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Leer la Biblia sine glossa. Y sin celular

Espiritualidad – Una nueva colección editorial propone el texto en italiano sin notas. Un formato que pretende alentar una lectura “inmediata”, en un abrazo que deje afuera el alboroto de las redes sociales

 Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 28/08/2025 

En 1559, en pleno concilio de Trento, el papa Pablo V hizo redactar el Index de libros prohibidos (que luego repitió Pío IV en 1564 y Clemente VIII en 1596, y que llegó hasta el siglo XX), con el fin de controlar y frenar los vientos herejes de la Reforma llegados desde los Alpes. Lutero puso la Biblia al centro de su revolución (Sola Scriptura), y el mundo católico reaccionó poniendo la lectura directa de la Biblia entre los indicios de potenciales herejes. Y así, entre los libros que se prohibían a los fieles católicos estaban también las traducciones de la Biblia a lenguas vulgares, entre ellas obviamente el italiano.

Los dos primeros siglos de la imprenta tuvieron muchas ediciones de la Biblia en italiano. Si tomamos no solo las ediciones completas, sino también las parciales, entre 1471 y 1562 se imprimieron unas setenta biblias, casi todas hechas en Venecia. Más tarde, con la Contrareforma, aparecieron casi exclusivamente en Ginebra, en los círculos protestantes italianos. Hubo que esperar hasta la época de la Ilustración, con los impulsos progresistas de Benedicto XIV, Antonio Ludovico Muratori y Antonio Genovesi, para que se publicara, entre 1769 y 1781, una traducción italiana de la Biblia latina aceptada por la Iglesia católica, a cargo del abad Antonio Martini. Una edición basada en la Vulgata latina que se mantuvo, de hecho, como la única oficial hasta el Concilio Vaticano II y su revolución en la cultura bíblica, que produjo nuevas y distintas versiones de la Biblia en italiano y en las tantas lenguas modernas. Pero en los cuatro siglos marcados por la época de la Contrareforma (1565-1965), leer la Biblia en italiano, así sea solo o en grupo, sin la presencia de un sacerdote, no era una actividad aconsejada. En la constitución Dominici gregis custodiae del Concilio de Trento del 24 de marzo de 1564 se puede leer: “Las traducciones de los libros del Antiguo Testamento podrán ser concedidas solo a hombres doctos y píos, según juicio del obispo, siempre que esas traducciones sean usadas como explicaciones de las ediciones de la Vulgata para entender la Sacra Scrittura y no como un texto en sí autosuficiente”. En resumen, la relación entre la Iglesia católica y la Sagrada Escritura no fue lineal, ni tampoco la teología, desde la Escolástica hasta el Vaticano II, sintió la necesidad de basarse directamente en el texto bíblico; durante algunos siglos Aristóteles o el Pseudo Dionisio eran quizás más citados y más considerados que la Biblia. Ni hablar del Antiguo Testamento, muy alejado de la formación del pueblo (aunque siempre muy presente en el arte, que instintivamente lo amaba mucho). Marción, que quería excluir del canon cristiano todo el Antiguo Testamento, fue derrotado por los Padres y fue considerado hereje, pero en la práctica el pueblo católico siguió pensando que “con el Evangelio alcanza”, que el Antiguo Testamento es muy complicado, muy distante y, en general, inútil y dañino si no anticipa a Jesús y al Evangelio. Otra historia es la del monaquismo y de gran parte de la vida consagrada, en donde la Palabra es el pan de cada día, el ambiente y el seno en que se desarrolla toda la jornada y toda la existencia – pero, como sabemos, la cultura católica desarrolló dos vías paralelas: una para los monjes, monjas y hermanas, y otra para los laicos.

Después llegó el Concilio Vaticano II con su avance relativo a la frecuentación de la Palabra, recomendada y relanzada en todos los niveles: “Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura’’ (Dei Verbum); pero siglos de tradición poco o nada bíblica no se cambian en una o dos generaciones. Todavía hay mucho por hacer para alcanzar una cultura católica amiga de la Biblia, de toda la Biblia, algo que es de verdad urgente. No vamos a superar el impacto devastante con la cultura moderna y científica sin una verdadera formación bíblica, cotidiana y seria que supere el enfoque ingenuo, improvisado y espiritualista que frecuentemente se encuentra en algunos movimientos y grupos, donde el Evangelio se lee y se vive, pero sin que eso esté acompañado de una cultura bíblica, que es algo más serio y diferente del simple leer y poner en práctica el Evangelio. Una cultura bíblica seria es también la buena vía para que los jóvenes, una vez adultos, puedan continuar la experiencia cristiana, cuando hace falta buscar fundamentos más profundos que las emociones.

Por eso recibimos con entusiasmo la iniciativa de la editorial La Vela, de Lucca, que acaba de lanzar una nueva e innovadora serie: Los libros de la Biblia, a cargo de Sergio Valzania, libros pequeños y muy bien cuidados, ya desde la selección de imágenes de sus tapas. El desafío de esta nueva empresa cultural figura en la parte de atrás de cada volumen: “Esta serie ofrece los libros de la Biblia con la traducción de la CEI en un formato ágil, sin notas ni comentarios”. Son libros que entonces contienen solo el texto italiano del libro bíblico, introducido en una página por el curador Sergio Valzania. Todas las Biblias, incluyendo la de Diodati (protestante) o la de Martini, estuvieron siempre acompañadas por notas a pie de página, que a menudo se limitan a referencias de otros pasajes bíblicos y poco más que eso. En cambio Valzania y La Vela imprimieron el texto sin notas, no para fomentar una lectura mágica e ingenua de la Biblia, sino para aligerar y, por ende, para animar a una primera lectura del texto desnudo, sine glossa. La primera buena lectura de la Biblia es un cuerpo a cuerpo, sin mediadores, como el de Jacob y el ángel en el vado nocturno del Jaboc (capítulo 32 del Génesis). Un combate que es también un abrazo que nos hiere y nos bendice, porque después de la primera lectura será necesaria una segunda, y ahí las notas y los comentarios técnicos van a ser esenciales.

Por el momento se publicaron tres libros: Génesis, Cantar y Qohelet (Eclesiastés). Una linda aventura editorial, arriesgada como toda innovación. Y nosotros no podemos sino desearles un buen camino, para creyentes y también para no creyentes, porque la Biblia es un bien común global, para todos, para cualquier persona interesada en explorar el misterio y la belleza del mundo. La Biblia es un montón de cosas, todas importantes, pero es sobre todo un adiestramiento al sentido y a la vocación de la palabra, de las palabras, las de Dios y las nuestras. En un tiempo habitado por habladurías, inteligencia artificial y fake news, atravesar la Biblia es un ejercicio extraordinario y necesario para aprender la disciplina de la palabra. Un último consejo personal para esta primera lectura del texto bíblico: apaga el celular (el movil), anda solo o acompañado a un lugar abierto, silencioso, en lo posible con árboles, pájaros, naturaleza. Y ahí va a ser posible reescuchar, aquí y ahora, el sonido y el sentido de la palabra: “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra”.

Credits foto: Foto de John-Mark Smith en Pexels

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