Por qué no podemos no estar de parte de Greta

Mind the Economy, serie de artículos de Vittorio Pelligra en Il Sole 24 ore

Vittorio Pelligra

publicado en Sole 24 ore el 17/03/2019

«Spei duo pulchri liberi sunt: indignatio et animus». La esperanza tiene dos hijos guapísimos, escribía San Agustín: la indignación y el valor. El primero nace de la constatación cómo van las cosas y el segundo crece como respuesta a la necesidad de cambiarlas. Indignación y valor es lo que vimos el viernes 15 de marzo en las manifestaciones del Friday for Future en todo el mundo. Millones de muchachos salieron a la calle para reivindicar finalmente su derecho al futuro, a una tierra en la que se pueda vivir, a un modelo económico sostenible, y para manifestarse contra el empobrecimiento de recursos que afectará muy duramente a su generación y a la de sus hijos.

Salieron a la calle movidos por una justa indignación contra nosotros, sus padres, y contra la irresponsabilidad de individuos y gobiernos que han consumido y derrochado los recursos como si fueran ilimitados; que no han mostrado ningún respeto por quienes vendrán después y han violentado de muchas maneras esta única chalupa de salvamento sobre la que navegamos por el Universo. Estos muchachos no quieren que les tranquilicen, ni que les halaguen, ni que les aprecien. Quieren que nos entre el pánico, como puntualizó Greta Thunberg durante su discurso en el World Economic Forum de Davos, en enero pasado. Quieren que experimentemos el mismo miedo que sienten ellos cada día y quieren que actuemos, inmediatamente, como si estuviéramos ya en una crisis. Una crisis que, por otro lado, hace tiempo que ya ha comenzado. Quieren que actuemos como si la casa estuviera en llamas, porque, en realidad, está en llamas.

El segundo hijo de la esperanza es el valor. El valor de tomar decisiones impopulares pero necesarias para cambiar, en la senda de la sostenibilidad, nuestros comportamientos diarios, nuestro estilo de vida. Aprendamos del valor de estos muchachos y muchachas, porque la impresión que da es que nosotros lo hemos perdido, a juzgar por algunas reacciones a la manifestación del viernes. Cínicos mal envejecidos que siguen mirando al dedo en lugar de a la luna, y desde lo alto de sus inmerecidos privilegios quitan importancia con condescendencia a los miedos de estos jóvenes. Políticos sin ideales que, inoperantes durante décadas, ahora se mofan del compromiso de quienes han encontrado en la lucha por la justicia climática un ideal en el que implicarse. Basta con estos gorrones, gente que no paga el billete porque sabe que el servicio de transporte seguirá funcionando a costa de otros. Gente que espera cambios, pero de los demás, y hoy pretende que estos cambios los lideren zonas como la India o África, que contaminan más que nosotros, es verdad, pero porque viven en esa fase de plena expansión económica durante la cual nosotros contaminamos como ellos o más. Gente que, en el mejor de los casos, espera que el cambio venga de las reglas y no de los comportamientos individuales.

Sin embargo, lo necesario es lo que está haciendo Greta con nuestros hijos y con nosotros. Una llamada a las conciencias, pero concreta y apremiante, continua, sencilla y machacona. Cada viernes. Porque si las cosas cambian será porque alguien ha decidido cambiarlas, no ciertamente porque haya nuevas reglas, incentivos económicos o acuerdos internacionales. Estos son necesarios, pero solo después, para codificar o reforzar los cambios de mentalidad que ya se hayan producido. Si cambian los comportamientos, pueden cambiar las reglas. Por desgracia lo contario no siempre es verdadero. La historia de los fletanes del Pacífico es un ejemplo perfecto de ello (Stavins, R., 2011. «The Problem of the Commons: Still Unsettled after 100 Years» American Economic Review 101(1): 81-108). La pesca desconsiderada y sin límites condujo en los años setenta del siglo pasado a una fuerte reducción de la cantidad de fletán en el Pacífico Norte. Para resolver el problema, se empezó a regular la actividad de los pescadores reduciendo el periodo de pesca de los 125 días de 1975 hasta los 25 días de 1980. Pero esta limitación no redujo la sobreexplotación. Los días de apertura a la pesca pasaron entonces de 25 a 2 en 1994. El efecto de estas nuevas reglas, no basadas en un verdadero cambio de conciencia, fue totalmente contraproducente. En lugar de preservar el recurso natural, indujo a una excesiva concentración de los esfuerzos: lo que antes se podía hacer en cuatro meses ahora había que hacerlo solo en dos días. Aumentaron los accidentes laborales, los pescadores heridos e incluso las muertes. La aceleración del trabajo produjo además una multiplicación de «efectos colaterales»; aumentó vertiginosamente lo que los técnicos llaman «pesca fantasma», es decir la captura de otras especies sin mercado o la muerte de peces a causa de las redes abandonadas en el mar. Además, la calidad del pescado presente en los mercados empeoró. Dado que la pesca se limitaba a dos únicos días al año, toda la producción se congelaba inmediatamente para su conservación; de este modo se hizo prácticamente imposible encontrar fletán fresco en todos los países servidos por la flota del Atlántico Norte.

Afortunadamente, hay otras historias de éxito en la lucha por la defensa del medio ambiente y los recursos comunes. Una de ellas es la de Sherwood Rowland y Mario Molina (Bricker, B., 2014. «Scientific Counterpublics: In Defense of the Environmental Scientist as Public Intellectual», Topoi, 1-12). En 1973, ambos químicos, que por entonces estaban en la Universidad de California, identificaron una posible relación entre la dispersión de clorofluorocarbonos (CFC) en la atmósfera y el adelgazamiento de la capa de ozono. El resultado se publicó en «Nature» al año siguiente, pero a pesar de su enorme relevancia en términos medioambientales, no suscitó debate alguno. Fue el cambio de conciencia de Rowland, en particular, el que impuso el tema en la palestra pública. Consciente de las implicaciones de sus investigaciones, empezó a viajar por el país, a reunirse con políticos, a participar en debates y a popularizar sus estudios. Debido a ello, se convirtió en objeto de una campaña feroz de contrainformación por parte de los productores de CFC, que pusieron en discusión su salud mental y llegaron incluso a sugerir la posibilidad de un vínculo con los servicios secretos de países extranjeros. Pero Rowland no se detuvo. Consiguió crear a su alrededor un grupo internacional de científicos lo suficientemente inteligentes y humildes como para dialogar directamente con los políticos y los ciudadanos de a pie. El lenguaje accesible, la disponibilidad a debatir con los legisladores y la creación de una verdadera comunidad de científicos ambientalistas, produjo un resultado extraordinario: en 1978, menos de cuatro años después de la publicación de su primer estudio, Rowland y Molina lograron que el gobierno de los Estados Unidos prohibiera utilizar CFC. Pocos años después llegaría el Protocolo de Montreal que prohíbe su utilización a escala global. En menos de diez años se había descubierto una cuestión medioambiental muy relevante y se había discutido públicamente, se habían aprobado leyes y reglamentos y se había derrotado definitivamente la resistencia de los lobbies económicos. El año pasado se publicaron los primeros datos que ponen en relación el progresivo cierre del agujero de ozono con la aplicación de las medidas contenidas en el Protocolo de Montreal. (Strahan, S., Douglass, A., 2018. «Decline in Antarctic ozone depletionand lower stratospheric chlorine deter-mined from Aura Microwave LimbSounder observations». Geophysical Research Letters 45: 382–390).

Ciertamente, hoy hay gente como Donald Trump que discute la autoridad de la ciencia y de los científicos y usa una imprevista ola de frío como prueba en contrario del calentamiento global, sin sumergirse por ello en un mar de ridículo, como cabría lícitamente esperar. Tal vez los expertos deberían aprender a comunicar más y mejor y tal vez los ciudadanos no deberían dejarse gobernar por personajes mediocres, con una cultura mediocre y con una comprensión mediocre de los problemas sociales, económicos y medioambientales. Tal vez. Pero mientras tanto nuestros hijos no tienen tiempo que perder. No pueden quedarse en la inacción, la incapacidad y el egoísmo de sus padres. Han salido a la calle y con su indignación y su valor, al final, son ellos quienes nos traen una nueva esperanza también a nosotros.

Image

ir al archivo

Idioma: ESPAÑOL

Filtrar por Categorías

Siguenos en:

Memoria Edc 2018

Memoria Edc 2018

La economía del dar

La economía del dar

Chiara Lubich

«A diferencia de la economía consumista, que se basa en la cultura del tener, la economía de comunión es la economía del dar...

Humor con Formy

Humor con Formy

¿Conoces a Formy, la mascota de la EdC?

Saber más...

El dado de la empresa

El dado de la empresa

La nueva revolución para la pequeña empresa.
¡Costrúyelo! ¡Léelo! ¡Vívelo! ¡Compártelo! ¡Experiméntalo!

El dado de la empresa también en español Descarga la App para Android

¿Quién está conectado?

Hay 361 invitados y ningún miembro en línea

© 2008 - 2023 Economia di Comunione (EdC) - Movimento dei Focolari
creative commons Questo/a opera è pubblicato sotto una Licenza Creative Commons . Progetto grafico: Marco Riccardi - edc@marcoriccardi.it

Please publish modules in offcanvas position.

Este sitio utiliza cookies técnicas, también de terceros, para permitir la exploración segura y eficiente de las páginas. Cerrando este banner, o continuando con la navegación, acepta nuestra modalidad para el uso de las cookies. En la página de la información extendida se encuentran especificadas las formas para negar la instalación de cualquier cookie.