editoriales Avvenire

0

Eugenio Borgna tras las huellas de la alegría: es efímera, pero hay que cuidarla

Su ensayo póstumo – El gran psiquiatra italiano nos regala varios pasajes de los clásicos sobre una realidad que, contrariamente a la felicidad, el mercado no nos puede vender. Porque se consume mientras se genera.

Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 04/09/2025

La felicidad es la nueva promesa de la economía de mercado. Anteayer prometía el pan, ayer el bienestar y hoy es la felicidad. Nos la promete de muchas maneras, últimamente con la inteligencia artificial, que al hacer por fin todas las cosas que no nos gustan, y mejor que nosotros, además de nuevas cosas que todavía no hacemos, nos va a dar la felicidad perfecta. Una felicidad que tiene que ver con el tener, con el confort, con la libertad de elegir, con el crecimiento, con ese “de más” que a menudo raya con la diversión y el placer.

Lo que sin embargo el mercado no logra vendernos ni darnos es la alegría de la que Eugenio Borgna habla en un gran ensayo, publicado por la editorial Einaudi. No es un ensayo académico, se parece más a un cuaderno, a un diario de viaje, a apuntes de pensamientos dispersos, con la alegría como tema en común. La alegría no es la felicidad, porque la alegría ocurre en el presente, la alegría es experiencia, mientras que la felicidad (o la infelicidad) es una condición más estable. Tampoco es la leticia, y aunque Borgna no nos diga por qué, lo intuimos pensando en la laetitia de Francisco, y en la etimología que remite al latín “laetus”.

La Providencia ha puesto la alegría entre los recursos esenciales para vivir, pero la escondió en las cosas más pequeñas, pequeñísimas, casi invisibles si vamos muy rápido. Quizás por eso los pobres y los puros del corazón logran alcanzarla, y quizás solo ellos. Es parte de ese paisaje del Reino de los cielos donde viven todos los pobres y puros del corazón, a veces sin saberlo. Puede llegar a veces después de grandes dolores, depresiones o lutos, y su llegada es la centinela que nos anuncia el alba. Es gracia, es pura gracia, puro don. Hay felicidades que pueden comprarse: la alegría de vivir no, es gratuidad pura, y es la más hermosa. Otras veces llega durante un rezo distinto a los demás, y llega acompañada de lágrimas.

Digamos que no es fácil, ni siquiera para un autor excelente e importante como fue Borgna (1930-2024), hacer un libro compuesto principalmente de citas de grandes poetas, escritores y filósofos de todas las épocas. Porque para nadie es fácil intercambiar pensamientos propios con aquellos pensamientos infinitos de Rilke, de Leopardi, de Nietzsche o de Simone Weil. Pero quizás la intención o el ánimo de Borgna era precisamente darnos, al final de su vida (que en otra época se habría considerado larga), las palabras y los textos más bellos acerca de la alegría que encontró durante su propia vida y de la de muchos otros, sobre todo ejerciendo como psiquiatra. De todas maneras, algunas reflexiones personales de Borgna sobre la alegría, ensambladas entre las palabras de los clásicos, son también notables y hermosas, acarician la belleza de sus citas, como la que está al principio del libro: “El tiempo de la esperanza es el futuro, como también de la espera; el tiempo de la nostalgia y la tristeza es el pasado; el tiempo de la alegría es el presente, quebradizo y luminoso”. La alegría sucede ahora, no se acumula, no es que mañana seremos más capaces de alegría por haberla sentido hoy o ayer; al contrario, a veces la larga falta de alegría prepara una alegría sublime y única. Se la “consume” mientras se la genera. Es efímera como una mariposa, pero en ese vuelo breve despliega toda su belleza infinita. “En la alegría ya no están las dimensiones del pasado y del futuro, las preocupaciones, los temores, las nostalgias, los miedos; se vive en el presente, en el ardiente instante de un presente que se dilata y le da un sentido a la vida”.

Pero las páginas más originales y sugerentes de Borgna son las que están ligadas a su profesión, en particular esa firme invitación a cuidar la frágil alegría en los demás (y en nosotros) porque también es efímera y transitoria: “Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de rastrear las huellas de la alegría en las caras, en los ojos, en la mirada y en las sonrisas de las personas con que nos encontramos, evitando apagarla con nuestra desatención o con nuestra indiferencia. Entonces cuando en un paciente renace alguna gota, alguna chispa de alegría, no podemos evitar sentirnos llamados a vislumbrar el amanecer de la esperanza”. Y esta es una página hermosa, a la que agrega: “Ya en la conclusión de este libro no puedo dejar de decir que, cuando en psiquiatría, y también en la medicina, uno se encuentra con una persona, ya sea joven o anciana, inmersa en la alegría, y en la que hay síntomas de enfermedad, debemos hacer todo lo posible por no herir la alegría, como pasa cuando nos atenemos rígidamente al lema de decir toda la verdad al enfermo o enferma. Un bien demasiado precioso, la alegría, como para no tenerla cerca del corazón, y como para no recibirla en su luz interior y en su ligereza, en su delicadeza, en su fragilidad, en su silencio y en su gracia”. Son palabras donde todo su arte y conocimiento profesional florecen en sabiduría y poesía. Cada tanto, Borgna se pone a dialogar con algunos autores cristianos, desde Teresa de Ávila hasta el Papa Francisco (con quien termina el libro), casi como para despertar en nosotros las ganas de preguntar: ¿pero cuál es la impronta típica de la alegría de los cristianos? Él no responde, pero nos invita a buscarla, y a ojalá encontrarla, en la alegría de los niños, a esa que Jesús tanto señala en los evangelios como modelo de fe, cuando nos llama a ser como ellos para entrar al Reino. Debe haber algo especial entonces en la alegría de los niños respecto a la del Evangelio. Es toda y pura gracia. Los niños experimentan la vida simplemente viviendo, no importa lo que hagan, incluso gozan cuando se quedan dormidos en cualquier lado – el sueño de los niños es patrimonio de la humanidad. La infancia es la edad de la alegría perfecta, porque los niños solo tienen el presente, y en el presente la encuentran. Es por eso que el contacto con los niños es fundamental para la alegría de todos.

La alegría se vuelve complicada de adultos y de viejos porque sentimos que la vida se escapa, y para no perderla pensamos en detenerla capturándola y devorándola – y la alegría no llega. Diversión, aperitivos, restaurantes, cruceros o vacaciones todo el año. Nos comemos la vida, devoramos personas y todo lo que nos encontramos, por una alegría que no llega. Sin embargo, la alegría también es posible de viejos, aunque se parece mucho a la alegría de Sísifo, que ya la enésima vez en la cima luego de subir empujando su eterna roca, en la breve pausa que hay entre el final del ascenso y el comienzo de un nuevo descenso, puede experimentar en ese respiro fugaz una paradójica pero verdadera alegría: “Hay que imaginar a Sísifo feliz” (A. Camus). Otras veces es la roca la que genera una alegría igual de paradójica, cuando la vida ha eliminado todas las razones de felicidad y de alegrías de ayer, y se sigue adelante solo porque la vida impone su intrínseca disciplina: preparar el desayuno, salir a comprar el pan, poner cuidadosamente la mesa aunque estemos solos y no haya ningún com-pañero. Es la piedra del propio vivir que nos mueve y que, de golpe, nos puede dar una delicada y real alegría, que se cuela entre la vajilla y el trapo. La última palabra se la dejo a Borgna, agradeciéndole: “Deberíamos no herir nunca la alegría de una persona que confía en nuestro cuidado”.

Credits foto: Foto di Arina Krasnikova su Pexels

Tags: Luigino Bruni, Ernesto Borgna