A renacer se aprende /16 – En las historias de éxito hay que saber reconocer en qué momento dar un paso atrás
Luigino Bruni
publicado en Città Nuova el 05/06/2026 – De la revista Città Nuova n°12/2024
La historia conoce una ley profunda sobre la evolución y el declive de los pueblos, las comunidades y las personas. Es una ley terrible para los gobernantes y a la vez providencial para las comunidades, porque de la decadencia y de la crisis puede nacer una nueva primavera, más verdadera y humilde. En esencia, se trata de la gestión del típico sentimiento que se había apoderado de Nabucodonosor, el rey de Babilonia, en su jardín, y que la Biblia nos cuenta con el libro de Daniel: “Paseándose por la azotea del palacio real de Babilonia, el rey dijo: ‘¿no es esta la gran Babilonia que yo edifiqué como residencia real, con la fuerza de mi poder, y para la gloria de mi majestad?” (Daniel 4:29-30). En ese momento el rey empezó a pensar que la causa de la grandeza de su reino era él.
Este pensamiento que se le impone a Nabucodonosor es importante porque nos revela fenómenos muy comunes en las comunidades humanas, sobre todo en las que están viviendo o han vivido grandes éxitos. Cuando la vida de una comunidad, o también de una empresa, crece y se desarolla mucho, es fácil que un día llegue el pensamiento del rey de Babilonia. Al principio, en las primeras etapas de crecimiento y éxito, los fundadores más honestos y espirituales llegan a pensar que ellos solamente son un instrumento, que son “lápices” en manos de Algún otro que es el verdadero autor del gran suceso. No fingen, son sinceros. Pero casi siempre, otro día, llega el momento en que los triunfos se vuelven tan impresionantes que terminan convenciendo a “los reyes” de que, en el fondo, sin ellos todo ese imperio no habría existido, y empiezan a sentirse los amos de su “reino”.
Las historias colectivas que fueron capaces de perdurar más allá de esta primera fase de éxito son aquellas, muy raras, que evitaron esa suerte de “maldición de la abundancia” (porque es una abundancia, una riqueza, que se convierte en el problema mayor). Son los colectivos que se auto-subvirtieron antes de cultivar y consumir el éxito. Si falta la subversión, en el momento mismo en que el pensamiento seductor de Nabucodonosor se apodera de la mente y el corazón, empiezan las crisis de las comunidades. Empiezan a morir porque el gran pasado devora al presente y al futuro. Todo esto la Biblia lo sabe muy bien. De hecho, el mismo pasaje bíblico continúa así: “A ti se te dice, rey Nabucodonosor: el reino te ha sido quitado” (Daniel 4:31).
El orgullo por el gran imperio se difunde entre todos como un virus, se auto-fortalece en los diálogos privados y públicos, se vuelve infranqueable. Es una especie de enfermedad autoinmune, porque no viene de afuera sino de adentro del cuerpo social. Las pocas voces críticas son calladas o se auto-silencian, porque se las percibe como desentonadas y como puntos negros en un cuadro que solo dice la grandeza y lo positivo. Las pocas historias de gran éxito que no pierden contra el propio éxito son esas en que sus protagonistas son capaces de curar este síndrome del extra-éxito cuando todavía es algo naciente. Se detienen antes del umbral crítico, es decir que antes de llegar al ápice del éxito se vuelven intencionalmente pobres y pequeños, desarman el palacio real y se ponen a caminar descalzos como el primer día. Se detienen antes de volverse demasiado grandes, seguros y ricos para triunfar. Desmontan los templos y los castillos y se ponen a armar carpas movibles: el arameo pobre de los primeros tiempos retoma su camino errante.
¿Cómo hacer para entender en qué momento frenar? No es fácil. Se necesitan personas al lado de los responsables que no sean meros rufianes o súbditos, sino amigos y compañeros verdaderos que intuyan que está por desatarse la maldición de Nabucodonosor, que se lo digan al líder, y esperar que este los escuche. De todas maneras, si no se logra detener la caída, el derrumbe del imperio puede ser también el preludio de una nueva etapa en la vida de una comunidad, si las personas consiguen ver una bendición en eso que parece estar totalmente perdido, y entienden que el tiempo de la pobreza, la humildad y la pequeñez es solo el comienzo de un tiempo más humano y más verdadero que aquel de los éxitos y las grandezas pasadas. Estas comprensiones son don, son gracia, no se pueden planear: solo suceden. Pero puede empezar el tiempo de la verdadera oración, descubrir un futuro mejor en lo que peor parece, una bendición en la pequeñez, una salvación en el dolor. Y el el tiempo de la sed entonar el salmo de la cierva.