolutiva, han determinado las condiciones que caracterizan a todas las estructuras sociales en las que es más probable que emerja la cooperación (Fotouhi et al., 2018. “Conjoining uncooperative societies facilitates evolution of cooperation”, Nature Human Behaviour, 2:492–499). Imaginando varios tipos de redes sociales, como por ejemplo una con forma de estrella, donde todos los miembros están conectados a un único hub central, pero al mismo tiempo están separados entre sí, o bien un retículo donde cada uno está en relación con todos los demás, la pregunta es: ¿en cuáles de estas estructuras es más fácil que nazca la cooperación entre sujetos que tienen que jugar un dilema del prisionero? y, aún más importante, ¿con qué facilidad se difunde este comportamiento cooperativo a través de la imitación por parte de los restantes miembros del grupo?.

El dato de gran interés que surge de este estudio es doble: las comunidades más estrechamente conectadas son las más conflictivas; pero estos grupos, que singularmente están destinados a equilibrios peores, también pueden hacerse cooperativos si se abren y se unen, a través de sujetos mediadores, a otros grupos también originariamente poco cooperativos. Esto sirve para estructuras cerradas como los clanes y las organizaciones altamente jerarquizadas, o como las redes en forma de estrella, pero también para las más abiertas y con estructuras casuales. En todos estos casos, la cooperación se ve favorecida por la construcción de super-relaciones, es decir vínculos entre grupos y redes favorecidos por la acción de inter-mediadores. Así pues, el éxito de una comunidad no está solo en función de la intrínseca propensión a colaborar de sus miembros, sino también de su estructura y de su mediada apertura al contacto con otras comunidades.

La trasposición a casos concretos de estos resultados formales es siempre muy problemática y delicada, pero no es menos cierto que estos resultados son sugerentes precisamente porque son abstractos y fuertemente generalizables a diferentes contextos. Si quisiéramos destilar un mensaje, tal vez podríamos concentrarnos en el hecho de que mientras la creación de redes altamente interconectadas, diseminadas y capilares facilita la aparición de comportamientos conflictivos típicos de un estado de naturaleza hobbesiana, el desarrollo de redes compuestas por la unión, mediada, de varias redes originariamente conflictivas, genera y facilita la difusión de formas de comportamiento cooperativas. De ahí la necesidad de preguntarse acerca de la figura clave de los inter-mediadores: sujetos o instituciones capaces no tanto de poner a todos en contacto con todos - pensemos por ejemplo en las redes sociales actuales - sino más bien de levantar puentes entre grupos diferentes, a través de relaciones reguladas y con un objetivo.

Se deduce de esto un segundo mensaje importante: la cooperación no está en función de la dimensión de las redes, sino más bien de la calidad de las estructuras sociales y de sus conexiones. En este sentido, deberíamos revalorar y repensar en clave contemporánea el papel de todas las instancias de representación, desde las comisiones paritarias hasta los organismos supranacionales, desde los sindicatos hasta las agregaciones de entidades locales, que median, ordenándolas, las relaciones entre grupos dispersos y diversos.

¿Es posible que la creación de un espacio europeo realmente cohesionado y la apertura, mediada, al diálogo con la comunidad internacional, pueda ser beneficiosa también para la capacidad de cooperar de los ciudadanos de cada uno de los estados miembros entre sí, dentro de las fronteras y de las instituciones nacionales? Los grafos evolutivos, si sabemos leerlos bien parecen sugerir que sí. Lo mismo que actual generación Erasmus, formada por jóvenes ciudadanos del mundo de hoy y adultos responsables del de mañana.

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