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La competencia de los pobres

Editorial – Mirar el mundo desde abajo de la mesa

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 16/11/2025

La jornada mundial de los pobres, promovida en 2017 por el papa Francisco, no coincide con la Jornada de la eliminación de la pobreza, promovida por la ONU en 1992, y celebrada el 17 de octubre. Ambas jornadas se parecen, tienen mucho en común, pero hay entre las dos una gran diferencia, representada por la primera bienaventuranza del evangelio: “Bienaventurados los pobres’’. Es por eso que cuando en 1987 el padre Joseph Wresinski, fundador del Movimiento ATD Cuarto Mundo, lanzó la iniciativa que la ONU adoptaría cinco años después, la llamó evangélicamente ‘Jornada mundial contra la miseria’. La pobreza no es solo miseria, los pobres no son solo miseria. Muchos pobres están en la miseria, pero no todos, y no todas las pobrezas ni todos los pobres deben ser eliminados, porque si acabáramos con todos aquellos que libremente eligen la pobreza, la tierra se volvería de verdad demasiado miserable.

Este año el papa León eligió como título: “Eres tú, Señor mío, mi esperanza” (Salmo 71:5). Si somos honestos tenemos que reconocer que nos cuesta mucho celebrar la jornada de los pobres y su esperanza no vana, porque casi todos, sentados en los cómodos sillones de nuestras tibias casas, hemos perdido contacto con los verdaderos pobres. Para hablar de la Jornada de los pobres y luego celebrarla deberíamos primero conocer a los pobres en carne y hueso, ser amigo de alguno, entrar en sus casas, en sus chozas, en sus no-casas, y quedarse ahí tal vez un buen rato. Escucharlos, dejarlos hablar, reconocerles una dignidad – como hacen los amigos de ATD Cuarto Mundo – de pensamiento y de palabra. Todos los reportes, las estadísticas, los estudios, los libros, las conferencias, las acciones y las políticas sobre la pobreza son hechas por no-pobres, por expertos que hablan casi siempre de un continente al que nunca fueron y del que escucharon hablar. A estos reportes e investigaciones que a veces (no siempre) son también útiles, deberíamos sumarles otros reportes e investigaciones que surjan de quienes están adentro de esa pobreza descrita por quien está por fuera. ‘La realidad es superior a la idea’, esa frase tan preciada por el papa Francisco, es siempre válida, pero sobre todo si se trata de la miseria y de la pobreza no-elegida, donde muchas veces la idea de la pobreza prevalece por sobre la realidad de la pobreza.

En esta jornada deberíamos, por el contrario, darle la palabra a los verdaderos pobres, escuchar su punto de vista sobre la pobreza, que nos cuenten con su lenguaje qué aspectos de su pobreza quisieran eliminar y cuáles no. Si hiciéramos eso veríamos algo muy distinto. Sería algo cristiano y profético si, al menos en vista de esta jornada, hiciéramos, por ejemplo, una comisión compuesta única o principalmente de pobres para preparar el primer borrador del mensaje del papa León y la Introducción al Reporte Cáritas. Aprenderíamos a mirar nuestro mundo con Lázaro, abajo de la mesa del rico epulón, porque la perspectiva de los pobres sobre el mundo es esencial incluso para el que no es pobre, o para el que ya no lo es. Los pobres no deben ser solamente objetos de estudio, de palabras, de acciones y de rezos, pueden convertirse en sujetos: y así veremos otros estudios, otras acciones, otros rezos.

Quizás no lo hacemos porque, incluso en la iglesia, los verdaderos pobres nos dan miedo, nos recuerdan una parte oscura de nuestra vida que no queremos ver, y entonces antes que un encuentro real con ellos preferimos hablar de los pobres y dar algunas limosnas. Si en cambio conociéramos a los Lázaros de hoy y nos sentáramos con ellos, desde ese bajo punto de vista veríamos cosas que ni los mensajes ni los reportes consiguen ver imaginando a la pobreza y mirando fenómenos, datos, huellas de la pobreza sin nunca ver a los pobres, o solo viéndolos cada tanto o en algún momento particular – por ejemplo cuando piden una ayuda. Pero los “pobres” (si es que queremos llamarlos de esta manera que apenas dice algo de estas personas), no piden solo ayuda, hacen muchas otras cosas, incluso también algunas bonitas: se enamoran, a veces ayudan a los otros, saben todavía traer niños al mundo, soportan (como Job) nuestras palabras y nuestras miradas, y a menudo saben todavía festejar.

El gran problema de las ‘ayudas’ a los pobres tiene que ver con el tema de las competencias. Los que se ocupan de los pobres, casi siempre de buena fe, no tienen casi nunca la competencia necesaria sobre la pobreza. Porque la competencia más importantes, en todos los ámbitos (inclusive el mercado), es la que nace del llamado conocimiento tácito, o sea la dimensión no codificada del conocimiento que no se puede aprender ni en la escuela ni en los másters. La competencia-conocimiento tácito es de hecho la que está solo en la cabeza y en el alma de las personas que están en esa situación específica, y que solo ellos poseen. Es la competencia para saber vivir con dos dólares al día, para preparar una comida con casi nada, es saber realmente qué es un compañero (cum-panis), saber qué es la confianza (fides: cuerda), qué es la caridad (lo que es caro, y entonces vale), saber cómo no morir de frío sin radiador ni estufa, e intuir incluso algo acerca de lo que significa la frase más escandalosa y profética de la Biblia: “Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios” (Lc 6:20).

Todo esto lo podríamos decir también con el término “subsidiariedad”, un gran principio que está en el corazón de nuestra democracia. Toda ayuda y toda palabra de la pobreza debe partir de quien está adentro del problema, de lo que ya sabe y de lo que es, de su saber hacer, y solo después actuar. Solo tú puedes hacerlo pero no puedes hacerlo tú solo, me enseñó hace muchos años el obispo Giancarlo Bregantini, en una síntesis perfecta de esa subsidiariedad evangélica.

Esta jornada debería ser entonces el buen día para conocer y respetar más a los verdaderos pobres, que necesitan muchas cosas, lo sabemos, pero que antes que nada necesitan amistad y estima, porque es la falta de estima la verdadera pobreza de los pobres, incluso dentro de la iglesia que tanto hace por ellos. Sobre todo hoy, que la religión meritocrática está llegando a convencernos de que los pobres no son solo indigentes sino también culpables de su pobreza. Feliz día de los pobres a todos, pero primero a los pobres.

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