Editorial – El dinero recuperado de las multinacionales, para necesitados de vacunas, hambrientos y empobrecidos.
Alessandra Smerilli
publicado en Avvenire el 06/06/2021
El acuerdo sobre la imposición a las grandes empresas, alcanzado por los ministros de Economía y Finanzas del G7, se ha considerado histórico. El comunicado recoge el compromiso de gravar los beneficios de las grandes empresas con una cuota mínima del 15%, aplicada país por país. La propuesta anterior, adelantada por los Estados Unidos, era más ambiciosa, con una cuota del 21%. De momento, se trata de un buen punto de partida compartido, recibido por todos como una buena noticia, ya que es un paso decisivo hacia la lucha contra los paraísos fiscales. Hoy las multinacionales pueden eludir los impuestos vigentes en los países donde operan, estableciendo su sede fiscal donde los impuestos son menores. Todo esto genera una competición a la baja entre estados, para atraer a las multinacionales. Quienes se ven afectados por ello son los beneficiarios de los servicios financiados con los impuestos, es decir los ciudadanos, sobre todo los más pobres. Este es uno de esos casos en los que solo un fuerte acuerdo multilateral puede interrumpir una cadena dañina y perversa.
Los franciscanos ya se dieron cuenta en el siglo XV de lo importante que es que las empresas trabajen al servicio y en beneficio de la comunidad. Ellos proponían ver las empresas como lugares y actividades que debían demostrar a la colectividad que no restaban riqueza al bien común. Una empresa no puede ni debe ser un instrumento para enriquecer a alguien a costa de otros. Una empresa es confiada en custodia a quienes deben hacerla funcionar de la mejor manera posible, para que esté al servicio de toda la colectividad. No es suficiente destinar una parte de los beneficios a la filantropía. No es cuestión de beneficencia sino de justicia. No es justo ni ético eludir los impuestos y después regalar las migajas a quienes con toda probabilidad se han visto privados de servicios públicos esenciales derivados del uso colectivo de los impuestos. Ahora que, gracias a la pandemia, estamos comprendiendo en nuestras vidas y en las de nuestros seres queridos qué quiere decir no restar riqueza al bien común, para poder servirse de ella cuando hay necesidad, tal vez podamos aprender de la experiencia a la hora de pensar las empresas del futuro.
El comunicado del G7 representa un mensaje dirigido a los ministros de economía y finanzas del G20, que se reunirán dentro de un mes, para que lleguen a un acuerdo y continúen el proyecto de reforma de la fiscalidad internacional en la OCDE. Este se basa en dos pilares: el primero concierne a las reglas de asignación de los beneficios de una multinacional en distintos países y no solo donde ha establecido su sede legal, y el segundo busca garantizar un nivel mínimo de impuestos sobre los beneficios. Todavía hay que acordar cómo se definirá la base imponible que quedará sujeta al impuesto mínimo y cómo se realizará la redistribución de los recursos añadidos que se crearán. A propósito de esto último, existen al menos tres emergencias que requieren una respuesta inmediata a nivel global: la extensión de las vacunas a los países en dificultad y con poco margen de gasto público, un plan financiero global para las crisis alimentarias, cada vez más preocupantes, y el apoyo a los componentes más débiles de la sociedad para salir del endeudamiento que se ha creado durante la pandemia.
De ninguna crisis salimos iguales; salimos mejores o peores, repite una y otra vez el Papa Francisco. Saldremos mejores si logramos garantizar que la vacuna, bien común global, llegue a todos. Si somos capaces de invertir en proyectos de investigación para que las vacunas puedan conservarse a temperatura ambiente y puedan ser distribuidas también donde la energía eléctrica es a veces un lujo. Si sabemos dar de comer a los hambrientos, contribuyendo a construir sistemas alimentarios resilientes. Si sabemos sostener a aquellos que sufren los efectos de la pandemia y de las normas de contención y se encuentran en situación de sobreendeudamiento, en peligro de perder su casa porque no puede pagar las cuotas del préstamo. ¿Sabrán los estados aprovechar esta ocasión? ¿Sabrá Europa tener amplitud de miras? Pensemos en lo bonito que sería que, dentro de muchos años, cuando se cuente la historia de la pandemia del Covid-19, se pudiera decir: supieron construir un nuevo sistema social y económico global, basado en reglas justas, de solidaridad y fraternidad.