Volver a empezar a partir de las mujeres y el "Tú"

Economía - Léxico para una vida buena en sociedad/15

por Luigino Bruni

publicado en Avvenire el 05/01/2014

Logo nuovo lessicoLa crisis ha desmentido tantas previsiones efectuadas por los economistas con aparente rigor científico, que no hay que sorprenderse si algún profano se cree autorizado a proclamar la bancarrota de la economía política … Esas voces ciertamente calumniosas cuentan con una atenuante: muchos economistas han pecado de inmodestia”. Estas palabras de Robert Michels, politólogo y autor del primer libro titulado “Economía y felicidad” (1917), fueron pronunciadas en 1933, pero parecen escritas hoy.

La inmodestia (o soberbia) no es prerrogativa exclusivamente de la ciencia económica puesto que es una nota antropológica universal. Pero en algunas épocas, la comunidad de los economistas se ha visto afectada por una inmodestia especialmente pertinaz y extendida. Frente a las evidentes deficiencias y errores de su disciplina, en lugar de aceptar entrar en crisis por la fuerza de los hechos y revisar humildemente antiguas certezas y dogmas, obstinadamente ha devuelto las críticas al remitente. La época actual es una de ellas y cada vez se sienta con más fuerza la necesidad de revisar a fondo muchos dogmas y axiomas de la teoría y la praxis económica.

La economía nace enteramente definida por los límites de la casa (oikos), distinta y separada de la política (polis). La economía terminaba cuando el hombre (varón, adulto, libre, no trabajador manual) dejaba la oikos y se iba a la polis. La oikos, con sus reglas de gestión, era el reino de la jerarquía desigual y de la mujer, mientras que la política era el reino del varón y de las relaciones entre iguales. Durante toda la antigüedad y la era pre-moderna, la oikonomia conservó esta acepción doméstica, práctica, interna y normalmente femenina. A partir del siglo XVIII el sustantivo ‘economía’ empezó a ir acompañado de nuevos adjetivos: política (Smith y Verri), civil (Genovesi y muchos otros), pública (Beccaria), social (muchos autores), nacional (Ortes). Adjetivos calificativos que querían poner de relieve que la economía ya no era la administración de la casa, ni tampoco la "oikonomia de la salvación", ni la "Trinidad económica", otro significado de oikonomia muy usado por los Padres de la Iglesia hasta la modernidad. El adjetivo “política” (y otros similares) ha sido uno de los que más ha calificado a la economía moderna en relación con la antigua. Al fundir lo económico con lo político (economía política), dos campos que llevaban milenios separados, algunas categorías típicas de la política entraron dentro de la economía. Pero más fuerte aún es la influencia opuesta; no hay más que pensar en la fuerza con la que el lenguaje, la racionalidad y la lógica económica están migrando de la economía a la política, con efectos normalmente devastadores. Un ejemplo es la fuerte tendencia a interpretar toda la vida pública desde la perspectiva de las restricciones presupuestarias, la eficiencia y la relación coste-beneficio económico, que está produciendo un dumping democrático sin precedentes y es uno de los rasgos culturales más generales y preocupantes de nuestro tiempo.

Pero hay otro elemento decisivo sobre el que deberíamos reflexionar colectiva y políticamente mucho más. La contaminación entre economía y política no ha comportado un protagonismo político o público de la mujer, a quien originariamente se asociaba con la oikonomia. Por el contrario, hemos seguido pensando en la ‘casa’ como en el reino de lo femenino y de la economía doméstica. Y la economía, al convertirse en política y pública, en sus principios teóricos y axiomas antropológicos, se ha quedado sin la mujer y sin su específica mirada sobre el mundo y sobre los seres vivos, con consecuencias graves aunque infravaloradas.

Esta (di)visión la encontramos teorizada con extrema claridad en Philip Wicksteed, un importante economista inglés del siglo pasado, además de pastor protestante y traductor de Dante. En el corazón de su más conocido e influyente tratado (Commonsense of political economy, 1910), encontramos un análisis del comportamiento de la “mujer de la casa”. Mientras la mujer se mueve dentro de las paredes de la casa, le mueve la lógica del don o del amor a los “tús” que tiene ante ella. Pero en cuanto sale de la economía doméstica para ir al mercado, se quita la ropa de casa y se pone la de la economía política, cuya lógica debe ser la que, con un neologismo, Wicksteed llama “no-tuismo” (del ‘tu’ latino). A esta mujer, los economistas le permiten que busque en el mercado el bien de todos, menos el de quien tiene delante en un encuentro económico: “La relación económica no excluye de mi mente a todos menos a mí [egoísmo]; ésta incluye potencialmente a todos menos a tí [no-tuismo]”. Así la economía supera el egoísmo (“todos menos yo”) pero pierde la relación personal dentro de la económica (“todos menos tú”).

Las notas típicas del encuentro verdadero con el ‘tú’  (la gratuidad, la empatía, el cuidado), la ‘mujer de casa’ las debe ejercitar sólo en la esfera privada; no en la pública, que sigue toda ella definida por el registro de la instrumentalidad, de la ausencia del “” y de la presencia de solos y solitarios ‘él’, ‘ella’ y ‘ellos’ o 'ellas". Todo esto porque alguien ha establecido apriorísticamente que esas características relacionales y emotivas, más típicas (aunque evidentemente no exclusivas) de las mujeres, no eran cosas serias y racionales para la seria y racional esfera económica. Lástima que cuando falta el rostro del “tú” que está delante, en todo ambiente humano falta el único rostro verdaderamente concreto, y así no queda más que una ciencia sin rostro y por ende inhumana. Pero sobre todo producimos una economía que no ve (y en consecuencia no entiende) los típicos bienes que exigen categorías distintas a la lógica no-tuista, como los bienes comunes, los bienes relacionales, la lógica de la acción plural, la racionalidad no instrumental y muchas (demasiadas) cosas más. El no-tuísmo sigue siendo un pilar de la actual ciencia económica. Cada vez que en la economía real un proveedor mira al otro a la cara y, movido a compasión, le concede una dilación en el pago, o un trabajador va más allá del contrato para ayudar a un cliente en dificultad, el economista “puro” considera estas excepciones como singularidades, contratos incompletos, costes que deben reducirse si es posible a cero. Y de hecho cuanto más grandes, burocráticas y racionalmente gestionadas son las empresas y los bancos, más se reducen estas singularidadestuístas’, aunque no llegan a desaparecer del todo y no lo harán mientras las organizaciones estén habitadas por seres humanos.

Pero las cosas no son así. Sabemos que las acciones ‘tuístas no son singularidades o simples costes, sino que componen ese aceite invisible pero muy real que impide que nuestras organizaciones se paren y hace girar los complejos engranajes humanos incluso en tiempos de crisis, cuando los contratos y la eficiencia ya no bastan. Providencialmente, la economía real sigue adelante a pesar de las teorías económicas y de management. Pero hoy deberíamos tener la valentía cultural de denunciar este sufrimiento, en buena parte evitable, producido por una antropología obsoleta y por una ideología económica unidimensional. No olvidemos que, a diferencia de lo que ocurría en siglos pasados cuando la esfera pública era monopolio de los varones (que la teorizaban y la ocupaban), hoy las mujeres tienen que vivir en instituciones económicas y políticas en las que, de hecho, no pasan de la periferia cultural y teórica. Los datos nos dicen que en nuestras empresas y bancos son sobre todo las mujeres las que sufren, porque se encuentran en lugares de trabajo pensados, diseñados e incentivados por teorías a las que le falta ‘la otra mitad’ del mundo y de la economía. Cambiar la economía para hacerla a la medida de la mujer comportaría (me limito a sugerirlo) revisar también la teoría y la praxis de la gestión de la casa, la economía de la familia, la educación de los hijos, el cuidado de los ancianos y muchas cosas más.

Las dificultades del tiempo presente vienen también de no haber conseguido valorar la inmensa energía relacional y moral de las mujeres, que siguen siendo demasiadas veces invitadas extranjeras en el mundo productivo de los hombres y así no consiguen expresar todo su potencial y sus talentos. También la economía espera ser vivificada por el genio femenino.

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