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Las mujeres lo ven antes

En las sociedades de antaño, y en parte también en las de hoy, las mujeres tenían un sexto sentido, una actitud especial para leer por anticipado las “señales débiles” de las crisis relacionales, y así es como lograban prevenir las varias formas de pobreza y de carencia.

Luigino Bruni

publicado en Il Messaggero di Sant'Antonio el 03/09/2025

Siempre me impresionó el episodio de las Bodas de Caná, que Juan en su evangelio (2:1-12) lo ubica al comienzo de la vida pública de Jesús. Es una primera señal que ocurre durante una fiesta de bodas, y que tiene que ver con el vino. Se desarrolla en una casa privada, no en el templo – también esta es la radical laicidad de Jesús y del cristianismo –. Jesús, siendo un maestro “móvil”; un “hijo del hombre” sin nido ni guarida, amaba las casas. Jesús frecuentó muchas casas, hasta en la última pascua, en la cena en el piso de arriba de la casa de un amigo.

El “milagro” de Caná tiene que ver con el vino, un ingrediente importantísimo para las fiestas, ayer y hoy. Un bien que para vivir es menos esencial que el pan, pero que sirve para decirnos que no se muere solo por falta de pan: se muere también por falta de fiesta, de relaciones, de baile, de exceso, de derroche, de capacidad de celebrar algunos días distintos – al menos un día, al menos el día de la boda –. En ese contexto festivo, símbolo de la nueva economía de la abunancia y del exceso, tal vez en las bodas de un pariente de la familia de Jesús, el rabí de Nazaret empieza a revelarse. Y no había un mejor ambiente.

Precisamente en ese contexto la madre de Jesús ve que algo falta, capta el inicio de una crisis, un evento imprevisto y grave que podría aguar la fiesta. Y lo ve antes que nadie, antes que su hijo y que sus discípulos. Un dato que nos debe estar diciendo algo importante. En aquella sociedad, y en parte también en la de hoy (donde todo se ha vuelto más complejo pero sigue habiendo rastros del pasado), las mujeres tenían un sexto sentido, una actitud particular para leer por adelantado las “señales débiles” de las crisis relacionales, y para así prevenir las muchas formas de carencia y de pobreza. Las mujeres se ocupaban de la casa: su oikonomia era distinta de aquella de la que se ocupaban los hombres. Eran las guardianas de las relaciones, y por lo tanto de la igualdad, de la fraternidad y de la inclusión. La comida no dependía ni de la fuerza ni del mérito, sino del hecho de ser hijos, hijas, ancianos, miembros de la familia, o bien huéspedes de paso. Los hombres llevaban el pan (y el vino) a la casa, las mujeres los cuidaban y hacían que esas provisiones se convirtieran en pan, en vida para todos, y sobre todo para los más débiles. Hacían que aquellas cosas muertas (animales, verduras y frutas) pudiesen revivir una vez más en las comidas en común, y hacer vivir a todos. Una práctica que han realizado desde hace milenios.

El cuidado de las relaciones era su especialidad. Las mujeres veían, y ven, primero las relaciones y después los recursos, y los recursos los ven y los gestionan en función de las relaciones. Y de esa manera nos revelan un aspecto fundamental del principio de la subsidiariedad: los bienes son ayudas (subsidiarios) a las relaciones, y no al revés, como cierta economía capitalista ha creído, y cree cada vez más. En Caná, María vio, vio más y vio primero. María vio un problema, le puso cuidado y trató de resolverlo. Su hijo Jesús empezó su misión gracias a un acto de amor concreto de su madre, a la que no le interesaban los tiempos teológicos establecidos por la Trinidad, o le interesaban menos que la atención de una fiesta de bodas de los amigos de la familia. Es decir, un comienzo maravilloso de la historia más linda del mundo.

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