Comentario sobre la reciente medida francesa encaminada a reequilibrar la contribución al fisco de las empresas digitales que por término medio solo pagan impuestos por el 9% de los beneficios obtenidos, frente al 23% de las empresas industriales.
Alberto Ferrucci
Original italiano publicado en Città Nuova el 14/07/2019
El ministro francés de economía y finanzas, Bruno Le Maire, ha obtenido del Senado francés la aprobación de un impuesto del 3% sobre las ventas por Internet de las empresas que facturan más de 25 millones de euros anuales: Google, Amazon, Facebook, Apple y otros líderes de la economía mundial. Este impuesto no se calcula en base a los beneficios obtenidos - siempre es posible encontrar una manera para esconderlos - sino a los ingresos efectivos, a la facturación realizada en el país.
La decisión francesa, útil para sanear las cuentas del Estado, se ha tomado tras meses de inútiles negociaciones en Europa y en la OCDE para elaborar una norma común destinada a reequilibrar la contribución al fisco de las empresas digitales que, por término medio, pagan impuestos por el 9% de los beneficios, mientras que las empresas industriales pagan el 23%.
Los obstáculos para la aprobación de una medida común han venido de los países que permiten eludir impuestos, como Irlanda, Holanda, Luxemburgo, Chipre y Malta en Europa, y Delaware y Nevada en Estados Unidos. Los paraísos fiscales más conocidos en otros lugares en este caso no tenían voz ni voto. Los paraísos fiscales europeos negocian con las grandes empresas impuestos extremadamente bajos, sacando de este modo ventaja de los ingresos indebidamente recibidos, así como de los puestos de trabajo inducidos por las sedes sociales creadas para justificar este trato.
La norma, dirigida principalmente contra empresas norteamericanas, ha desencadenado la ira de Trump, pero también ha reactivado el deseo de aprobar medidas similares en otros países europeos, al menos mientras no exista en Europa una fiscalidad y una legislación societaria unificada. Las legislaciones “tramposas” son importantes para atraer sedes de las grandes corporaciones; muchas, por ejemplo, emigran a Holanda, donde las acciones de los accionistas de control pueden valer tres veces más que las que se negocian en los mercados, permitiendo el control de la empresa incluso con porcentajes muy pequeños del capital social.
Se dirá que estos temas solo interesan a unos pocos: los Estados, las grandes corporaciones y los millonarios. Sin embargo, no es así: la enorme elusión fiscal de las empresas multinacionales por las que pasa buena parte de la producción de riqueza es, en mi opinión, el verdadero cáncer del capitalismo globalizado.
Si bien un efecto positivo de la globalización ha sido sacar de la pobreza extrema a millones de personas, el negativo ha sido la falta de reparto de la riqueza producida, mediante la fiscalidad, con los trabajadores que con su ingenio e inventiva contribuyeron a crearla. No solo eso. En estos años, el poder contractual derivado de sus conocimientos profesionales, en lugar de ser premiado ha sido debilitado debido a la competición de los trabajadores formados gracias a ellos en los países emergentes, que hoy cuestan menos porque carece de la tutela de las conquistas sindicales de sus compañeros occidentales.
La riqueza ha seguido concentrada en manos del 1% de la población que posee más del 50% de la riqueza mundial. El hecho de que algún millonario destine grandes sumas a acciones filantrópicas, no elimina la realidad de que en parte se trata de riquezas sustraídas injustamente al bien común: al verse privados de enormes ingresos, los estados han tenido que reducir los servicios sociales, el gasto en sanidad, educación, formación profesional y cultura, la ayuda a los necesitados y las inversiones en infraestructuras para atenuar el impacto del cambio climático. Consecuencia de todo ello es la creciente insatisfacción y la falta de esperanza de las poblaciones que, en muchos lugares del mundo, han estimulado el crecimiento de los populismos.