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Las comunidades no son empresas: la cultura de la administración apaga los carismas

La propagación de la consultoría empresarial en conventos y monasterios incide en la vida religiosa. Pero las inspiraciones proféticas vienen de los extremos y no de un "promedio" entre posibilidades

Luigino Bruni

publicado en Avvenire  el 02/08/2025 

Las teorías, los métodos y las técnicas del management y la consultoría de negocios están entrando definitivamente a las congregaciones, conventos, movimientos y comunidades. El fenómeno más visible es la organización de asambleas y juntas que ya no se llevan a cabo sin que haya al menos un experto externo conduciendo – “facilitando” –, como si en una sola década hubiéramos olvidado varios siglos de sapiencia carismática y nos hubiéramos vuelto analfabetos relacionales. Ahora los post-it marcan el entorno, se lleva a los y a las responsables a participar en cursos de liderazgo, se llama a las comunidades a descubir su propia misión y su propio propósito, basados en la propia visión que emerge durante el word cafè, palabras sagradas del nuevo karma de la vida religiosa. Una hermana de un carisma misionario, después de uno de estos cursos, me dijo medio sorprendida: “¿Sabés que descubrí que nosotros también tenemos una misión?”. El tema del liderazgo es tal vez el fenómeno más preocupante, y por eso lo veremos más de cerca en el próximo artículo. Son instrumentos que atraen mucho, son ágiles, ligeros, femeninos y encantadores. Técnicas y prácticas que nacieron del mundo de las grandes empresas y que fueron importadas de la psicología de las organizaciones. Por lo tanto llevan los rasgos somáticos y éticos de las grandes empresas globales, aunque se presenten como técnicas neutrales. En realidad, ninguna técnica está exenta de ideologías y valores, sino que la gran ideología de la técnica está en el presentarse sin ideología.

¿De qué depende esta creciente “empresarización” de la vida religiosa? Entre las tantas razones hay una que es fundamental. Las comunidades carismáticas nacieron con una idea muy precisa de gobierno y de relaciones, idea que entró en crisis recientemente con el encuentro/encontronazo con la cultura moderna. Esas viejas instituciones eran, de hecho, testimonio de una sociedad desigual, jerárquica y patriarcal. Los tres votos religiosos eran los instrumentos adecuados para asegurar su funcionamiento: personas célibes sin familia, sin derecho a la propia riqueza y herencia, y ligados a los superiores por un vínculo sagrado de obediencia. En el espacio de una generación este modelo se rompió, y desde lo relacional las comunidades se quedaron mudas, sobre todo con los jóvenes, hijos de este nuevo mundo. Y he ahí que entonces en esta silenciosa y profunda crisis de identidad los poderosos instrumentos empresariales fueron percibidos como una salvación. La consultoría llena un vacío, pero rápidamente genera infantilización y falta de autonomía en las comunidades, sumado a la dependencia (adicción) y a la creciente inseguridad de los responsables que piden cada vez más consultores para todo; y así los técnicos terminan convirtiéndose no solo en los ghostwriter de los discursos, sino también en directores y superiores invisibles. Se entiende entonces que es la demanda (por parte de las comunidades) lo que genera la oferta. Sería superficial decir que los consultores honestos de la vida religiosa (conozco a algunos) buscan eso, sobre todo cuando tratan de adaptar instrumentos y técnicas, probando una hibridación entre carisma y mundo empresarial y psicológico. Pero el problema está en las propias comunidades que deben retomar el mando de su propio destino.

Hace falta algo diferente, muy diferente, y rápido. Las comunidades carismáticas no son empresas. Son organizaciones, sí, pero con características identitarias muy diferentes a las de las empresas como para tratarlas con los mismos instrumentos. Son iguales en un 98%, como nuestro ADN con el del chimpancé, pero si no se ve ni se comprende ese 2% diferente no se entiende nada sobre lo que es un convento o un monasterio. Una hermana no es una empleada de su institución, no es una colaboradora, no es un recurso humano, ni es la seguidora de una líder. No tiene un purpose, no tiene una vision: tiene un carisma (sin poseerlo), algo que es profundamente diferente a lo que se enseña en las escuelas de business o de psicología del trabajo. La casi totalidad de los técnicos y los expertos no tienen ni pueden tener una suficiente cultura bíblica o teológica, ni tampoco una verdadera frecuentación del mundo misterioso de los carismas y del Espíritu, el más misterioso y maravilloso que hay en la tierra. Y no olvidemos que la incorporación de técnicos exteriores a las empresas surgió por la necesidad de mediar las relaciones de trabajo directas, para que entonces los managers no “tocaran” las emociones de sus personas cada vez más complicadas y frágiles. El especialista externo, en efecto, toca a las personas en lugar de los “líderes”. Las técnicas son, por lo tanto, instrumentos de inmunidad relacional. Pero preguntémonos: ¿qué queda de las comunidades carismáticas si se asienta la cultura inmunitaria, si es verdad que la immunitas es la negación de la communitas?

Pensemos, como ejemplo, en la asamblea de una congregación. Los métodos de los expertos en técnicas participativas crean el conocido síndrome del promedio: en el pasaje de las ideas de cada individuo al documento grupal de trabajo y luego del grupo a la síntesis última, las técnicas tienden a seleccionar las tesis y los valores promedios y, por lo tanto, a descartar los extremos. Este método funciona para las decisiones simples de las empresas, para las decisiones políticas y para las instituciones, incluidas las vaticanas o diocesanas (que hoy abundan), donde es necesario reducir los conflictos entre las distintas posiciones y llegar pronto a soluciones que conformen a muchos o a la mayoría. En los carismas, en cambio, la regla del promedio no funciona. Los carismas son herederos de los profetas bíblicos, y las soluciones y las ideas proféticas provienen (casi) siempre de los extremos, de lo apartado, y no de un promedio. Si se aplica el método del promedio se terminan escribiendo documentos en los que no se van a ver las ideas más innovadoras – es el fenómeno que mi amigo Tommaso Bertolasi llama de las “galletas de arroz’’: cualquiera las puede comer porque saben a poco. Hoy ninguna idea de Isaías, del Bautista o de Jesús sería seleccionada por un facilitador, ya que están muy alejadas de la media. El mismo resultado medio se da cuando los documentos finales se escriben sumando las síntesis de los trabajos de grupo. El síndrome del promedio tiende a evitar o a reducir los conflictos; pero en los carismas no hay ninguna solución verdadera sin destapar, sin afrontar y sin dedicarse a los conflictos (basta pensar en la Biblia, en Pablo y en los evangelios). En resumen, si las comunidades carismáticas indagaran más en el corazón del carisma, encontrarían intuiciones y sapiencias que, actualizadas, serían la manera justa de conducir la comunidad, las reuniones y las asambleas. Es necesario cambiar. Una comunidad espiritual que no quiere morir o transformarse en una ONG, debería usar poco y secundariamente las consultorías, elegirlas de manera sensata y trabajar ella misma con la cultura organizativa del propio carisma. Externalizar las relaciones comunitarias no es como tercerizar la comida o la limpieza del convento – en las relaciones está en juego todo el carisma. El primer y decisivo paso le corresponde a la comunidad, con las personas y los talentos que tiene, aquí y ahora, como sabe y como puede. “Denles ustedes mismos de comer” (Lucas 9:13). Esta tarea hay que cuidarla celosamente en una intimidad colectiva, porque de otro modo, en breve y sin notarlo, del carisma quedarán solo algunos cuadros del fundador y alguna buena intención para las postales de Navidad.

 (continua)
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