Solo con las lonjas de los mercaderes, la plaza de la ciudad se queda desierta

Instituciones – Léxico de la vida social buena/19

por Luigino Bruni

pubblicado en Avvenire el 02/02/2014

Logo nuovo lessicoNuestro bienestar depende en gran medida de la calidad de las instituciones. El matrimonio, las universidades, los bancos, el estado, la Iglesia y los sindicatos son realidades evidentemente muy distintas entre sí pero todas ellas son instituciones. Las sociedades que se ven atrapadas en ”trampas sociales” se caracterizan por tener instituciones ineficientes y corruptas y un alto porcentaje de personas con poco o nulo sentido cívico e institucional. Es una tenaza insoportable, muchas veces decisiva, que nos hace sufrir a todos y provoca que nuestros mejores jóvenes emigren a otros países atraídos por instituciones mejores. El pasado y el presente de los pueblos nos dicen que las sociedades no crean prosperidad generalizada y vida social buena si no cuentan con las instituciones adecuadas.

Hay un tipo particular de instituciones que empobrecen la vida de la gente y aceleran el declive de los pueblos. Son las que el economista Daron Acemoglu y el politólogo James Robinson definen como instituciones "extractivas", usadas por las élites para extraer rentas y obtener ventajas personales y de grupo. Según estos estudiosos, en el lado opuesto están las instituciones "inclusivas", presentes en los lugares económica y civilmente florecientes que, en la práctica, ellos identifican con los países anglosajones ("Por qué fracasan las naciones", 2012). En realidad, la frontera entre instituciones inclusivas y extractivas está mucho menos clara de lo que estos dos autores piensan, ya que ambas formas conviven dentro de las mismas comunidades o naciones, y, sobre todo, unas van evolucionando hacia las otras. En todos los contextos y ámbitos sociales hay instituciones nacidas con el único fin de beneficiar a unos pocos y extraer recursos de otros, que conviven junto a otras instituciones creadas por instancias explícitas del bien común. Pero no es menos cierto que muchas instituciones que nacieron como inclusivas, con el paso del tiempo se han convertido en extractivas y viceversa: instituciones nacidas como extractivas se han convertido en inclusivas. La historia europea es muy relevante a este respecto.

La economía de mercado nunca hubiera nacido sin las instituciones concretas de finales de la Edad Media: gildas, corporaciones, tribunales, bancos, grandes ferias y esas instituciones fundamentales que fueron los monasterios. Algunas de ellas estaban intencionadamente orientadas hacia el bien común (confraternidades, hospicios para pobres, Montes de Piedad…). Pero muchas otras (como las corporaciones) nacieron para proteger y promover los intereses de sus miembros (panaderos, zapateros, especieros…) y garantizar rentas de monopolio a clases concretas de mercaderes. Pero la fuerza civil de esas comunidades ciudadanas hizo evolucionar los intereses de parte hacia los intereses de muchos, cuando no de todos. Muchas conquistas de la modernidad, incluso políticas y civiles, son fruto de instituciones que nacieron extractivas y se convirtieron en inclusivas. La mayor parte de las instituciones económicas en su origen son extractivas y cerradas, pero la coexistencia con otras instituciones políticas, civiles, culturales y religiosas con frecuencia abre y sublima esos intereses originarios. El bien común no sólo necesita altruismo y benevolencia, sino también sus instituciones. La "sabiduría de las Repúblicas", como recordaba Giambattista Vico, está sobre todo en conseguir dar vida a mecanismos institucionales capaces de transformar los intereses de parte en bien común.

Pero esta alquimia sólo funciona dentro de las ciudades y de sus múltiples y diversas instituciones, "donde las artes están protegidas y el espíritu es libre" (Antonio Genovesi, Lecciones de economía civil, 1767). Todas las instituciones están destinadas a convertirse en extractivas o ven impedida su evolución a la inclusividad, cuando falta el pluralismo, cuando no nacen instituciones nuevas y cuando unas no están al lado de otras. Las lonjas del mercado, el palacio de los capitanes del pueblo y el convento de San Francisco formaban muchas veces los distintos lados de la misma plaza, donde cada uno maduraba en contacto con el otro, sin fusiones, confusiones ni incorporaciones. En esa plaza había ciudadanos avispados e interesados, tiendas de artesanos y de artistas, juglares y carros de Tespis que daban sueños y belleza, sobre todo a los niños y a los pobres. La democracia, el bienestar y los derechos surgieron de este mirarse los unos a los otros, de este tropezarse y controlarse recíprocamente, y de coexistir entre iguales en las mismas plazas. Hoy las instituciones económicas globales están viviendo una fuerte deriva extractiva (también literalmente, pensemos en las materias primas de Africa) porque a su lado faltan otras instituciones políticas, culturales y espirituales globales que dialoguen, discutan y se controlen unas a otras.

Hay otra consideración que hacer. En nuestras sociedad también hay muchas instituciones inclusivas en origen (porque surgieron de ideales, a veces muy altos) que con el tiempo se esclerotizaron y sus buenos frutos se convirtieron en salvajes e incluso venenosos. La involución de estas antiguas y buenas instituciones, que en estos tiempos de cambio de época son particularmente numerosas, depende muchas veces de la incapacidad de cambiar las respuestas históricas, apegándose a las que se dieron décadas o siglos atrás y olvidando las preguntas que las provocaron en relación con el bien común. Así sucede que instituciones grandes y nobles, como muchas instituciones públicas pero también espléndidas órdenes religiosas, progresiva e inconscientemente se van transformando en realidades extractivas que no extraen sólo recursos económicos sino también enormes energías morales de sus miembros y promotores. Instituciones que se agotan en la gestión onerosa y costosa de unas estructuras que siguen dando respuesta a las preguntas de ayer, preguntas que hoy nadie se plantea ya. El objetivo y la “vocación” iniciales de la institución quedan cada vez más lejos y su misión principal se convierte en la autoconservación y el retraso de su propia muerte.

En el ciclo de vida de las buenas instituciones hay además momentos cruciales en los que se decide si la dirección futura será hacia una mayor inclusión o hacia una vuelta de tuerca involutiva sobre ellas mismas. Estos momentos son las crisis, en particular el tipo de crisis que surge cuando la estructura organizativa no está alineada con la misión de la institución, cuando el vino empieza a notar que los odres se quedan pequeños y se advierten los primeros crujidos. Buena parte del arte de los directivos de estas instituciones consiste en entender que estas crisis no se resuelven insistiendo en la dimensión ética y motivacional de las personas individualmente consideradas, sino que hay que intervenir en las estructuras. El diálogo entre las estructuras históricas de una institución y sus preguntas fundamentales es un ejercicio esencial y vital para toda institución, sobre todo para las que han nacido de ideales altos. Los ideales de las personas no duran si no se convierten en instituciones; pero estas instituciones pueden morir si no se dejan convertir periódicamente por los ideales (“las preguntas”) que las han generado.

Las instituciones inclusivas y generativas son formas elevadas de bienes comunes. Como todo bien común, necesitan atención y cuidado, que se mantengan en buen estado los terraplenes, las faldas y el sotobosque. La época de crisis institucional que estamos viviendo podría convertirse en dramática si la desconfianza en las instituciones corruptas e ineficientes aumentara la desidia y la falta de mantenimiento de nuestras frágiles instituciones democráticas, económicas y jurídicas, agudizando la fuga de las instituciones característica de esta fase social. Dedicar tiempo, pasión y competencias a reformar instituciones enfermas es tal vez hoy la más alta expresión de virtud civil. La primera cura de las instituciones, sobre todo cuando están enfermas, consiste en habitarlas y no dejarlas únicamente en manos de sus élites dirigentes. Inmediatamente después, crear nuevas instituciones políticas, civiles y espirituales globales, que se sitúen al lado de las económicas (que hay que reformar porque son demasiado penetrantes, poco democráticas y poderosas) y frenen la deriva extractiva de nuestro capitalismo, volviendo a darle al mercado su profunda vocación inclusiva.

Las lonjas del mercado han crecido demasiado, han comprado los edificios cercanos, han contratado a los juglares y a algunas les gustaría ocupar con ánimo de lucro incluso los conventos. Las instituciones económicas, que se han quedado solas en la aldea global, terminan por ser los únicos habitantes de unas plazas cada vez más vacías. Debemos llenar nuestras plazas globales de nuevas instituciones, si queremos que vuelvan las tiendas, los artistas y el trabajo.

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